“San Isidro Labrador, quita el agua y pon el son”, reza el viejo dicho que siempre repetimos cuando estamos debajo de una densa lluvia. Y que en estos días habría que darle la vuelta pensando que probablemente eso es lo que quiere San Isidro, en nuestra España vaciada y sin estructuras ni planes hidráulicos adecuados entre otras cosas por la pertinaz sequía de ofertas de acuerdo entre los que tienen capacidad de decidir enfangados en una insultante, agria, y vergonzosa descoordinación que me recuerda aquellas disputas por las lindes de los terrenos agrícolas. Seguimos sin aprender.
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El caso es que visité los recuerdos de San Isidro en Madrid en varios lugares. Al lado de un grupo de migrantes de variadas procedencias. Y lógicamente al hilo de esta visita estuvimos compartiendo el origen norteafricano que desvela su rostro y su figura. ¡Sí, norteafricano!
Eran las fechas (Uno de Mayo. ¡Sí, Uno de mayo!) de un grave accidente de autobús en Huelva de las temporeras marroquíes mientras iban al trabajo.
Recuperé experiencias recogidas de hace años. No solo de mis visitas a los campos de temporeros extranjeros en Andalucía. Sino palabras como estas expuestas ante el Papa : “Santidad, somos trabajadores agrícolas invisibles, peones olvidados, recolectores de la fruta que llegan a su propia mesa”. Las pronunció Aboubakar Soumahoro, de Costa de Marfil, un líder temporero, portavoz de los temporeros agrícolas —la mayoría migrantes, prófugos africanos— en Foggia (Italia) y gran defensor de sus derechos.
Un Occidente de plástico
Descartados, diríamos en el ‘román paladino’ del Papa. “Santidad, sus palabras son un bálsamo para nuestra lucha cuando dice que nuestra civilización tan competitiva, tan individualista, con sus frenéticos ritmos de producción y consumo, sus inmensos lujos e inmensos beneficios para unos pocos, necesita un cambio, un replanteamiento, una regeneración”.
En el Sur, esa civilización de la que se habla, se difunde como un paraíso que luego resulta cruel. E inexistente si solo se ve a través de las imágenes. Un Occidente de pantalla o de plástico. Al menos en sus valores fundantes tan recortados. Tan de plástico como las chabolas de tantos campos agrícolas del sur de España. Y de tantos sures del mundo.
Hay que salir de esas clandestinidades y regularizarlas. En el mundo, en Italia, y en España, reconocer los derechos y deberes de todo trabajador, y que se evite el flagelo del ‘caporalato’ que citaba el Papa en su contestación. Caporalato es la acción con la que el ‘capo’ capta ilegalmente mano de obra y trabajo agrícola a bajo costo. “Sigue adelante por la justicia social. No pares”, le dijo el Papa a Aboubakar. Como un mensaje papal. Para todos.
Lucha social y hondamente movida por la fe que desemboca en la justicia me asustan -por falsos y vacuos- los espiritualismos sin su correlato de compromiso que nos lleve a ser hombres y mujeres para los demás.
San Isidro. Oraba y trabajaba.
La oración y la acción. Con sencillez, con humildad (tan necesaria. ¡Sí, tan necesaria e imprescindible!).
Revolución espiritual
El mismo Aboubakar Soumahoro dijo delante del Papa, que le solicitó al temporero presentar la 55ª Jornada Mundial de la Paz el año pasado, estas frases con las que termino:
“Junto a los gritos de los pobres y de la tierra, también es urgente abordar el desconcierto espiritual que crea, entre otras cosas, un vacío de sentido que involucra a todos -intergeneracionalmente- y que genera tanto el egoísmo como el individualismo en nuestra sociedad gobernada por el dios dinero”, señaló Soumahoro.
Además indicó que “para hacer frente a estos desafíos, debemos tener el valor de lanzar una revolución espiritual capaz de entrar en la dinámica de la vida real, también para reconstruir el sentido de pertenencia a la misma comunidad humana”.
Finalmente, todo esto “requiere la idea de una acción social y política popular y no populista. Una política capaz de devolver la esperanza y no exasperar el sufrimiento, uniendo y federando a personas diferentes pero que comparten necesidades y sueños comunes”.
Quizás, elevar la mirada a San Isidro nos ayude a descubrirla y practicarla. Y pedirle que nos libre de tanto ‘caporalato’.