No sé qué tengo con las ovejas. O las ovejas conmigo. Cuando voy de viaje y vislumbro por la ventanilla un grupo de ovejas medio salpicadas por alguna ladera, siento por dentro que alguien me quiere y me cuida. No me preguntes por qué… El primer recuerdo impactante fue un verano caminando hacia Gavarnie, en Pirineos. Nos sorprendió una tormenta de granizo antes de llegar al refugio. Íbamos con poca ropa (pleno agosto) y el granizo caían con tal fuerza que nos dejaron marcas en brazos y piernas. Atravesábamos la montaña lo más rápido que cada cual podía para alcanzar resguardo y, de repente, tras una loma, un inmenso rebaño de ovejas bajo la tormenta, aparentemente tranquilas, seguras. Y un punto oscuro en medio de ellas: era el pastor cubierto con su capa de lluvia, inamovible, aparentemente tranquilo, seguro. Y allí me quedé yo también unos minutos paralizada y empapada.
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Parece que a Jesús también le gustaban las ovejas y por eso nos las propuso para que entendiéremos de qué va esto de hacer hueco a Dios en nuestra vida, como dos amigos (porque de eso se trata, no más). Confieso que a mí no me molesta en absoluto sentirme oveja de un buen pastor, aunque soy bien consciente que en nuestra cultura actual se asocia a borreguismo, a falta de personalidad o sometimiento. Pero no. Quien haya visto a un pastor con sus ovejas no creo que minusvalore su tarea y su compromiso. Quien haya visto cómo un pastor o pastora conoce a cada una de sus ovejas sin poder confundirlas, dejará de decir que son gregarias y sin autonomía.
¿Sabías que probablemente la oveja es el primer animal “domesticado” por un ser humano, allá por el año 11.000 a. C.? Yo prefiero decir que fue el primero capaz de ser amigo de un humano. También dicen que son animales de un carácter dócil y tranquilo, pero a la vez, y quizá justo por eso, cuentan con una capacidad de alerta extraordinaria que les permite reaccionar con rapidez a cualquier posible ataque.
Como los humanos
Las ovejas tienen sus debilidades, como todos: se reconocen entre ellas de forma individual (como el pastor) pero prefieren siempre estar en compañía. Tanto que, si en ocasiones se pierden y se ven solas, sufren gran estrés y mucho miedo. No son perfectas, ni las más fuertes. Parece que su valor radica más en su carácter apacible, en su capacidad para crear vínculos, para reconocer caras y nombres. Habilidades comparadas con los humanos, según un estudio de la Universidad de Cambridge.
La vida nos da juego para tener un poco de oveja y de pastora y de león rugiente y de grano de trigo y de sarmiento… ¡Cada persona es tan compleja y simple a la vez que tiene espacio dentro para casi todo! Esta vez dejadme que las protagonistas sean las ovejas, ni siquiera el pastor. A Él seguro que no le importa.
Dejadme que agradezca la lucidez de las ovejas para recordarnos lo importante que son los otros, que somos seres en relación, que merece la pena seguir fiándonos de los demás aunque ya nos hayan dado más de un bocado esos lobos vestidos de oveja, que todo en la vida no depende de la fuerza y el poder, que donde algunos ven sometimiento y borreguismo a veces solo hay calma y sencillez con nombre propio.
En definitiva: gracias a las ovejas de mi vida y a cuantas siguen alegrándome la vida cuando las encuentro. Y una confesión: intuyo que para ser pastores o cuidadores de la vida en cualquiera de sus formas, antes hay que ser capaces de ser buenas ovejas.