La iglesia de santa Isabel de Hungría de Budapest ha acogido el encuentro del papa Francisco con una representación de pobres y refugiados. Una parada obligada y marcada en la agenda de este viaje del pontífice al país. De hecho, “Me siento feliz de estar aquí entre ustedes” fueron las primeras palabras del pontífice.
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“Los pobres y los necesitados —no lo olvidemos nunca— están en el corazón del Evangelio: Jesús, en efecto, vino ‘a llevar la Buena Noticia a los pobres’”, reivindicó el Papa. Para él, los pobres “nos indican un desafío apasionante, para que la fe que profesamos no sea prisionera de un culto alejado de la vida y no se convierta en presa de una especie de “egoísmo espiritual”, es decir, de una espiritualidad que me construyo a la medida de mi tranquilidad interior y de mi satisfacción”.
El lenguaje de la caridad
“La fe verdadera, en cambio, es aquella que incomoda, que arriesga, que hace salir al encuentro de los pobres y capacita para hablar con la vida el lenguaje de la caridad”, recalcó. En este sentido puso de manifiesto la fuerza del “lenguaje de la caridad” ejercida por santa Isabel, quien dejó su vida cómoda en la corte para dedicarse a los pobres. Ella, recalcó, “no sólo gastó sus bienes, sino también su vida en favor de los últimos, de los leprosos y de los enfermos, hasta llegar a curarlos personalmente y a llevarlos sobre sus propios hombros”.
El Señor, recalcó, que “casi nunca llega resolviendo nuestros problemas desde arriba, sino que se hace cercano con el abrazo de su ternura, inspirando la compasión de hermanos y hermanas que se dan cuenta de ellos y no permanecen indiferentes”. “La compasión hacia todos, especialmente hacia los que están marcados por la pobreza, la enfermedad y el dolor. Necesitamos una Iglesia que hable con fluidez el lenguaje de la caridad, idioma universal que todos escuchan y comprenden, incluso los más alejados, incluso los que no creen·, reclamó tras escuchar un testimonio.
Una Iglesia en salida
Por ello expresó su “gratitud a la Iglesia húngara por el esfuerzo realizado en la caridad, un compromiso extenso: han creado una red que conecta a muchos agentes pastorales, a muchos voluntarios, a las Cáritas parroquiales y diocesanas, y también a grupos de oración, comunidades de creyentes y organizaciones pertenecientes a otras confesiones, pero unidas en esa comunión ecuménica que brota precisamente de la caridad”.
“Y gracias por el modo con que han acogido —no sólo con generosidad sino también con entusiasmo— a muchos refugiados procedentes de Ucrania”, recalcó. “El recuerdo del amor recibido reaviva la esperanza, anima a emprender nuevos caminos de vida. En efecto, también en el dolor y en el sufrimiento se encuentra la valentía de seguir adelante cuando se ha recibido el bálsamo del amor: es la fuerza que ayuda a creer que no todo está perdido y que un futuro diferente es posible”, añadió comentando el testimonio de una familia de refugiados.
Para toda la Iglesia reclamó “¡no es suficiente dar el pan que alimenta el estómago, es necesario alimentar el corazón de las personas! La caridad no es una simple asistencia material y social, sino que se preocupa de toda la persona y desea volver a ponerla en pie con el amor de Jesús: un amor que ayuda a recuperar belleza y dignidad”, reivindicó.