Vivimos en un mundo de egos pequeños e inflados. Gran parte de los males de hoy proceden de una idea excesivamente reducida de la persona. Recortamos lo que cada uno es a una pequeña parte que es muy acorde a lo que es útil al consumismo hipercapitalista: el individuo-cuerpo que consume. Pero, en esta sociedad de hombres menguantes, cada uno sabe que es mucho más.
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Soy ese yo consciente que reflexiona y decide, pero también soy alguien que pasa un tercio de su vida soñando, soy mis deseos y anhelos, soy mis fantasmas, soy porque somos y somos porque soy, soy todo lo que fui en el pasado y no recuerdo, soy lo que estoy mirando, oyendo y oliendo todo el tiempo aunque no sea consciente de ello, soy mis omisiones, soy las consecuencias ignoradas de mis actos, soy en todas mis relaciones y vínculos, sigo siendo mi yo prenatal, soy la huella que dejaré, soy el eco de mis palabras y soy mis silencios, soy todo lo infinito que hay en mí, soy mi energía, mi dimensión mineral y biológica, cada organismo de mi interior, carne y espíritu, sobre todo, soy lo que soy amado y lo que amo, soy lo que doy y soy lo que recibo, soy en quien es el que es…
El ‘yo’
Hemos miniaturizado todo lo que es cada persona en un ‘miniyó’ de bolsillo posesivo y enfadado que se siente comprimido. Reclama la autodeterminación individualista, se obsesiona con su identidad, niega sus responsabilidades…
El yo es mucho mayor de lo que nos imaginamos, pero nosotros lo reducimos para adecuarnos al cuerpo-consumidor diurno que necesita el capitalismo, a la identidad superficial que necesitan los autoritarios, al hincha votante que requieren los partidistas. Reconocer todo lo que somos nos hace, a la vez, mucho más grandes y humildes.