Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Los ataques contra la mujer


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Junto a muchas desigualdades, abusos, discriminación, violencia, falta de oportunidades y otros injusticias que lamentablemente aún sufren un porcentaje alto las mujeres, costando vidas y generando insondables daños en todo el mundo, también hay otros ataques más sutiles que son prácticamente generalizados en nuestro género y que boicotean su florecimiento, felicidad y potencial humano. Estoy hablando de la mente de cada una y la de todas como una unidad cultural, hinchada de creencias, mandatos y convicciones absurdas que nos restan libertad, nos atormentan y no nos dejan vivir en paz con lo que somos y lo que hacemos.



Late la despiadada vergüenza de no dar el ancho. El mal de la vergüenza se traduce en un barullo de voces incansable y cruel que, en cada instante y respiro femenino, le grita que no es suficiente. Este monstruo interno sopla sin piedad en el oído de muchas, diciéndoles que no son suficientemente valiosas, buenas, capaces, inteligentes, amables o cualquier otra virtud que se quiera presentar. Por lo mismo, tampoco se sienten suficiente en los roles que puedan asumir según su vocación (“no soy suficiente buena hija, amiga, madre, esposa, consagrada…”) ni tampoco en lo profesional.

Convivir con el enemigo

Muchas mujeres conviven con el enemigo 24 horas, agrediéndole con palabras como: “Podrías rendir más, tener un puesto más alto, ganar más, destacarte sobre los demás, tener más tiempo para ti”; y así un infinito de látigos que le desgarran por dentro, sin que se entere el resto, hasta que la vergüenza comience a hacer estragos en la salud física y mental. Según las investigaciones de la norteamericana Brene Brown profundizadas en su libro ‘Creí que me pasaba solo a mí’, hay al menos 11 convicciones de vergüenza que atentan contra el amor propio y la seguridad de las féminas y las coarta de volar. Algunas de ellas, por ejemplo, tienen que ver con la imagen corporal, la vida sexual, el cuidado de los padres, la maternidad, lo laboral, la crianza de los hijos, y así casi todos los ámbitos en que nos movemos.

Desde la primera levantada, hay una inmensa mayoría de mujeres que comienza un diálogo perverso con su verdugo interno. Parte, azotando lo que ve en el espejo, en especial su cara y cuerpo. Hasta la mujer más “perfecta” según los cánones de la moda, a excepción de las narcisas, suele encontrarse defectos y aspectos feos que distan mucho de la realidad. Muchas siguen el diálogo con su desayuno torturándose por los kilos de más o de menos, que no calzan con su expectativa personal. Sigue el proceso con sus miles de variantes durante la rutina diaria y la mujer va echando a su mochila todas esas frustraciones sin darse cuenta el peso que implica y cómo le daña en su autenticidad.

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Imagen idealizada

Es la “imagen idealizada en la mente” con la que se compara todo el tiempo y en milésimas de segundo la que la mantiene en un estado de guerra permanente con ella misma y con las demás, suponiendo que el resto no sufre de su mal. Por lo mismo, se convierte en presa fácil del marketing y del consumo, que le prometen productos y servicios mágicos que le cumplirán su deseo, pero finalmente le generan más vergüenza y la llevan a la culpa.

El anhelo de perfección lleva a muchas mujeres a una autoexigencia feroz y las hace llenarse de corsés que no las dejan respirar en su originalidad y riqueza natural. Sin embargo, lo más peligroso de la vergüenza es que la rige un mandato despiadado: “Hay que ser perfecta sin esfuerzo”. Nadie debe notar lo mucho que te cuesta criar a tus hijos, el infinito trabajo que hiciste para generar un proyecto, la culpa y la tensión de combinar el trabajo con la familia, las largas horas de ejercicios o de cuidados de belleza para estar saludable o verse linda, etc. Todo debe parecer “natural”, obvio, como si fluyera con el viento el tener todos los “platillos” de la vida girando.

Vergüenza en silencio

Este punto es el que hace que la vergüenza se viva sola, que cada mujer sufra su vergüenza en silencio y se autodestruya las 24 horas del día sin que se perciba su procesión y genuino dolor. Así, casi el 50% de la humanidad que representan las mujeres vive con este hándicap en contra, mermando su potencial. Es una descarga de “cortisol” permanente que nos aleja de la voluntad de Dios y de todo el bien que podemos plasmar con nuestro tono singular.

Desde la psicología, la mejor manera de neutralizar a este enemigo interno es reconocerlo e identificar cuándo ataca con más fuerza, para luego salir de la emoción y del pensamiento miope de nuestra valía y ver con verdaderos lentes nuestro contexto y realidad. Para ello, ayuda mucho la conexión con otros y en especial hacerse resiliente a la vergüenza, teniendo el coraje de hablar con otras mujeres de esto y, en sororidad plena, bajarle los humos a este agresor invisible y dañino que nos hace tratarnos tan mal.

Auténticas hijas de Dios

Ese es el comienzo para poder dar un salto cuántico a nivel espiritual. Las creencias y la vergüenza son nuestro “pecado original”, que nos oculta que somos hijas de Dios, amadas y creadas para vivir felices y con abundancia. “Tu eres mi amada” es la certeza que nos tiene que empezar a llenar las venas de energía nueva y no dudar más de nuestro ser y su capacidad. El mal espíritu, que ha tomado el control de nuestras vidas, solo puede ser exorcizado por el amor verdadero al que nos debemos aferrar como única voz. El Creador nos hizo a cada una perfectas y con un don maravilloso que no podemos ni debemos restar. Muy por el contrario, liberadas del miedo vertiginoso y al pasar a ser auténticas hijas de Dios, podremos aportar al mundo toda nuestra energía y fecundidad con su maravillosa diversidad.

Sí, hay que seguir conquistando espacios de dignidad en la sociedad y no tolerar injusticias ni abusos en la forma de relacionarnos, pero también hay que fortalecer nuestra fe y amor propio porque es el mismo Dios/Amor que nos habita y exige su posición.