Con ocasión de cumplirse treinta y cinco años de Dignitatis Mulieris, de San Juan Pablo II, carta apostólica sobre la dignidad de la mujer, publicada con ocasión del año mariano de 1988 y que es fruto de la reflexión del sínodo dedicado a la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo del año 1987.
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En él se abordaron argumentos antropológicos y teológicos para resolver problemas acerca de la dignidad de ser hombre y mujer. A partir del texto de Juan Pablo II se puede comprender a la misión que tiene la mujer de tener la misión de hacer respetar y valorar su dignidad de persona humana. Los católicos debiésemos manifestar una postura de feminismo, donde se considere el desarrollo integral de la mujer, el respeto a su dignidad, a sus derechos y deberes inalienables, siendo éste el problema que quiero plantear en las reflexiones de este ensayo, todo ello a partir del magisterio social de la Iglesia.
Desde la antropología cristiana, la mujer ha de gozar de la misma dignidad del hombre, puesto que ambos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Juan Pablo II lo explica: “el hombre – ya sea hombre o mujer- es persona igualmente; en efecto, ambos, han sido creados a imagen y semejanza del Dios personal” (Mulieris Dignitatem, 6). Lo que no quiere decir que, porque en el texto del Génesis aparezca que la mujer ha de ser creada a partir de la costilla del hombre, ha de tener que ser sometida bajo un poder abusivo del varón.
El Papa Juan Pablo II aclara que “la mujer es creada por Dios “de la costilla” del hombre y es puesta como otro “yo”, es decir, como un interlocutor junto al hombre, el cual se siente solo en el mundo de las criaturas animadas que lo circunda y no halla en ninguna de ellas una “ayuda adecuada a él” (Mulieris Dignitatem, 6). Llama a entender, de la mejor manera posible, una reinterpretación de la dignidad de la mujer. Puesto que hombre y mujer, han de participar de la comunión, tal como Dios está en comunión como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el caso del ser humano, la mujer y el hombre han de estar en aquella comunión el uno para el otro, en ningún caso, uno sometido por el otro. Es así como Juan Pablo II lo indica: “esta unidad de los dos, que es signo de la comunión interpersonal, indica que en la creación del hombre se da también una cierta semejanza con la comunión divina (“Communio”)” (Mulieris Dignitatem, 7). Lo cual es considerado una tarea, puesto que no solamente se trata de vivir juntos, sino que recíprocamente.
El desarrollo de la mujer
Otro aspecto importante para considerar es el desarrollo de la mujer, que al igual que hombre debe ser integral, es decir, que debe abarcar todas las aristas de la persona, que en el caso de la mujer ha de ser más difícil socialmente compatibilizar la maternidad con su propio desarrollo laboral y profesional. El desarrollo de la sociedad debe poner en el centro a la persona humana, como ya lo habíamos mencionado en párrafos anteriores, aquello le otorga la misma dignidad tanto al hombre como a la mujer.
Es por ello, que todos los actores sociales y políticos debiesen permitir conseguir objetivos que permitan la humanización del ser humano, no debe dejar a nadie excluido, y ningún integrante de la sociedad debe quedar excluida de aquel desarrollo. La economía debiese preocuparse también de los marginados de la sociedad, que la globalización, muchas veces ha dejado a un lado, produciendo, como afirma el Papa Francisco, una cultura del descarte, donde lamentablemente, las mujeres se encuentran en muchas áreas de la sociedad y del mundo laboral y político.
Si bien han tenido mayores avances y ocupaciones, dicho problema no ha sido del todo solucionado y aún existen políticas públicas y leyes que dejan a un lado a las mujeres y reciben discriminación, al contrario, debiesen recibir la dignidad de persona, por el solo hecho de ser persona, independientemente que sea hombre o mujer. Benedicto XVI en su iluminadora encíclica social Caritas in Veritate, sostiene al respecto, que “en las iniciativas para el desarrollo debe quedar a salvo el principio de la centralidad de la persona humana, que es quien debe asumirse en primer lugar el deber del desarrollo” (47).
Se deben reconocer en toda persona humana los mismos derechos y deberes, los cuales han de ser considerados como inalienables y esenciales en el reconocimiento de la dignidad de la persona humana en la sociedad. Han de dar, como ya afirmaba San Juan XXIII, un lugar a la mujer en el espacio público, puesto que cada ser humano han de tener el pleno derecho de elegir el aporte que quieren entregar en la sociedad y la mejor manera en la que se quiere desarrollar. De ahí que la mujer, ya en la época del Papa Bueno ha de darse cuenta de que su espacio en la vida pública ha de ser evidente.
La misión que tiene la mujer
Manifiesta el Papa Juan XXIII que “La mujer ha adquirido una conciencia cada día más clara de su propia dignidad humana. Por ello no tolera que se la trate como una cosa inanimada o un mero instrumento; exige, por el contrario, que, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en el de la vida pública, se le reconozcan los derechos y obligaciones propios de la persona humana” (Pacem in Terris, 41). Lo cual ha de ser necesario para avanzar, ojalá a pasos cada vez más rápidos, en una mayor presencia de las mujeres en la vida política y de toma de decisiones, sobre todo, de las mas elementales de la sociedad.
En definitiva, la mujer ha ido alcanzando a tener el puesto que ha de merecer por su dignidad, que es la de ser igual en derechos y deberes que el hombre. Lo que no quiere decir, que deje de lado sus aspectos propios del ser mujer, pues ello no iría a favor del respeto por su integridad. Es así que la mujer ha de ser respetada en la sociedad por su dignidad, que desde la antropología cristiana consiste, al igual que en el caso del hombre, de ser creada a imagen y semejanza de Dios. Además, la sociedad debe luchar por tener en el centro de su desarrollo a la persona humana, donde la mujer no tiene que quedar en un segundo plano, sino que debe desarrollarse integralmente igual que el hombre.
Por último, la mujer ha de tener que seguir avanzando en su espacio en la vida pública, ya nuestra sociedad cuenta con grandes ejemplos de aquello a lo largo del planeta, pero aún falta mayor educación de liderazgo para las mujeres, pero también mayor formación para los hombres, para que sepan respetar la igualdad de derechos de las mujeres.
Por Ricardo Andrés Ramírez Basualdo. Chile. Profesor de la Academia de Líderes Católicos de Chile