El filósofo Rémi Brague publica ‘Sur l’islam’, una presentación general del islam para los no musulmanes. Católico, enseñó filosofía árabe durante mucho tiempo, y hoy sugiere que abandonemos nuestras categorías cristianas para intentar comprender el islam.
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PREGUNTA.- ¿Cuál es su objetivo con este libro?
RESPUESTA.- Lo escribí para aclarar mis ideas. Enseñé filosofía árabe durante veinte años, pero pensadores como Avicena, Averroes y Al Farabi tienen una relación compleja el islam. Tenía, pues, un objetivo de filósofo: aportar claridad, introducir distinciones allí donde hay mucha confusión y prejuicios, en un sentido o en otro. Sobre todo, quería interrogarme sobre nuestras dificultades para entender el islam tal como se entiende a sí mismo, porque todos, creyentes y ateos, tenemos gafas de cristianos.
P.- Usted explica que el “verdadero islam” puede referirse tanto al fundamentalismo como al islam místico… ¿Por qué es tan difícil definirlo?
R.- Todos afirman encarnar el verdadero islam. Los musulmanes se critican a cuál más. La gente de Al-Azhar se distancia –discretamente, de hecho– de la gente de Daesh, que acusa a todos los demás musulmanes de ser unos “vendidos” a Occidente. Como no hay magisterio, papa o gran sanedrín, cualquiera puede decir lo que es el islam. Personalmente, no tengo autoridad para decir cuál es el verdadero islam. Pero puedo intentar mostrar la continuidad de ciertas ideas. Desde el siglo IX hasta el XIX, existe, por ejemplo, la idea de que la razón humana no es capaz de decir lo que agrada a Dios. Así pues, la revelación no trata de la naturaleza de Dios, sino de su voluntad.
P.- ¿Esta es una gran diferencia con el cristianismo?
R.- Sí, es una especie de encrucijada. El cristianismo, con santo Tomás de Aquino, dice: “Dios es difícil de conocer, necesitamos medios para probar su existencia”. Por otro lado, para saber cómo comportarnos, tenemos la razón natural. El islam dice exactamente lo contrario. La existencia de Dios es evidente: basta con abrir los ojos, ver las maravillas de la creación y Dios está ahí. En cambio, no se explica suficientemente la cuestión de si hay que dejarse crecer la barba o afeitársela, o si las mujeres deben llevar velo o no. A los cristianos nos cuesta entender por qué muchos musulmanes consideran importante no comer cerdo o recortarse el bigote. Para nosotros, se trata de algo cultural, incluso folclórico.
La teología en el islam
P.- ¿Y por qué es esto tan importante para los musulmanes?
R.- El Evangelio de Judas permite conocer el gnosticismo, una filosofía esotérica que se desarrolló entre los siglos II y IV, y permite comprender mejor las respuestas de los cristianos de la época. Porque consideran que esta ley viene directamente de Dios. Los cristianos vivimos bajo la autoridad de la conciencia, que nuestra civilización creía hasta hace poco que era la voz de Dios. Rousseau exclamaba: “¡Conciencia! instinto divino, voz inmortal y celestial”. Pero la teocracia en el islam es simplemente el hecho de que se supone que la ley viene de Dios. Por supuesto, hay mediaciones: la ley islámica (‘fiqh’) es humana, ya que es la forma en que se entienden y aplican los mandatos divinos.
Pero para un musulmán devoto, si el Corán dice dos veces que las mujeres deben hacer algo –no sabemos qué– con un trozo de tela, es Dios quien lo dice. En cuanto a los hombres, un hadiz del Profeta les ordena: “No hagan como los cristianos, déjense crecer la barba y recórtense el bigote”. Y el Corán dice que Mahoma es “el bello ejemplo” (XXXIII, 21). Si Dios quiere, debemos cumplirlo.
P.- Esto significa que sus “valores dependen de la arbitrariedad divina”, dice usted.
R.- Sí, hay una discusión clásica en filosofía, ya en el Eutifrón de Platón: ¿son buenas algunas prácticas porque Dios las ordena? ¿O Dios las ordena porque son buenas? Un cristiano responde: los valores forman parte de Dios, son un prisma a través del cual se descompone la luz divina. Esta es la tesis de la mayoría de los filósofos: Dios ordena las cosas porque son buenas. En el islam, en cambio, las cosas son buenas porque Dios las ha ordenado. Si uno considera que el bien es algo distinto de Dios, está incurriendo en el único pecado que Dios nunca perdona, a saber, la asociación (‘shirk’).
P.- Para explicar el menor desarrollo de la teología en el islam en comparación con las matemáticas o la astronomía, usted dice que “como el islam tenía un contenido plausible desde el principio, no experimentó los desafíos del misterio cristiano”. ¿A qué se refiere?
R.- La teología pretende explicar el misterio utilizando categorías de origen filosófico. En el Islam no se necesita eso: solo hay un Dios, lo ha creado todo y envía profetas de vez en cuando, cuyo mensaje es el mismo si las personas a las que se les ha confiado no lo alteran. Esto es plausible: no hace falta un prodigioso esfuerzo intelectual para decirlo.
En cambio, decir que Dios es uno en la comunión de las tres personas es más difícil. Lo mismo ocurre para explicar que hay una naturaleza humana y una naturaleza divina en la persona de Cristo. En cambio, en los ‘kalâm’, los tratados de teología islámica, se trata de demostrar que el dogma es plausible y las otras creencias absurdas. Esto es apologética, que no es más que una parte de la teología cristiana.
P.- ¿Cuál es la diferencia en la concepción de Dios entre el cristianismo y el islam?
R.- Para un musulmán, Dios es incognoscible. Podemos conocer su voluntad, pero no tenemos ni idea de lo que es. El cristianismo está en parte de acuerdo: “Si comprehendis non est Deus” (“Si lo comprendes, entonces no es Dios”), decía san Agustín. Pero entre cristianos, podemos intentar acercarnos a Él, porque Dios empezó acercándose a nosotros. Por último, lo que realmente distingue al cristianismo y al judaísmo, por un lado, y al islam, por otro, es la noción de alianza. El hecho de que Dios tenga una aventura con la humanidad. En el islam, Dios está por encima de la historia.
*Entrevista original publicada en La Croix, ‘partner’ en francés de Vida Nueva