Un reciente estudio de la Universidad de Harvard demuestra que conectar mejor con la familia, los amigos y la comunidad es lo que nos hace más sanos y felices. Los pastores de la Iglesia tienen vocación de entregarse al servicio de la comunión, y eso quiere decir que son buenos para nuestra salud y nuestra felicidad. Por eso, es especialmente grave y doloroso cuando alguien usa su condición sacerdotal para insultar y acosar a gente en redes sociales. Hay suficientes casos como para que ya se haya convertido en un grave problema de comunión eclesial. El deterioro de la convivencia eclesial ya es significativo.
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En redes sociales hay presbíteros –y muestran orgullosos alzacuellos en sus fotos– que hacen uso agresivo de sus cuentas para proferir insultos y acosar a aquellos con los que no están de acuerdo por sus ideas culturales, políticas o religiosas. Han interiorizado que son combatientes en una guerra cultural y religiosa, y su fin no es el diálogo ni la profecía, sino la intimidación, denigración y expulsión del otro.
La radicalización fundamentalista de un pequeño porcentaje de católicos practica una estrategia sistemática de violencia verbal y acoso social con el fin de manipular a la Iglesia, y su presión es sufrida incluso por obispos. Ya hay creyentes y otros curas que, intimidados, hastiados o deprimidos, abandonan las redes. Los no creyentes quedan escandalizados o confirman sus peores prejuicios.
Canónicamente sancionados
La Iglesia no debería permitir que presbíteros insulten y acosen por redes públicas ni ningún otro medio. Cuando alguien lo hace identificándose como cura, constituye un claro abuso de autoridad y atentado contra la comunión eclesial, y deberían ser canónicamente sancionados. Urge una reflexión de las conferencias episcopales y, ante casos tan públicos y pertinaces, nuestros obispos deberían tomar la iniciativa de proteger al pueblo y la paz eclesial.