Jozsef Mindszenty (1892-1975) es la persona que representa por antonomasia la resistencia del pueblo húngaro frente a la persecución comunista y una de las figuras más dramáticas de la mal llamada “Iglesia del silencio”, que sobrevivió a siete décadas del yugo soviético.
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En sus memorias, escritas en Viena en 1974, describe así sus humildes orígenes: “Nací el 29 de marzo de 1892 en Mindszent. Mis padres, Janos Pehn y Borbala Kovacsy, poseían una propiedad de una decena de hectáreas. Mi padre era agricultor y viticultor. Éramos seis hermanos y hermanas; dos de ellos, gemelos, murieron pocos días después de nacer. Un tercer hijo falleció cuando tenía ocho años: nuestro hogar estaba iluminado por el amor de una madre inteligente y buena”.
En un campo de concentración
En ese ambiente creció su vocación y fue ordenado sacerdote en 1915; cuatro años después, durante la efímera República Soviética, fue internado en un campo de concentración. En marzo de 1944, Pío XII le nombra obispo de Veszpren; un año después, el papa Pacelli le eleva a la sede primada de Esztergom y, en 1946, le hace cardenal.
Después de la segunda Guerra Mundial y de la instalación en Budapest de un Gobierno súbdito de Moscú, el 26 de diciembre de 1948, el cardenal es arrestado con la acusación de alta traición, espionaje y tráfico de divisas. Trasladado a la tristemente prisión de la calle Andrassy, número 60, de la capital magiar, en febrero de 1949 tiene lugar un proceso-farsa en el que se le condena a la pena de muerte, conmutada por la cadena perpetua.
En la embajada de Estados Unidos
Después de siete años de prisión en la cárcel de Kobanya, la revuelta de los jóvenes, explotada en octubre de 1956, logró que Mindszenty fuera liberado, pero, tres días después, cuando los tanques soviéticos aplastaron la rebelión e implantaron su “normalidad”, se vio obligado, para salvar su vida y su libertad, a pedir asilo político a la embajada norteamericana. El Gobierno de Washington se lo concedió y, a partir de entonces, vivió exiliado durante años en la sede diplomática.
La situación se prolongó largo tiempo, pero Juan XXIII había iniciado ya un hábil acercamiento a las autoridades moscovitas y, por orden del Papa, el cardenal Franz König, arzobispo de Viena, se encuentra el 18 de abril de 1963 con Mindszenty, que le recibe con frialdad y desconfianza; quince días después, monseñor Casaroli, entonces vicesecretario para Asuntos Extraordinarios de la Santa Sede, visita Budapest para entablar negociaciones sobre el “modus vivendi” de la Iglesia católica en algunos de los países satélites de la URSS.
Acercamiento vaticano a la URSS
Muerto el “papa bueno”, su sucesor, Pablo VI, reanuda la que entonces ya es conocida como la “ostpolitik” vaticana. Casaroli es el “factótum” de tan delicada operación, coronada con algunos éxitos como la liberación del arzobispo checoslovaco Beran y el nombramiento de diversos obispos en los países detrás del telón de acero. En Budapest se suceden los encuentros de emisarios vaticanos con Mindszenty, que se obstina en no abandonar Hungría a pesar de las insistentes peticiones del Montini.
El 25 de abril de 1971, el primado húngaro recibe a los enviados papales, Jozsef Zagon y Giovanni Cheli, que discuten con él las condiciones en que se desarrollará su salida de la embajada y su llegada a Roma. Tres días se prolongaron las arduas negociaciones y, por fin, Mindszenty escribió una carta al Papa en la que afirmaba: “Subordino mi destino a los intereses de la Iglesia”. El 10 de julio, la comitiva con el purpurado atravesó la frontera austriaca y, desde Viena, volaron a Roma.
La emoción de Pablo VI
En el aeropuerto de Fiumicino le acogió Casaroli y en su compañía se dirigieron al Vaticano, donde le esperaba Pablo VI, que, muy emocionado, le abrazó, puso en su dedo anular el anillo del Sínodo que estaba por comenzar y le regaló una cruz pectoral. En la misa de apertura de la Asamblea Sinodal, celebrada en la Capilla Sixtina, Montini saludó su “intrépida firmeza en medio de tantos sufrimientos”.
El resto de la historia es más conocida: Mindszenty se trasladó poco después a Viena, donde falleció en 1975 y fue enterrado en la Abadía de Mariazell. Sus restos, como había dejado establecido en su testamento, están sepultados en la catedral primada de Esztergom, donde había sido coronado el rey san Esteban.
Cuando Juan Pablo II visitó su tumba en 1991, le definió como un precioso testigo de “fidelidad a Cristo y a la Iglesia, así como de amor a la patria”. Francisco ha reconocido sus “virtudes heroicas”, abriendo así el proceso de su posible beatificación. Hoy, llega a su patria.