Hubo una época, de juventud, en la que, en la comunidad de la que yo formaba parte, nos propusimos no predicar nada que no estuviésemos viviendo, es decir, hablar solo desde la experiencia personal y comunitaria.
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El intento era loable: queríamos ser coherentes. Pero la decisión escondía, por falta de humildad, la orgullosa pretensión de presentarnos como modelos, de autopredicarnos, de erigirnos en mensaje olvidando que somos solo mensajeros.
En realidad, si hubiéramos cumplido nuestro propósito, nos tendríamos que haber quedado mudos por mucho tiempo y en la mayor parte de las cuestiones. Lo tengo que reconocer: he seguido predicando a pesar de mis pecados, límites e incoherencias. En uno de los múltiples mensajes recibidos a través de las redes, han venido en mi auxilio estas magníficas palabras: “No permitiré que mis pecados me cierren la boca. Soy pecador, pero estoy enamorado. No puedo callar”.
Sí, magníficas palabras que no sé quién las escribió, pero que expresan muy bien lo que yo siento y vivo. No puedo presentarme como modelo, porque no lo soy. Tengo que abandonar el ideal ilusorio de ser un predicador coherente, puro y perfecto. Es necesario para no caer en la tentación de predicarme a mí mismo, para no autoproponerme. No me queda otra que hablar desde la experiencia de la misericordia de Dios, desde la alegría del que se sabe y se siente perdonado, desde el compromiso entusiasmado del que mucho ama porque mucho ha sido amado y mucho se le ha perdonado.
Anunciar la Buena Noticia
Mi mensaje no es “seguidme”. Ni tampoco “miradme, sed como yo”, sino “el Señor es bueno, su misericordia no tiene límites; Cristo el Salvador es el Amigo que nunca falla; vale la pena conocerlo, seguirlo, imitarlo y amarlo”.
Sí, este es el mensaje, la buena noticia, que no me puedo callar, porque, “¡ay de mí si no evangelizare!”.
Y evangelizar consiste en testimoniar y anunciar la Buena Noticia, es decir, que Dios nos ama y es nuestro Padre; que nos quiere a todos viviendo como hermanos, miembros de una única familia; que Cristo ha resucitado y nos llama a trabajar en el anuncio y la construcción del mundo que Él ha soñado y que quiere para nosotros, su Reino.
Y en esta tarea, “no permitiré que mis pecados me cierren la boca. Soy pecador, pero estoy enamorado. No me puedo callar” Por eso digo: “¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Es Pascua!”.