Se encuentra en injusto cautiverio el obispo nicaragüense Rolando Álvarez. Perseguido y secuestrado por la dictadura de Daniel Ortega desde mayo de 2022 por denunciar los desmanes que el gobierno protagoniza en contra del pueblo humilde.
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Esto, como bien sabemos, no es una novedad en Latinoamérica. Nuestra historia está repleta de escenas idénticas, algunas con finales sangrientos y perturbadores como los ocurridos en El Salvador. Mientras redactamos estas líneas, pedimos a Dios que nos bañe de su justicia y permita a quienes conducen estos actos bochornosos, corregir, arrepentirse y convertirse, pues no se han dado cuenta de que su cautiverio es mucho más oscuro y lamentable.
Este episodio con Monseñor Álvarez me recuerda, como seguro recordará a muchos, lo vivido por Francois Xavier Van Thuan, sacerdote vietnamita, que transformó su vida en testimonio vivo del amor vivo de Jescucristo.
Un sacerdote con una fuerza espiritual sólida como la cruz del Señor, pero una cruz cuyo sentido pleno es el amor y la resurrección, que tuvo que lidiar hasta el dolor extremo con gobiernos brutales, totalitarios, corruptos y criminales, como también tuvieron que hacerlo otros sacerdotes como el polaco Jerzy Popiełuszko. Hombres y mujeres que se mantuvieron firmes en el amor, así como resaltó Monseñor Álvarez: “Nuestro corazón está lleno de amor, por eso estamos en paz. Nuestro corazón está lleno de perdón, por eso estamos en paz”.
Un medicamento para el estómago
En mayo de 1975, Van Thuan fue arrestado y encarcelado, dando inicio un espeso y largo cautiverio que se extenderá por trece años, sin juicio, sin sentencia, nueve de los cuales los pasó incomunicado. Totalmente desconectado del mundo amable, buscó, en medio de la oscuridad, la luz del otro, en especial de ese gran Otro que es Dios. Lo logrará a través de un niño que lo utilizará como puente para enviar su mensaje. Ese cautiverio lo condujo a vivir la aridez de estas sin la Eucaristía, como también a reivindicar la convicción de que la fuerza que precisaba para mantener su alma y su estado de ánimo solo le podía venir del encuentro con el Señor.
Por ello, en uno de esos mensajes que lograron salir, pidió a sus hermanos le enviaran un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago y hostias escondidas en una antorcha contra la humedad. Escribe sobre esto Van Thuan: “Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa (…). La Eucaristía se convirtió para mí y para los demás cristianos en una presencia escondida y alentadora en medio de todas las dificultades”.
Efectos de la medicina para el estómago
Su cautiverio se hizo mucho más extremo, vergozoso y hostil. Conoció el silencio de la soledad más objetiva. No solo estaba aislado, sino que, quienes lo custodiaban, tenían la orden expresa de no dirigirse a él. Decidió, entonces, lo inusual, esos signos de contradicción que distinguen al cristiano. Empezó por sonreírles e intercambiar palabras amables. Poco a poco, el muro de frialdad fue cediendo. Dios puede hacer brotar la luz de la oscuridad más imposible, incluso la del corazón de los hombres. Van Thuan comprendió y nos ayuda a comprender que es la libertad del amor el efecto más precioso de la medicina para el estómago.
Imagino su celda, su encierro, veo su rostro con un brillo distinto al que cincela el calor y la angustia. Veo un rostro iluminado por las constantes visitas del Señor para tan solo decirle: “¡Francois, aquí estoy, Soy Jesús!” como en su historia del viejo Jim. La oscuridad nunca será absoluta y con Jesús y María en el corazón, pues mucho menos. Estas experiencias, como la de Monseñor Van Thuan y ahora la de Monseñor Álvarez, son testimonios de hombres que han sido y son testigos de la esperanza.
Esa esperanza que despierta en la vida del hombre, el amor misericordioso de Dios, que trasciende toda lógica humana, especialmente en los momentos de mayor angustia. Por ello, no solo son testigos de la esperanza, sino que, al serlo, nos muestras el camino para ser, como ellos, luces en el mundo. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela