Sentado o de rodillas en ‘Un banquito de madera’ como el que da título a su último libro, editado por PPC, Jesús Montiel (Granada, 1984) ha descubierto que “la felicidad es una disciplina”. Desde un “trampolín” así, junto al sacerdote Pablo d’Ors, este escritor y poeta se lanza cada día en busca de “una vida auténtica”. ¿Su secreto? “Hacer silencio y perseverar” en la meditación hasta encontrar la paz.
- PODCAST: El cardenal Robert McElroy
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
PREGUNTA.- ¿Qué le diría a quien todavía opina que la oración contemplativa es una huida o evasión de la realidad?
RESPUESTA.- Uno puede escapar de la realidad con cualquier cosa: los hay que escapan de sus vidas yendo a misa, por ejemplo. Otros se esconden en una ideología, en las ideas políticas. La oración contemplativa no tiene nada que ver con una fuga. Es lo contrario: cuando hago silencio y me quedo quieto, soy asaltado por miles de pensamientos, descubro dentro de mí la ira, el rencor hacia alguien, un trauma desatendido… Cuando uno se enfrenta a esto y no lo juzga, está abrazando la realidad con todas las consecuencias. El hombre contemplativo es el hombre más realista del mundo. El único que no le da la espalda a la realidad.
El amor es trabajo
P.- ¿Cómo se trabaja la interioridad? ¿El amor también se entrena?
R.- Uno de los hallazgos de mi práctica es que la felicidad es una disciplina. Como el amor. Antes pensaba que las personas iluminadas nacían así, que su sonrisa les había llovido del cielo. Ahora no. Estoy convencido de que las personas más luminosas son las que más han trabajado en las oficinas de la noche. Detrás de cada iluminado hay una tragedia transfigurada. El amor es un trabajo a veces peligroso, exigente, que no todo el mundo está dispuesto a emprender. Amar es prestar atención. Y la atención es un compromiso, una lucha diaria contra la distracción.
P.- ¿Qué papel juega en todo ello ese banquito de madera de su libro?
R.- Es la escuela donde aprendo a ser. A no hacer nada. Sentarse al menos una hora al día en mi banquito, en quietud y silencio, con la espalda erguida y siendo consciente de la respiración, es una tarea inútil a los ojos del mundo, pero que va configurando el corazón y oxigena el resto del día. Mi banquito, en última instancia, es un trampolín desde el que salto y aterrizo en la vida diaria: en los platos sucios del fregadero, en el grito de uno de mis hijos, en la factura del gas…
Una oración desnuda
P.- ¿Por qué la Iglesia muestra a veces cierta desconfianza hacia la meditación?
R.- Es ignorancia. Muchas veces, también, miedo a lo desconocido. En el catolicismo occidental, por desgracia, es costumbre recelar de la aventura interior. Pienso en san Juan de la Cruz o en el maestro Eckart. Eso tiene que cambiar, y está cambiando. La meditación ha llegado para quedarse porque ofrece respuestas al hombre contemporáneo, que demanda simplicidad, volver a una oración desnuda. (…)