Tribuna

La Vida Consagrada en EE.UU.: presencia profética

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Según la Conferencia Episcopal, en Estados Unidos, la Vida Consagrada sigue atrayendo en su mayoría a los blancos. A pesar de que el 40% de los católicos en EE.UU. son hispanos, solo un 5% de todos los que profesaron el año pasado en las diferentes familias religiosas son hispanos. Las estadísticas nos hacen soñar en ver más hispanos tomando los hábitos en un futuro muy cercano, ya que en la actualidad el 50% de los católicos menores de 18 años en este país son hispanos.



Como en otros países, muchas congregaciones y órdenes religiosas vamos reduciendo nuestro territorio de servicio en las diócesis; las casas se van remodelando con rampas y elevadores para los religiosos mayores y enfermos. Es difícil mantener la apariencia de ser una comunidad religiosa joven, entusiasta y ágil ante el joven que se acerca con inquietud vocacional y desea conocernos más a fondo.

Los que se animan a iniciar un proceso de formación serio, deben trasladarse al país donde está la concentración de formandos de varios países; en nuestro caso el aspirantado está en México y el teologado en España. Otras congregaciones ofrecen a sus aspirantes formarse, trabajar y morir en EE.UU. porque su provincia no tiene casas fuera del país.

Admiración y respeto

La sociedad americana quizá no comprenda a los consagrados, pero les respeta y admira, especialmente las comunidades religiosas comprometidas en trabajar para el bien de la sociedad. La admiración es aún mayor hacia las y los valientes que llevan el hábito. En una sociedad donde los valores absolutos van perdiendo fuerza, la Vida Religiosa sigue siendo un signo de los ideales religiosos sobre los cuales se construyó esta nación, los consagrados son un recordatorio de que aún sigue vigente lo que es bueno y agradable a Dios.

Un riesgo que corre la Vida Consagrada en EE.UU. es cerrarse en sí misma demasiado tiempo para planear, estudiar y contemplar sus propios problemas, miedos e inseguridades. Los diversos institutos intercongregacionales de vida religiosa en el país tienen claro que la unión hace la fuerza; si una congregación va a morir, que no muera olvidada en el aislamiento en el que se envolvió sola por defender lo suyo.

Es hora de cuestionar la estrategia de la promoción vocacional entendida como un “barrer pa’casa”. Los religiosos tenemos el principal reto de seguir haciendo presencia profética en la Iglesia. Nos toca acompañar al marginado, amarle como Jesús ama, dialogar con la sociedad invadida por verdades a medias, confusión y división. Los medios televisivos, de imprenta y digitales, sutilmente cumplen el objetivo de convencer a la población de que las instituciones tradicionales cristianas del país son el principal enemigo “inquisidor” de las minorías.

Adaptarse a la realidad

Sin ser absorbidos por las tentaciones de los tiempos, los consagrados estamos llamados a buscar maneras de entrar en diálogo con esta sociedad necesitada de la verdad del amor de Dios encarnado en Cristo Jesús y que da la auténtica libertad. Con la seguridad de que nuestro carisma es bueno y necesario para la Iglesia y para la sociedad, saquémoslo de la vitrina y regalémoslo a los laicos al comunicarles la Buena Nueva de la salvación.

Me vienen a la mente aquellas fábricas que se especializaban en un determinado producto y la pandemia les obligó a dar un giro en su producción para ofrecer lo que verdaderamente era necesario debido a las circunstancias; de igual manera, la realidad actual nos invita a reconocer con humildad que quizá lo que creíamos era lo “único” que ofrecía nuestra orden o congregación desde su fundación, ahora no es necesario.

Dando pasos para dejar a un lado actitudes de autosuficiencia y todo espíritu de competencia y sin perder el propio carisma, las congregaciones que van a menos en EE.UU. deberán continuar con las iniciativas intercongregacionales para equiparse de lo que Dios (y seguramente sus fundadores) desea que ofrezcan a la Iglesia y al mundo.

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