Tribuna

Una sinodalidad habitada

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Suena a demasiado el uso que hemos hecho de la palabra sinodalidad. Para comenzar, me permito tomar una frase de Mons. Luis Marín de San Martín, subsecretario del Sínodo: “Todos tenemos que darnos cuenta y asumir que la sinodalidad es algo que pertenece a la Iglesia. La Iglesia “es” sinodal.



No se trata de una originalidad, el Papa Francisco no se la ha inventado. Basta ir a los textos de los padres de la Iglesia, a la historia de la Iglesia, sobre todo de los primeros tiempos del cristianismo: allí encontramos la sinodalidad. Está presente la comunión en el camino como dimensión constitutiva. Tal vez con otros nombres, en una variedad de modos de concretarse, pero está presente. Nos ayuda a darnos cuenta de que no somos espectadores, sino protagonistas; pero también no confronta con nuestra responsabilidad: yo puedo ser cauce de la acción del Espíritu o puedo obstaculizarla. Si no participo, si bloqueo e impido participar, debo ser consciente de que las consecuencias son graves y el daño grande”.

Con esta base, la de terminar de entender, comprender y transitar una sinodalidad habitada, es bueno reflexionar sobre cómo vamos llevando este incipiente caminar juntos.

Y un verdadero acceso a la realidad es saber que esta empresa, como otras, advierte y genera tentaciones.

Palabra gastada antes de tiempo

Como muchas otras palabras que acuñamos sin conocer su propuesta de significado, sus connotaciones y las maneras en que las podemos utilizar, caemos en el mal uso y la mala costumbre de apropiarnos por anticipado de un significado que aún no hemos hecho carne. Repetirla hasta el cansancio no la constituye en sentido.

Muchas personas no la conocían hasta que el Papa Francisco la puso sobre la mesa de la comensalidad con Jesús. Ni más ni menos que eso. Por ser tanto, no supimos –y aún no sabemos– abrir horizontes a esa palabra que quiere decir “caminar juntos”, pero que sólo puede adquirir conciencia espiritual cuando se hace práctica y vivencia.  Y eso, no lo hicimos y se está viendo. Por esto, caemos en la tentación de gestionar la sinodalidad desde discursos y retóricas hasta ampulosas que ya pecan de vacíos.

Esta tentación de manipular las palabras a gusto es habitual en este tiempo. Lo que no debimos hacer es caer tan fácilmente en ella.

Autoridad o autoritarismo

Viendo las “fotos” de los encuentros de la Asamblea Eclesial y del Sínodo de la Sinodalidad podemos reflexionar acerca de la participación de laicos y laicas. No sólo las presenciales, sino lo que revelan las estadísticas difundidas por la comunicación de Celam.

“La participación de los laicos fue mayoritaria durante el tiempo de escucha, a la vez que la del clero y religiosos su participación fue baja, pero esta tendencia se revierte durante el plenario de la Asamblea”, dice el documento de Evaluación en el camino de la Asamblea Eclesial. ¿Se podría inferir que el clero no estuvo atento a la escucha y que a la hora de redactar documentos plenarios participa más? Laicos y laicas, ¿escuchan más y pueden redactar menos?

En este contexto de iglesia en salida y sinodal que impulsó Francisco, se ve que hay una tentación que es tan del clero como de laicos: seguir clericalizando por parte de los primeros y aumentar el clericalismo laical de los segundos. Por un lado, los sacerdotes no terminan de dar lugar a las personas que viven en las comunidades y saben mucho más que ellos del alma comunitaria que hace fuego por años. Y por otro, las comunidades parroquiales vuelven a refugiarse en la autoridad del párroco para mover una vela de lugar.

Ya deberíamos haber aprendido que para hacer las cosas bien, no hay que pedir permiso y muchas veces, el miedo al fracaso personal nos hace poner la responsabilidad en el lugar de otra persona, en nuestro caso, en el sacerdote administrador. Con el miedo a los cambios y a construir nuevas formas y estilos de ser Iglesia, impedimos ser comunidades edificadoras del cuerpo místico de Cristo.

La Asamblea Eclesial cierra proceso de escucha

La sinodalidad aumenta el valor personal de los laicos por la oportunidad de desarrollar sus carismas, pero también vemos crecer el temor por hacernos cargo de lo que nos toca. También y de manera directamente proporcional, da la impresión de que ha crecido el temor de los sacerdotes a que se rebaje su autoridad. Esto viene con una lectura de la realidad que a veces suena a excusa: en diversos lugares cada vez hay menos sacerdotes y menos vocaciones.

Mons. Luis Marín de San Martín, dijo también que “existe aún mucho clericalismo: si el párroco, o el obispo, es favorable, la sinodalidad va adelante y si no lo es, la puede impedir. Debemos ir a otro estilo, a otra manera de vivir la eclesialidad: desde la dimensión de servicio y no de poder, desde la participación y la corresponsabilidad”.

Los sacerdotes, ¿temen perder la autoridad ante la sinodalidad que propicia el protagonismo de los laicos y laicas? ¿Habría que repensar sus funciones en relación a las del cuerpo laical? ¿Somos meros colaboradores o corresponsables en la evangelización?

