El pasado 28 de diciembre de 2022, el papa Francisco publicaba la carta apostólica ‘Totum Amoris Est’ (‘Todo pertenece al amor’), a propósito del 400 aniversario de la muerte de san Francisco de Sales.
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Su recuerdo nos ubica frente a una dimensión de la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la paciencia y la afabilidad que contrastan diametralmente con lo que caracteriza al hombre moderno. Santo de la dulzura que nada tenía que ver con sensiblería, amaneramiento o simples maneras aparentes de cortesía artificiosas y puramente. Quienes lo conocieron, destacan en él, rostro, gestos, lenguaje, compostura que irradiaban cordialidad y gentileza, a tal punto que, se cree que esta virtud, se había revestido en él de forma humana.
De su obra publicada, destacarán dos libros: Introducción a la vida devota (1607) y Tratado del amor de Dios (1637). Obras tejidas por una sensibilidad muy particular. Una sensibilidad que ha concluido radicalmente que “tan pronto como el hombre fija con alguna atención su pensamiento en la consideración de la divinidad, siente cierta dulce emoción en su corazón, que muestra que Dios es Dios del corazón humano”. En estas líneas halla el Papa Francisco la síntesis de la obra de San Francisco de Sales: la experiencia de Dios es una evidencia del corazón humano. Lo cual nos lleva a concluir que este hombre vivió con intensidad inusitada la experiencia de Dios, pues que cada acción suya iba perfumada con el aroma del Evangelio.
Dios del corazón humano
El corazón podríamos señalarlo como la parte más íntima del ser humano: ¿su mismidad acaso? La Biblia nos habla del corazón como si se tratara de una cuarta parte de nuestro ser. Sin embargo, no parece ser así, a ciencia cierta, sino más bien, que el corazón humano está compuesto por los tres componentes de nuestra alma —nuestra mente, parte emotiva y voluntad— más la parte más importante de nuestro espíritu: nuestra conciencia. Afirma el Papa que se trata de una “actitud interior que une el pensamiento al sentimiento, la razón a los afectos”.
Esta posibilidad abre en el hombre la aventura de aprender a conocerse en Dios: “leer en Dios lo vivido por él y por los demás”. San Francisco de Sales entra en sintonía con un corazón que se manifiesta a través de la mente, la voluntad, la conciencia y la emoción. El corazón es puerta de todo nuestro ser, así como puerta a nuestra vida espiritual. Un corazón que debe alimentarse del recogimiento, de la quietud y de la unión, muy en la línea de Santa Teresa de Jesús y de la mística que se desprende del Cantar de los Cantares. El corazón lo verá San Francisco como un punto por medio del cual la vida espiritual coincide con la vida, con la finalidad de ordenar todo el ser personal a la plena realización del ser hombre: ser imagen y semejanza de Dios.
El éxtasis de la vida
En la Carta apostólica, el Papa Francisco nos refiere al éxtasis de la vida, que no es otra cosa que una verdadera vida cristiana fundada en la alegría de la vida: “Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta. pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias”. San Francisco de Sales nos lanza el reto de abrir nuestros ojos a una vida sobrehumana, espiritual, devota y extática, es decir, una vida, bajo todos los conceptos, fuera y por encima de nuestra condición natural.
Este documento del Papa Francisco, viene cargado con el perfume de la Introducción a la vida devota que, en su tiempo, fue una invitación a ser completamente de Dios, viviendo en plenitud la presencia en el mundo y los deberes del propio estado. San Francisco de Sales nos propone desarrollar una nueva antropología, una visión distinta del hombre, por medio de la cual nos aprendamos a contemplar como una arquitectura armónica donde el amor sea la razón de ser de todas las cosas. “Nada urge y aprieta tanto al corazón del hombre como el amor”, y el clímax de dicha urgencia es que “Jesucristo murió por nosotros, nos ha dado la vida con su muerte. Nosotros solo vivimos porque Él murió; murió por nosotros, para nosotros y en nosotros”. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela