Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Disociarse en Jesús


Compartir

todoHay momentos de la vida tan extremos, que nos conectan con experiencias traumáticas de nuestro pasado, que pareciera que la única salida para sobrevivir, física y psicológicamente, es salirse de la realidad objetiva que nos supera y refugiarnos en los brazos de Jesús hasta que podamos volver a retomar el control.



Sé que voy a parecer un “bicho raro” y probablemente lo soy, pero hace unos días tuve la oportunidad de andar durante dos horas en jet sky; es decir, en moto de agua. Ya lo había hecho antes una vez hace 31 años atrás, pero la memoria es frágil y había olvidado el terror que podía llegar a padecer. Me entusiasmó la felicidad de los demás conductores y las promesas de lo que íbamos a ver en el recorrido y zas, me planté de copiloto feliz detrás de mi marido a disfrutar de una renovada juventud que parece que ya no existe.

Inicio de la tortura

Apenas aceleró y comenzó el corcoveo por las olas, mi cuerpo se rigidizó. La velocidad y los saltos se convirtieron en verdaderos látigos a mi inconsciente que, literalmente, se conectó con un miedo irracional, la indefensión total, la impotencia de arrancar y la aceptación inevitable que “solo” debía aguantar por 120 minutos más una angustia de muerte que ya había vivido antes y que no podía tolerar. No es que sea masoquista, porque bien me podría haber devuelto o buscado un bote para regresar, pero las circunstancias no lo permitían y comencé a apretar cada músculo de mi ser y a estrujar a mi marido con las uñas para sobrevivir a esta “aventura fatal”.

Debían haber pasado unos 45 minutos cuando mi musculatura ya no dio más. Las piernas y el cuello estaban tan contracturados que me dolían al moverlos y las falanges de mis manos las tenía tiesas. No podía más. ¿Qué hacer? Mi psique viajó en el tiempo a momentos de terror similar, pero no precisamente por andar en moto de agua, y necesitaba un “salvavidas” para poder continuar. Fue ahí cuando Jesús “se me apareció” en medio de las olas y me dijo: “Déjate llevar por mí y que se haga mi voluntad”. Cerré los ojos y solo vi su mirada mientras el viento y el sol me comenzaban a acariciar. La respiración me ayudó también, pero sobre todo la presencia divina de que “todo iba a estar bien” y que ni antes ni ahora me hubo de abandonar.

 Scaled

Regreso a la vida

Lentamente, el abrazo tierno y firme me empezó a sanar. La disociación de la realidad objetiva y el ampararme en su presencia espiritual fue un regazo para alejar el pánico y objetivar mi realidad. Había sobrevivido en mi infancia al terror y ahora también lo podía hacer porque contaba con su amorosa presencia paterno/maternal. Mi cuerpo empezó a soltarse y, cuando llegamos a la orilla, pude reconocer el porqué me había enfrentado nuevamente a esta prueba vital: ya es hora de dejar mis miedos atrás.

El Señor es una persona concreta, real, viva y dialogante con quien podemos “disociarnos” en todo momento. A Él podemos acudir en cada respiración o dificultad, en cada éxito o bendición para alabar, para conversar, para pedir, para agradecer, para ofrecer y para vivir plenamente conscientes que a su lado. No se trata de abstraernos de la realidad, sino de ser conscientes de que, cuando esta nos supera o nos lleva incluso la muerte, Él jamás deja de estar.