José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Lámpara encendida


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Uno de los 100 relatos breves de la Antología de Eduardo Galeano se titula ‘Un mar de fueguitos’. Dice así:

“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.

Y dijo que somos un mar de fueguitos.

-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.

No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.



De pequeños fuegos sabía mucho el P. José María Rubio, y  que quería vivir como lámpara encendida y así se lo pedía a Dios frecuentemente. Una imagen que él encarnaba muy bien y que nos puede servir de fuente de inspiración.

Del centro a la periferia y viceversa

Lámpara encendida quería ser este santo jesuita almeriense y madrileño (1864-1928) bajo cuyo patrocinio se encomienda el Centro P. Rubio de la Fundación S. Juan del Castillo donde trabajo. Esta Fundación es como una casa con dos puertas en dos barrios de Madrid: una en el centro (Jesuitas en la calle Maldonado) y otra en un barrio cercano a la Plaza de Castilla (Centro Pueblos Unidos en Barrio de la Ventilla). Dos puertas que atraviesan muchas vidas de migrantes, llamando a esas puertas en busca de servicios de acogida, defensa, promoción e integración. En un recorrido (del Centro a la Periferia y de la Periferia al Centro) que también hacen hoy los técnicos y profesionales que les atienden. Y junto a ellos los voluntarios y voluntarias que prestan su servicio, a quienes Gloria Fuertes les llama artistas cuando dice que “… el premio del voluntariado es que pasa a ser un artista. El voluntario no ha pintado un cuadro, no ha hecho una escultura, no ha creado una música, no ha escrito un poema, pero ha hecho una obra de arte con sus horas libres. Todavía hay milagros, milagros demostrables, que los hacen, que los hacéis. Y los harán los nuevos voluntarios”.

Milagros. Como también hacía a su manera el P. Rubio en el contexto de su época y cuyo abordaje desbordaría lo límites de este breve artículo. Hoy quizás los milagros –más escondidos– son como los que tienen que ver con el compartir los panes y los peces que tenemos y que cada uno aporta desde la diversidad que siempre enriquece. Con paciencia, resistencia y resiliencia. Con esperanza, en suma.

Y del Centro a la Periferia, también en un viaje de ida y vuelta, era el que hacia el P. Rubio cuando viviendo en la antigua Residencia de los jesuitas (hoy desaparecida) en la calle de la Flor, cerca de la Gran Vía actual, se dirigía muchas veces, a La Ventilla. Allí llegó una vez terminado el último periodo de su formación como jesuita (1910-1911) en Manresa (Barcelona), donde Ignacio de Loyola aprendió a ver con ojos nuevos las heridas de la vida propia y ajena para apostar por una manera nueva de ayudar al prójimo. Y en Madrid el P. Rubio permaneció el resto de su vida.

Padre Rubio

Un santo a pie de vecindad preocupado por la formación

Fue un jesuita muy comprometido con los más olvidados de los barrios periféricos de Madrid, a principios del siglo XX. Se preocupó mucho por la formación de los que no la tenían. Sabía que aquí había un arma de futuro. Como también sabemos hoy que la solidaridad debe utilizar siempre la herramienta imprescindible de la formación para aquellos a quienes se sirve y para quienes lo hacen.

Su mensaje de felicidad en clave religiosa era muy sencillo: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Un santo cuya imagen está, sin peana, ahora en la nave central al lado de la gran cristalera del templo de S. Francisco Javier cerca de la Plaza de Castilla y que antes estuvo en la capilla del sagrario (recordando las muchas horas que pasaba junto a él y lo mucho que él promocionaba esta presencia humilde y callada en lo escondido en los pueblos empobrecidos). Ahora esa imagen está más cerca de la puerta de acogida y despedida y al lado de la calle, para darnos los buenos días o desearnos lo mejor al marchar. Porque el Padre Rubio era bastante normal; como un santo de la escalera de al lado. A pie de vecindad, vivía la Pasión por Dios que es inseparable de la Pasión por cuidar de los pobres y pequeños, de lo excluidos, por los que más lo necesitan. Desde esa nueva situación en el templo de una de las dos parroquias de la Unidad Pastoral que lleva su nombre (la otra es la parroquia San Ignacio de Loyola en Tetuán) puede “dialogar” con la Virgen del Quinche, que tiene enfrente al lado del altar Mayor, la llamada Virgen de los “sin papeles” y con quien de “esa manera” reforzará su apuesta por la liberación de los más pobres que, como dice la Iglesia española, son “los emigrantes sin papeles”. Porque como decía Pablo Guerrero al bendecir el cuadro del santo colocado junto a su sepulcro en el claustro de la calle Maldonado, los santos “no son únicamente intercesores a quien pedir favores, sino también “interpeladores” en quien fijarnos como modelos de vida cristiana. O como “referentes”, como se dice ahora. Ante quienes presentamos nuestras vidas como lámparas encendidas y gastándose.

Lámpara pequeña que encendió otros fuegos

Le llaman el “Apóstol de Madrid” con una calificación parecida a la aplicada a san Alberto Hurtado, el apóstol de la doctrina social católica en Chile, y cuya frase provocadora para trasmitir la causa liberadora que une la fe y la justicia, era aquella de que los jesuitas y sus obras teníamos que ser como “un fuego que enciende a otros fuegos”. De la mano del P. Rubio surgió un buen número de asociaciones como una red de espiritualidad y servicio. Una espiritualidad que hoy día se ha abierto en la Casa San Ignacio del mismo barrio de La Ventilla a diversas confesiones religiosas

Como veis de fuego va la cosa. Es decir, de pasión por el Reino y su justicia. Una invitación a poner especial atención al mundo que nos rodea, apreciando la diversidad de su gente, el contraste de situaciones y las desigualdades entre unos y otros, con el fin de convertirse en un fuego que, acogiendo a los otros al abrigo de su calor, nos permita cocrear un futuro esperanzador.

San Jose Maria Ventilla

Acompañando

Un fuego que hay que mantener y cuidar siempre, como en los pábilos vacilantes para que no se apaguen o como los rescoldos o las brasas en las hogueras que no pueden sobrevivir sin estar unidas unos a otras. O como una lámpara encendida que vela noche y día, escuchando, atendiendo, acompañando…

Que de esto bien sabía el P. Rubio. Horas y horas acompañando, ante largas filas de espera de gente que querían dejarse acompañar por él (en su época no era fácil concertar citas por teléfono o internet) para el consejo o la reconciliación.

Acompañamiento paciente que tanto se necesita hoy día en el trabajo con los migrantes. Ya lo señalan las líneas de actuación del Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes. Porque hoy día acompañarlos permite conocer sus necesidades reales y adaptar entonces la respuesta. Supone escucha y atención, no precipitación. Y análisis conjunto para la respuesta apropiada. A veces se trata sencillamente de estar a su lado, lo cual es un modo real de entrega y de solidaridad. Muchas veces no se pueden resolver todas las dificultades que se afrontan en este campo lo que a veces es fuente de desaliento y frustración. El P. Rubio nos inspira el acompañamiento como una forma de darse, y que permanece aun cuando ya no hay apenas nada que dar. Lo sabemos: la mera presencia puede generar esperanza y la permanencia produce serenidad y confianza.

“Como lámpara encendida” delante de los que hambrean acogida, dignidad, solidaridad, derechos y justicia, especialmente a los últimos y que llegan desde otros mares a este rompeolas que es Madrid.