Hace unas semanas estuve con un joven padre encandilado –y con razón– con su primer vástago ‘cuatriañero’. Le dije al crío que mañana jugaría con él y me contestó enseguida: “Mañana no, ahora”. El padre comentó: “Es que siempre lo quiere todo y ahora mismo”.
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Pensé después que eso no era un defecto de aquella criatura encantadora, sino una característica de todos nosotros los humanos. Solo que nosotros la tenemos más camuflada que los niños y, si es necesario, la revestimos con bellas palabras sonoras porque, además, somos muy poco dados a examinarnos con seriedad y profundidad.
Esta constatación me sugirió después la sospecha de que quizás estamos comportándonos así con la reforma “franciscana” de la Iglesia. Da la sensación de que algunas voces izquierdosas le están pidiendo a Francisco “todo y ahora mismo”. Como los apóstoles cuando creían que “es ahora cuando vas a implantar tu Reino” (cf. Hch 1, 6). Pero con la diferencia de que los apóstoles expresaban eso en forma de pregunta. Mientras que nuestros modernos superprogres lo expresan en forma de exigencia.
Dudas y esperanzas
Por si acaso ayuda, permítaseme expresar un poco mis dudas ante esas esperanzas que, por bellas que sean, no dejan de parecerme ingenuas. Porque la fe cristiana no es ilusión: y hay que ser sencillos como las palomas, pero también sagaces como las serpientes. Y si acaso tengo algo de razón, recuerden los lectores aquella frase de Gregorio Marañón: “El mérito de la verdad no está casi nunca en quien la dice, sino casi siempre en quien sabe escucharla”.
A manera de prólogo, me gustaría contar que, con casi 90 años encima, hay una experiencia que creo haber vivido en todos los grupos (eclesiales, religiosos, políticos, sociales, culturales…) por donde he andado metido.
Conservador o progresista
Cuando llegaba un superior conservador, procuraba gobernar solo con los suyos y le exigíamos poco: quizá murmurábamos y le criticábamos mucho, pero nada más. Cuando llegaba un superior de los que llamaríamos hoy progresistas, procuraba gobernar de manera más inclusiva que el anterior: lo cual le obligaba a caminar a paso menos rápido de lo que nos hubiera gustado a nosotros. Pero, además, nosotros le exigíamos el triple o el quíntuple de lo que ni de lejos habíamos pedido a su antecesor.
Hoy sé que eso pudo ser fuente de dolores y dificultades para alguno de mis diversos superiores de antaño. Me pregunto cómo pudimos portarnos así y hasta me brota sonriente el recuerdo de una vieja frase típica de don Francisco Franco Bahamonde, con su vocecita atiplada y su tono de perdonavidas: “Son como niños…”.
Experiencia repetida
Temo ahora, sinceramente, que esa experiencia se esté repitiendo hoy a nivel eclesiástico con el pontificado de Francisco. Y si lo comento es porque temo también que, si nos comportamos así, la cosa puede empeorar en vez de mejorar. Y esto me preocupa.
Sospecho que muchos y muchas de esos “divinos impacientes” no conocen bien lo dramático de la actual situación eclesial. La hostilidad a Francisco es mucho mayor y más poderosa de lo que imaginamos. Ya se ha convertido en tópico aquello de que tiene más aceptación entre los no creyentes que entre los católicos.
El peligro más serio
Y el peligro más serio no está en esos cardenales u otras figuras, más o menos públicas, que han hablado contra él. Esos, creo que ya se han desautorizado a sí mismos. Pero hay otro grupo más sagaz que, sin criticar públicamente a Francisco, lo que está intentando es que su sucesor sea otro más del gusto de ellos.
Son todos esos grupos –calificables como “más papistas que el papa” o “más católicos que el cristianismo”– los que parecen pensar que el catolicismo se reduce al aborto, la eutanasia y el control de la natalidad y que, además, las leyes civiles deben coincidir con su ley moral, incluso en una sociedad laica. A esos muchos se unen otros tantos, creyentes y no creyentes, que consideran que el derecho absoluto de propiedad es el único derecho “sagrado” e intocable, y que el capitalismo es el sistema mejor que existe y no un sistema “que mata” o “de descarte”.
Sin críticas directas
Esos grupos no actuarán con críticas directas, sino argumentando pedagógicamente y con aparente serenidad que hay que procurar integrar a todos, apelarán a que la Iglesia es comunión (citando al Vaticano II) o a que la historia camina mejor alternando de un lado al otro, como vemos incluso en nuestras democracias; y que en estos momentos hay que compensar determinados desmanes de algunas izquierdas ateas que están haciendo mucho daño a la sociedad… Ninguno de esos argumentos es totalmente falso sin más. El problema reside en su manera de entenderlos y aplicarlos.
Creo poder definir a esta corriente conservadora como una visión –quizás inconsciente– de la Iglesia “para sí misma” y no como servidora del mundo: como si el reinado de Dios se redujera solo a la Iglesia y no al mundo entero, que es el verdadero objeto del amor de Dios (cf. Jn 3, 16-17).
Dos tendencias
En el fondo, laten aquí dos tendencias que hace unos años analizaron con cierto detalle algunos teólogos (Metz y Castillo, entre otros): una que se centra sobre el dolor del mundo y que es típicamente bíblica; la otra centrada toda ella en el pecado y que es más “religiosa” que propiamente bíblica.
Por supuesto, ambas actitudes no son incompatibles: buena parte del dolor del mundo es fruto de errores y pecados humanos, y creo que no tenemos idea de la cantidad de dolor y de sufrimiento que soporta nuestro planeta ni, muchas veces, de sus verdaderas causas. Lo que sí quiero decir es que la espiritualidad humana cambia mucho según nos situemos en un lado o en el otro. Y vale aquí la distinción entre “fe” y “religión” que, desde Bonhoeffer y Barth, ha adquirido ya carta de ciudadanía en el mundo teológico.
El buen samaritano
Ambas tendencias las veo, además, bien reflejadas en la parábola del buen samaritano, por las diferencias entre el sacerdote y el levita (a quienes no faltaban razones “religiosas” para pasar de largo), por un lado, y el samaritano, por el otro. Y no es casualidad que esa parábola ocupe tanto espacio en la encíclica ‘Fratelli tutti’, que es el documento más definitorio de la mentalidad de Francisco y –en mi modesta opinión– uno de los textos más necesarios para el mundo de hoy.
Lo que intento decir aquí es que esta corriente opuesta existe, que dispone de medios para su propaganda y que tengo motivos para sospechar que, en estos momentos, va trabajando ya sigilosamente en esa dirección. Incluso me pregunto, a veces, si la razón por la que Francisco no ha dimitido ya, a pesar de su delicada salud y de que, en otros momentos, se había manifestado en favor de esa posibilidad, es porque sabe que su reforma de la Iglesia no está todavía bien consolidada y, por eso, trata de aguantar lo más posible. (…)
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Índice del Pliego
1. Una experiencia repetida
2. “Este partido aún no está ganado”
3. Dos eclesiologías
4. Dos modos de reaccionar
5. ¿Peligros reales?
6. Mis límites
7. Recogiendo velas
A MODO DE APÉNDICE: Dos ejemplos