Hay procesos de vida que parecen no acabar jamás. Sangran y desangran el alma hasta que esta está a punto de fallecer por falta de fuerza para continuar. Son duelos, pérdidas, divorcios, renuncias o fracasos, en cualquier ámbito de la vida, que nos atrapan la psiquis y arrastran el cuerpo, sin dejarnos seguir adelante con paz.
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Sin embargo, hay momentos de Kairós, donde Dios mismo se hace presente con hilo y aguja para cerrar las heridas más complejas y suturarnos, finalmente, para respirar con libertad. Al menos eso espero, con la vivencia que les voy a contar.
Diosidencia total
Llevaba un buen tiempo asolada por una neblina en el alma que no me dejaba disfrutar del sol con paz y libertad. Conocía sus orígenes porque, desde mi nacimiento, ha sido compleja la historia familiar y, en los últimos años, me ha hecho llorar más de lo que hubiese querido en realidad. La procesión ha ido siempre por dentro, pero ya empezaba a hacer aguas en mi realidad global.
Vitrineando en Instagram a una argentina encantadora (@caroricci_psicologa), me recomendó el libro del psicólogo español Iñaki Piñuel Familia Zero y llegó a mi casa hace una semana. Tras apenas leer unas páginas, sentí la mano de Dios, comenzando a coser los puntos de una herida de 50 años que no ha parado de sangrar y sé que a otros también les puede ayudar.
Una breve síntesis
El autor, psicólogo y experto en abusos de la Universidad de Alcalá en España trata en el texto todas las consecuencias que padecen los hijos de progenitores narcisos y/o psicópatas integrados cuyas familias parecían normales en la sociedad, pero que en realidad faltaron en suplir de afecto incondicional, contención, seguridad y libertad que todo ser humano necesita para crecer y desarrollarse plenamente.
Por lo mismo, a lo largo de su vida adulta, estos niños “huérfanos” y/o perdidos sufren muchísimo y son vulnerables a seguir haciéndolo si no son consciente de su patrón tóxico de origen, que, gracias a Dios, se puede revertir con apoyo psicológico y mucho trabajo personal.
Disección y cirugía
Ciertamente, yo no he parado en mi intento de sanarme de una suma de heridas y traumas de infancia y adolescencia. La psicología, la espiritualidad, la fe y la incondicionalidad de los que me aman han sido terapia fundamental. Sin embargo, nunca había tenido hasta ahora el panorama tan claro y asertivo de todo lo que tuve que pasar. Este libro, en sus páginas, fue capaz de hacer una verdadera disección de mis modos de actuar, pensar y autogestionarme, que, si bien no fueron sorprendentes descubrimientos, sí fueron revelaciones que ya había podido intuir y algunas trabajar.
La contundencia de la realidad de que mi percepción no era “locura”, tampoco hipersensibilidad ni exageración, sino la respuesta esperada a una niña a la que le tocó el abandono, el abuso, la soledad y la traición, me dio fuerza para reconocer su resiliencia e inocencia como una certeza que antes estaba desdibujada por la culpa y la vergüenza.
El principio para sanar
Entendernos y conocernos es el principio para sanar. Encontrarme en un libro, reflejada en todas mis facetas luminosas y oscuras, en mis limitaciones y fragilidades, incluso en mi veta espiritual y mística, fue una bendición para poder ir cerrando medio siglo de dolor ininterrumpido y de un diálogo interior muy flagelante que no me dejaba en paz. Recién ahora puedo empezar a olisquear la compasión personal y a encontrar remansos de dulzura en mi interior que creí extintos.
Estoy recién saliendo del pabellón divino, espero no recaer y que la recuperación sea rápida y duradera, pero agradezco los puntos dados en mi herida y espero que a otros los pueda ayudar. De paso, si conocen al doctor Iñaki Piñuel, le agradecen de mi parte y, por favor, me contactan con él.