Tribuna

La Vida Consagrada en Europa: en manos de Dios

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Si queremos responder a la pregunta sobre el futuro de la vida religiosa en Europa, debemos tener en cuenta que Europa no es una unidad. Al contrario, Europa es un rompecabezas de lenguas, mentalidades e historias. Hay países que en el pasado han estado ocupados por otros países europeos (y algunos siguen estándolo), de modo que no se puede componer un cuadro unificado. Si nos fijamos en la Iglesia católica, podemos dividir a grandes rasgos Europa en Occidental (como ejemplo, los Países Bajos, que durante mucho tiempo han estado divididos entre protestantes y católicos, y tienen una tradición muy antigua de libertad de conciencia), Central (como Austria, Polonia, España, Italia, Irlanda y Portugal, Estados en los que la tradición católica desempeña un papel identitario) y Europa del Este, donde la tradición religiosa es un punto de orientación identitario, en su mayoría ortodoxos.



En la sociedad europea occidental moderna, la religión se ha convertido en un asunto privado y las raíces de las propias creencias religiosas apenas se conocen ya (en los programas de preguntas y respuestas, las preguntas relacionadas con la religión se responden peor). Cuando se necesita una dimensión más profunda, se acude al supermercado religioso o se busca el sentido de la vida totalmente fuera del ámbito religioso. Las iglesias se están vaciando (y tampoco se han recuperado tras la pandemia del coronavirus). Por su parte, la Iglesia-institución está perdiendo su sentido. Los religiosos están casi fuera de foco y –en parte debido al envejecimiento de la población– las vocaciones son muy escasas. Muchas comunidades religiosas tienen que ver cómo tirar del carro y gestionar adecuadamente sus recursos.

Los migrantes

Por otro lado, también vemos el efecto positivo de la globalización: los migrantes rejuvenecen la sociedad y a menudo traen consigo una experiencia de fe entusiasta. De ahí que esta Iglesia fuertemente internacional deba oponerse enérgicamente al creciente populismo. El régimen comunista en Europa del Este no consiguió destruir la religión en muchos lugares. Los abuelos solían transmitir la fe a sus nietos. No siempre se trataba de una fe con base teológica, sino mucho más de una experiencia emocional. Tras la caída del muro, la fe floreció, y hoy reinan las formas tradicionales (liturgia, hábito) y el compromiso enérgico con el apostolado. Como resultado, los religiosos son más visibles aquí y aparecen vocaciones.

En todos los casos llama la atención que la gente siga buscando el misterio, aunque esta búsqueda se vea muy dificultada por la prosperidad (“No necesitamos a Dios”). Sin embargo, los grandes cambios de nuestro tiempo sacuden Europa con tensiones y crisis, incluso con guerras. Esto intensifica aún más la búsqueda del sentido de la existencia. Al hacerlo, corresponde al religioso guiar a las personas en esa búsqueda. Encontrarse a la altura de los ojos, interesarse profundamente por el otro y tener paciencia en la relación son “especialidades” de los religiosos y cada vez más demandadas en un mundo en el que todo parece estar en peligro.

El futuro está ahí, habida cuenta de la dotación de recursos y la concienciación en el seno de los institutos religiosos y del creciente número de “laicos” que mantienen relaciones con ellos y con sus fuentes de inspiración. Las personas implicadas se comprometen de diversas maneras a sostener las comunidades y su patrimonio; la participación adopta formas diferentes. Nuevas iniciativas despegan en lugares donde no se las esperaba. Las formas que adopte ese futuro están en manos de Dios…


*Marjolein Bruinen, OP, secretaria general de la Unión de Conferencias Europeas de Superiores Mayores