Tribuna

La más amada de Cristo

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En la historia de la iconografía cristiana existe una imagen de particular importancia para el mundo hispanoamericano, en especial, durante los siglos XVI y XVII. Se trata de una religiosa ataviada de negro, portando un báculo en una mano y con la otra mano desnuda su pecho, de donde sobresale un corazón hinchado, conteniendo y resguardando amorosamente a un niño Jesús.



Iconografía que nos ubica ante el hecho cierto de un culto que se consolidó con mucha fuerza, sobre todo en España y Portugal, pero también en Bolivia, México, Perú y Venezuela. Esta imagen que comenzó a difundirse en grabados a partir de 1599, es la de Santa Gertrudis de Helfta o Santa Gertrudis Magna, mística cristiana alemana del siglo XIII.

El símbolo que más resalta dentro de la cultura iconográfica que rodea al recuerdo de Santa Gertrudis es, sin duda, el corazón, su corazón. Su corazón elegido por Dios como morada y que se transformó en centro dichoso de sus amores, motor inmóvil, centro último y supremo, capaz de imprimir movimiento a todo el universo y a todo lo que lo conforma. Corazón ofrecido a Dios que se ofreció primero que todos, pues antes del amor y de nosotros ya Él nos amaba. Corazón vuelto espejo donde solo se refleja el corazón de Cristo. Corazón: Ser, Verdad, Razón y Sentido. Corazón, manantial de dulzura, desbordante de bondad, sobreabundante de amor. Corazón que destila suavidad, lleno de misericordia, donde la Santa muere de amor y de ternura por Jesús.

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El corazón de Santa Gertrudis

El corazón es uno de los símbolos más acariciados por el misticismo, pues es concebido como amor, naturalmente, pero, al mismo tiempo, es percibido como receptor, junto al cerebro, de la inspiración divina, pues es el espacio donde habita el alma, misteriosa esposa amada de Dios. Fuente viva del cuerpo, corazón palpitante, noble latir, gruta de la sangre primera que vive, última que muere. Corazón que Santa Gertrudis intercambia con el Cristo pascual, estación última antes del vencimiento de la muerte. Sagrado Corazón de Jesús, lugar donde se concentra el misterio de la encarnación de Dios por amor a los hombres, ofrecido a Santa Gertrudis para que pueda ser multiplicado a través de su palabra docta y de profunda inspiración mística.

El corazón en Santa Gertrudis se transformó en su sentido existencial, pues de allí bebió con pasión de los propios latidos del Sagrado Corazón de Jesús en aquella oportunidad en que pudo acostar su cabeza al pecho de Cristo. Los latidos del Amado bombeaban amor directamente al corazón humanamente maltrecho de la mujer que ya no era mujer, era mensajero de la Ternura Divina. Dentro de ese corazón inflamado, hecho fuego ardiente que no quema, un niño, Jesucristo, siendo un bebé tierno que le aprieta el cuello con sus delicados y suaves brazos.

La Virgen y el corazón de Santa Gertrudis

Junto al bebé, su Santa Madre, Virgen Santísima, a quien parece pedirle que también a ella la envuelva en el mismo delgado pañalito para que ni por medio de la escuálida tela se impidiese el amoroso roce con que se ofrecía el infante. Pañalito que luego se transformaría en la túnica que no pudieron desgarrar los soldados romanos en la cúspide horrorosa del Calvario. Y no se puede poseer la túnica de Cristo, nos recuerda San Cipriano de Cartago, quien rompe y divide a la Iglesia de Cristo.

María, Madre de Dios, ofrece a la mística el fruto bendito de su vientre, le ofrece la oportunidad de sostener en sus brazos a quien sostendrá la salvación de los hombres. Hay un texto muy hermoso que he podido conocer a retazos. Se llama “Breve resumen de alguno de los muchos favores que hizo Dios a la esclarecida virgen santa Gertrudis” aparecido en México en 1745.

Lo resaltante de todo esto es que, a pesar de que hoy parece ser una total desconocida y por ello marginada del universo espiritual cristiano, Santa Gertrudis tuvo una muy fuerte influencia en el devocionario hispanoamericano. Suponemos que esta influencia fue perdiendo fuerza producto del avance de la Modernidad y del impacto que esta tuvo en la sensibilidad de hombres y mujeres que, como ofrenda a la nueva diosa hecha por los humanos, sacrificaron lo más noble y sagrado albergado en nuestros corazones. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela