Una buena decisión, por más que se tarde en ser tomada, deberá ser siempre alabada. Bueno. Esa es mi opinión. Aunque no faltará quien se queje de esa demora.
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Ello aplica a la reciente disposición del Papa, en relación al voto femenino en el próximo sínodo, a realizarse en dos sesiones: del 4 al 29 de octubre de este año, y en octubre del 2024. En un gesto para algunos tardío y para otros apresurado, Francisco de Roma ha indicado que las mujeres participantes en la asamblea sinodal podrán votar sobre los asuntos ahí tratados.
¿Cómo?, se preguntará algún lector, que desconoce la ancestral discriminación hacia la mujer en la Iglesia Católica, ¿a poco las damas que participaron en asambleas sinodales anteriores no podían votar? Así es. Por ello muchas personas la consideran como una de las instituciones más machistas del mundo.
Pese a que el sufragio femenino fue aceptado por Nueva Zelandia el 19 de septiembre de 1893, es decir, hace ¡130 años!, y que, además, la Asamblea General de las Naciones Unidas, del 20 de diciembre de 1952 -o sea, hace 70 años-, estableció: “Las mujeres tendrán derecho a votar en todas las elecciones en igualdad de condiciones con los hombres, sin discriminación alguna”, en ese tipo de reuniones eclesiásticas no era aceptado.
¿Por qué, entonces, tal disparidad cronológica? Algunos defensores de esa restricción sostienen que, como las asambleas sinodales no son democráticas -se le presentan al Papa las resoluciones y él las confirma o las rechaza-, por ello no es necesario que las mujeres voten. Se le puede replicar que, si así son las cosas, lo mismo debería aplicarse a los varones votantes.
Hay, sin embargo, otra razón que me parece más expresiva del actual momento eclesial. Bergoglio no quiere imponer cambios desde su autoridad cupular, sino que ellos vengan consolidándose de abajo para arriba. Si a esto agregamos la gran oposición, creciendo día a día, que enfrenta el argentino para ejecutar las reformas ansiadas, comprenderemos su actitud: las prisas no van con él.
Para quienes quisiéramos ver ya cristalizados tales cambios -que tarde o temprano llegarán- convendría que fuéramos un poco más pacientes, por una parte y, por otra, que viéramos más allá, como lo sugiere González Faus, de temas como el aborto, la eutanasia, los anticonceptivos, el sacerdocio femenino, el celibato sacerdotal obligatorio, el matrimonio de homosexuales y la comunión a divorciados vueltos a casar. Todos esos tópicos exigen una reforma radical, es cierto, pero no son los únicos.
Pero, bueno, hay que ser optimistas. Por fin se terminó con una de las prácticas más aberrantes de nuestra Iglesia Institución. Enhorabuena.
Pro-vocación
¿Por qué será que altos jerarcas insisten -y con una vehemencia que podía ser empleada para mejores causas, como apostar por la austeridad en sus vestiduras litúrgicas- en que el sínodo no es democrático? ¿Por qué este temor a que los laicos se empoderen cada día más? ¿Será que tienen miedo a perder sus privilegios?