Probablemente, después del temor a la muerte, el miedo al fracaso es el que sigue en la lista de los más anclados en la humanidad, ya que es el enemigo número uno del ego y de todos sus anhelos de omnipotencia y falsa realidad. El modo de vida actual nos ha seducido a todos con una pseudo felicidad que se inscribe con conceptos como poder, éxito, logro, tener, fama y dominio de sí mismo y de los demás, que se desvanecen como arena cuando se encuentran frente a frente con el fracaso real. Por esta razón, no solo es temido, sino evadido, ocultado, marginado y no aprovechado como una instancia de crecimiento en humanidad y fraternidad.
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La gran consecuencia de esta negación es que el 99,9 % de la población experimenta el fracaso y no sabe qué hacer con él, cómo atravesarlo, cómo sacar frutos de él, y se hunde en la soledad, el aislamiento y la creencia absolutamente errada de que los demás están exentos de esta realidad. La vida es con fracasos, con sufrimientos, con muerte, y eso es lo que nos permite desplegar todo nuestro potencia y creatividad y evolucionar como personas y como especie.
Lo que nos “venden” los medios
Para empeorar el panorama, los medios de comunicación “venden” a un grupo de “ganadores exitosos” como los dioses dueños de la felicidad, dejando a todo el resto de la población normal esclava de expectativas y necesidades de consumo falsas que generan, no solo la autopercepción de eternos fracasados y perdedores, sino una felicidad que nunca podrán alcanzar. El fracaso pasa a ser una “marca”, una condición, una maldición heredable en la raza, la condición social, económica, en la belleza, en la religión o cualquier otra característica que no sea parte de los cánones de ese 0,1 % que se cree estar en la cima por un tiempo.
La tendencia dominante, hoy en día, muchas veces es vivir “la vida loca”, con un presente hinchado, despreocupado y sin prever las consecuencias de pasos que pueden ser irreversibles. No podemos dejarnos llevar solo por la emoción del momento porque, aunque suene “divertido y liberador”, como muchas veces dicen los medios, la posibilidad de fracaso aumenta. No es la vida la que da tan malos resultados, sino el modo equivocado de vivirla y enfocarla. Si la pareja se elige mal, por motivos que nada tienen que ver con el amor, si no se prepara uno para una profesión o la elige solo para ganar dinero y sus comportamientos son inspirados por la violencia, la discriminación o el placer siempre, sin esfuerzo ni trabajo, es evidente que tarde o temprano la vida se volverá un fracaso amargo.
Fracasos inevitables y “buenos”
Existen, sin embargo, otras ocasiones cuando el fracaso no proviene de modos de proceder inadecuados y sus consecuencias no son negativas. Son “fracasos”, pero no nos hacen fracasar. Son inevitables, naturales y hasta veces saludables para evolucionar como personas y humanidad. Los podemos ordenar en tres grandes tipos:
- Los fracasos inevitables de las crisis de maduración que siempre implican alguna sensación de fracaso. La tolerancia a esos dolores, pequeños o grandes, ejercita los músculos y nos tonifica. Esto debe educarse desde la más temprana edad, ya que la no aceptación del proceso de “ensayo y error” propio del aprendizaje y del vivir podría producir una desadaptación social importante.
- Los fracasos que suceden en una sola línea o área determinada cuando estamos por nuestro propio impulso vital emprendiendo y desplegando nuestras capacidades. Poco a poco, nos vamos comprometiendo en actividades y proyectos que nos ilusionan e, inevitablemente, experimentaremos el fracaso. Es muy doloroso, pero no es un fracaso en su peor versión, ya que nos permite conocernos más a nosotros mismos y probar nuestras fuerzas. Se conocen los límites y dones y se va haciendo camino en lo que uno es más dotado.
- El “fracaso” como vocación. Hay personas para las que, misteriosamente, aun actuando con rectitud y siendo talentosas y virtuosas, el fracaso parece ser el sino de su existencia. Es complejo encontrarle un sentido, pero nos cuestiona el modelo actual de felicidad y propone otros valores como realización personal como puede ser la ofrenda y el gozo de darse por alguien más, como el fracaso que representa la crucifixión de Jesucristo.
Caminos para cambiar la percepción del fracaso
Para poder liberarnos de la sensación de fracaso (porque más que hechos son nuestras interpretaciones y vivencias subjetivas) y sacar incluso frutos de ella, lo primero es orientar la reflexión por cuatro vertientes diferentes:
- Enfoque cognitivo: consideración y rectificación del modo de percibir las realidades y situaciones para transformar las apreciaciones y motivaciones.
- Enfoque vivencial: análisis de los símbolos y afectos asociados que intervienen en el modo de vivenciar los fracasos, para elaborar el deseo, la motivación y el modo de vivenciar.
- Enfoque estructural: enriquecimiento y transformación de la organización de la visión de la realidad del propio mundo y repartos de valor en él para reestructurar la realidad.
- Enfoque fiducial: en el caso de los creyentes, contrastar su oscura vivencia desesperanzada con las exigencias y enfoques de la fe.
El verdadero fracaso sería “tirar la toalla”, creerse no capaz de superar la situación y considerar que ya todo está acabado, cerrado. El mayor y verdadero fracaso es aceptar como definitivo y último algo cuando la vida aún no se ha agotado. Frente a ese estado tan engañoso de nuestra mente, que nos puede llevar a la autodestrucción o a la de los demás, hay que buscar indicios de vida, incluso en el inconsciente, para que la persona recoja pedazos de esperanza, aunque sea a nivel corporal. Seguir caminando, comiendo, respirando, hasta que las reflexiones y percepciones de la realidad se puedan esclarecer y superar.