Ha saltado a los medios de comunicación un estudio realizado por el Instituto de Biotecnología de la Universidad Miguel Hernández, de Elche, en el que, gracias a una tecnología instalada en unas gafas especiales, se podía saber a dónde se dirigían las miradas de los visitantes en el famoso tríptico de El Bosco ‘El jardín de las delicias’, del Museo del Prado. Y resulta que el ganador ha sido el panel del infierno, con 33,22 segundos de atención, frente a los 26 de la tabla central y los 16 del paraíso. Así, el artículo periodístico que daba cuenta de la noticia en Vozpópuli se titulaba: “¿Por qué nos fijamos más en los monstruos del infierno que en el paraíso de Adán y Eva?”.
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Una descripción más viva
¿Será verdad que lo negativo tiene más tractivo que lo positivo? En la Biblia, probablemente, lo que ocurre es que lo negativo está descrito más vivamente que lo positivo. Así ocurre al menos en la apocalíptica, ese movimiento que se extendió aproximadamente desde el siglo II a. C. a II d. C. y que produjo una abundante y rica literatura. En esas obras, lo que se pretendía era infundir esperanza a una sociedad –o a determinados grupos– que lo estaba pasando mal. Para ello, se describían con detalle las calamidades que tendrían lugar en el momento penúltimo de la historia, cuando las fuerzas del bien –con quienes estaban alineados los productores y destinatarios de los libros apocalípticos– y del mal entrarían en colisión en una feroz batalla final, que, lógicamente, se resolvería en favor del bien. Después llegaría la paz definitiva, la salvación, al menos para los “buenos”, porque para los “malos” solo quedaría la perdición definitiva: la muerte o los tormentos eternos.
Sin embargo, en el Apocalipsis de san Juan podremos leer en su capítulo 21 una grandiosa descripción del nuevo cielo y la nueva tierra, y en el capítulo 22: “Y me mostró [uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas] un río de agua de vida, reluciente como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, a un lado y otro del río, hay un árbol de vida que da doce frutos, uno cada mes. Y las hojas del árbol sirven para la curación de las naciones. Y no habrá maldición alguna. Y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le darán culto. Y verán su rostro, y su nombre está sobre sus frentes. Y ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos” (22,1-5).
Es posible que responda a la condición humana fijarse más en lo negativo que en lo positivo. Pero hay que reconocer que lo bueno, lo bello y lo justo sigue teniendo fundamento, como diría el cocinero Arguiñano.