Hoy, Domingo de Ramos e inicio de la Semana Santa, contemplamos a Jesús entrando a Jerusalén para celebrar la pascua con sus discípulos. Evento fundante para el pueblo judío, que rememora su liberación de la esclavitud sufrida en Egipto, y su paso por el Mar Rojo guiado por Moisés. Estamos ante la dimensión histórica de la Pascua.
- PODCAST: Ellas, con la cruz a cuestas
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Jesús se apropia el acontecimiento, dándole una dimensión cristológica. Celebraremos en estos días su paso, pascua, de la muerte a la vida, proceso en el que venimos acompañándolo desde el miércoles de Ceniza, durante toda la Cuaresma.
Y de esta manera la bellísima liturgia de toda la semana, en especial la de la Vigilia Pascual, nos invita a hacer nuestra también esta experiencia pascual, pasando del pecado, que es esclavitud y muerte, a la gracia, libertad y vida: dimensión existencial de la Pascua.
¿Podría nuestra Iglesia Católica sumarse a esta tentativa? ¿De qué tiene qué liberarse? ¿A qué debe morir? ¿Cuáles son sus pecados necesitados de perdón?
En este proceso sinodal al que Francisco de Roma nos ha invitado, bien podría nuestra habladora institución callar de vez en vez, y abrir sus esclerotizados oídos para escuchar más.
¿Y si en lugar de alejar a homosexuales y divorciados vueltos a casar se decide a atraerlos, facilitándoles el acceso a los sacramentos, es decir, a la gracia?
Un buen paso pascual también sería el dejar de excluir a las mujeres de algunos ministerios y posiciones de coordinación, para incluirlas en ellos y ofrecer un rostro más plural.
Imaginemos que pasa de una moral hiper-sexualizada y con nulo énfasis en los compromisos sociales, a una propuesta de comportamiento cristiano más interesada en la participación ciudadana, en el respeto al medio ambiente, en la atención privilegiada a los pobres y los desvalidos, en el acompañamiento a personas vulnerables y ancianas. ¿Excelente, verdad?
Bien haría, entonces, nuestra Iglesia Católica en estos días invitando menos a que los demás vivan su proceso pascual, y centrándose más, por una vez, en experimentarlo ella misma.
Una Iglesia pascual vivirá lo que predica: pasará de la esclavitud que significa atarse a cadenas rituales y carentes de actualidad, a la libertad de la innovación y creatividad litúrgicas; transitará de la muerte reflejada en sus clásicos posicionamientos sobre el sexo, a la vida expresada en el respeto mutuo como criterio fundamental para las relaciones interpersonales; franqueará el pecado del clericalismo, para arribar a la gracia de la convocatoria laical.
Pro-vocación
Ya casi ni es noticia, acostumbrados como estamos al macabro desprecio de la vida, sobre todo cuando son migrantes quienes la pierden. Ahora fueron 39, en Ciudad Juárez, quemados porque no pudieron salir de la cárcel -llamada vilmente estación migratoria- en que quedaron atrapados. Tal masacre confirma que son los albergues de las diócesis los que en verdad los acogen, sin tener los recursos que las autoridades civiles destinan para ello. Encomiable labor de nuestras casas de migrantes diocesanas. Pésima la del gobierno mexicano.