Bettina Berens, de 54 años, es religiosa en la comunidad de las Hermanas Misioneras de la Preciosa Sangre de Neuenbeken, en Alemania. Pero antes de llegar a la congregación había otra pasión en su vida: el fútbol. Algo en lo que, tal como ha explicado en una entrevista con Katholisch.de, era “bastante buena”, aunque en muchas ocasiones tuvo que escuchar lo de “solo los niños juegan al fútbol”.
- PODCAST: El CELAM apuntala su reforma
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
“A nosotras simplemente nos gustaba jugar juntas y no nos comparábamos con los hombres en absoluto”, señala. Sin embargo, siempre se sintió “apoyada” por su familia, y este deporte tuvo un papel muy importante en su vida. “Mi mejor amiga murió cuando tenía 8 años, mi padre también murió trágicamente antes de que yo naciera”, explica. “Hubo muchos cambios en mi vida, y jugar al fútbol siempre me dio estabilidad y también familia”, añade.
Crecer en el amor de Dios
Algo que, además, se conjugó perfectamente con la fe: “Cuando las cosas se pusieron difíciles en mi vida, siempre tuve la idea de un Dios Padre amoroso está sentado allá arriba en el cielo”. Así, cuando su carrera futbolística llegó a su fin, aunque “tenía un buen trabajo en Luxemburgo”, llegó un momento en el que sintió que “eso no era todo, que no era lo que quería hacer con mi vida”. Después de hacer varios retiros, conoció a la que hoy es su comunidad.
“Ya no juego al fútbol, pero sí que veo regularmente los partidos del Bayern de Múnich en la televisión”, asegura. Con quien sí juega es con los niños y jóvenes a los que atiende su comunidad. Además, junto a la parroquia de San Vito en Mönchengladbach acompaña a familias migrantes y en situación de dificultad. “En los últimos meses he estado muy involucrado en el apoyo a las familias ucranianas, y acabo de terminar mi formación como consejera de duelo para niños y jóvenes. Mi preocupación es seguir creciendo en el amor de Dios. Ese es mi objetivo hoy”.