Desde sendos lugares, esto se expresa sutilmente en la tentación al autoritarismo. Sabemos que entre el ejercicio de la autoridad y el autoritarismo hay una delgada línea. Cuidarse y cuidarnos de no caer en él es clave para que nadie por ningún motivo termine siendo funcional a nadie dentro de nuestra amada Iglesia. Desde cualquier nivel de la autoridad eclesial en los ordenados, como desde el campo laical, nadie puede arbitrar deseos o caprichos propios por ser autoridad delegada, ni ser parte de una burocracia institucional que hace rato que nos agobia puertas adentro. El poder es servicio o es perverso.

“Una correcta mirada pastoral, demanda acoger todas las opiniones. Particularmente, es necesario, desde el ejemplo del Buen Pastor (Mt 18, 10), entender e integrar el aporte de aquellos que no están plenamente conformes. En todos reconocemos un santo afán de servir a la Iglesia como parte del Pueblo de Dios”, dice el documento ya citado de la Asamblea Eclesial.

Caer en esta tentación es desdecirnos del Evangelio de Jesús. Repensarnos todos y todas juntos no es tarea fácil, pero da por tierra con cualquier tentación de auto referencialidad y de apropiación de espacios impropios y habilitantes de una “inconciencia espiritual”, que ya está demasiado fomentada ad intra y ad extra. Si la sinodalidad es la comunidad reunida en torno a la Palabra y a la escucha del Espíritu, ¿será que nos falta poner la Palabra de Dios por delante?

Entronizar la Palabra, esa hermosa costumbre que está buscando lugar en templos, familias, jóvenes y miles de corazones agobiados. La Iglesia entera puede ser el pozo de Jacob al costado del camino y oasis para las periferias del mundo entero.

Algo para recordar

“La fidelidad a nuestra Iglesia exige que se viva un cambio y ese cambio puede suponer una revolución”, expresó Cristina Inogés Sanz, en la inauguración del Sínodo y agregó que Jesús de Nazaret, “no nos dejó normas ni estructuras sobre cómo ser Iglesia, sí nos dejó una forma de vida con la que construir esa Iglesia llamada a ser refugio seguro para todos; lugar de encuentro y diálogo intercultural, espacio de creatividad teológica y pastoral con la que afrontar los desafíos a los que nos enfrentamos. En definitiva, ser la Iglesia-Hogar que todos añoramos“.

Ahora que tenemos esta palabrita que empezó a caminar sin mucho sentido, ¿podremos habitarla desde nuestra conciencia espiritual y hacerla poseedora de sentido para nuestras comunidades? ¿Podremos ser refugio comunitario seguro promoviendo el diálogo, la creatividad teológica y pastoral desde el corazón y no desde las estructuras que burocratizan e inmovilizan?

Dijo Francisco: “Cada comunidad parroquial está llamada a ser un lugar privilegiado de la escucha y el anuncio del Evangelio; casa de oración reunida en torno a la Eucaristía; auténtica escuela de la comunión”.

Escucha, oración y comunión. Y en el inicio del Proceso Sinodal del Sínodo sobre Sinodalidad, en el Vaticano, reflexionó “las palabras clave del Sínodo son 3: comunión, participación y misión”. ¿Estamos recorriendo este camino en la conciencia de que será un legado generacional para quienes están dentro, pero mucho más para atraer a quienes que se fueron y en primer lugar para los jóvenes?

Me permito recordar palabras de Benedicto XVI respecto del Concilio de Jerusalén y la controversia de Antioquía. Dice nuestro fallecido papa renunciante en una Audiencia General del 2008 que “todo concilio y sínodo de la Iglesia es “acontecimiento del Espíritu” y reúne en su realización las solicitudes de todo el pueblo de Dios: lo experimentaron personalmente quienes tuvieron el don de participar en el concilio Vaticano II. Por eso san Lucas, al informarnos sobre el primer Concilio de la Iglesia, que tuvo lugar en Jerusalén, introduce así la carta que los Apóstoles enviaron en esta circunstancia a las comunidades cristianas de la diáspora: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…” (Hch 15, 28). El Espíritu, que obra en toda la Iglesia, conduce de la mano a los Apóstoles a la hora de tomar nuevos caminos para realizar sus proyectos: Él es el artífice principal de la edificación de la Iglesia”.

Y agrega en otro párrafo que la controversia de Antioquía “se reveló así como una lección tanto para san Pedro como para san Pablo. Sólo el diálogo sincero, abierto a la verdad del Evangelio, pudo orientar el camino de la Iglesia: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm14,17). Es una lección que debemos aprender también nosotros: con los diversos carismas confiados a san Pedro y a san Pablo, dejémonos todos guiar por el Espíritu, intentando vivir en la libertad que encuentra su orientación en la fe en Cristo y se concreta en el servicio a los hermanos. Es esencial conformarnos cada vez más a Cristo. De esta forma se es realmente libre. Así se expresa en nosotros el núcleo más profundo de la Ley: el amor a Dios y al prójimo. Pidamos al Señor que nos enseñe a compartir sus sentimientos, para aprender de él la verdadera libertad y el amor evangélico que abraza a todo ser humano.”

Recordar, eso que se hace en la habitación del corazón, es poner en primer lugar a Jesús que nos sigue diciendo que como Él ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra, vayamos y hagamos que todos los pueblos sean sus discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Él les nos ha mandado, porque Él estará siempre (todo el tiempo) con nosotros hasta el fin del mundo.

Los cuatro todos que lo dicen todo implican que la sinodalidad sea una palabra habitada desde la Palabra.