Por último, y siguiendo la línea de las últimas semanas, voy a explicar lo que consideramos deseos y apetencias. Son aquellos bienes, servicios y experiencias que no creemos que sean necesarias, pero que nos gustan, que nos apetecen, que queremos poseer o disfrutar de ellas, aunque sean totalmente prescindibles en nuestra vida.
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Estos deseos y apetencias pueden ser limitadas. Puede gustarnos ir al cine y hacerlo una o dos veces al mes. Podemos encontrarnos saciados simplemente con esto y ver nuestro deseo cumplido sin más. Sin embargo, estos deseos y apetencias también pueden mostrarse como ilimitados. Por que “por querer, la luna”… De hecho, con frecuencia esto es lo que nos sucede, queremos más y más y parece no tener freno. Vivimos nuestros deseos como ilimitados.
El principio de “no saturación” que se considera esencial en la construcción del economicismo, se da sobre todo en estas apetencias y deseos que se convierten en anhelos ilimitados. El porqué de esta consideración tiene mucho que ver con la influencia social. Queremos más y más, simplemente porque quienes nos rodean también lo quieren. Cuando vemos que todos a nuestro alrededor disfrutan de algún bien o servicio, parece que nosotros también tenemos que hacerlo si no queremos sentirnos desplazados o simplemente menos que quienes nos rodean.
Se produce un efecto imitación que nos lleva a desear lo que otros desean. Con frecuencia queremos algo, simplemente porque todos lo quieren. En una sociedad basada en los deseos, además, aquellos que consiguen lo que otros desean lucen sus pertenencias o sus disfrutes para que todos vean que han logrado lo que otros quieren para ellos. Con frecuencia los medios de comunicación colaboran en este lucimiento de la riqueza de algunos. Muchas series televisivas y películas nos muestran familias o realidades de personas que tienen unos ingresos elevados y disfrutan de aquello que para otros son simples deseos. Ver la pobreza o la estrechez no es agradable.
El principio de la “no saturación”
Pero quizás la clave de lo suficiente está en cómo estas apetencias y deseos se pueden ir transformando poco a poco en necesidades personales. Cuando el deseo se convierte en necesidad, la manera de entender el mismo bien, servicio o experiencia cambia radicalmente. Porque si en un primer momento se trata de algo prescindible y totalmente opcional, en el segundo se convierte en algo sin lo cual alguien se va a sentir insatisfecho, algo que va a sentir como necesario y, por lo tanto, totalmente exigible. La clave para hablar de lo suficiente y para aceptar o no el principio de la “no saturación” está, precisamente, aquí, en la capacidad de convertir apetencias en necesidades personales o sociales.