Este 22 de junio se cumplen 40 años de la desaparición, a pocos pasos de la Piazza Navona de Roma, de la joven ciudadana vaticana Emanuela Orlandi a la salida de clase de música. Los hermanos y la madre de Orlandi, así como el padre –antiguo trabajador en el apartamento pontificio– hasta que falleció, han vivido sumidos en la pena y en la incertidumbre en estos años.
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Sin embargo, este aniversario será menos íntimo y más mediático, ya que Pietro Orlandi, uno de los hermanos de la desaparecida, se ha aliado a la abogada Laura Sgrò –personaje que ha encontrado su hueco en los procesos contra el Vaticano y que saca libro para la ocasión– para diseñan una estrategia más agresiva que rescate investigaciones que se había enfriado con el paso de los tiempos. En este sentido, encontramos la serie producida por Netflix, la investigación por los tribunales vaticanos o una comisión parlamentaria en el congreso italiano.
Los hechos
Todo empieza en la tarde del 22 de junio de 1983 cuando la joven de 15 años Emanuela Orlandi desaparece tras asistir a una clase de música y llamar a casa para comentar a una de sus hermanas que le han ofrecido un trabajo vendiendo a comisión productos cosméticos de la marca ‘Avon’. Esta desaparición se vuelve especialmente inquietante porque la muchacha es ciudadana vaticana –la familia vive dentro de la muralla leonina, a unos pasos del Palacio Apostólico– ya que su padre, por tradición familiar, es uno de los trabajadores de la Prefectura de la Casa Pontificia. Los protocolos no se activan con mucha celeridad ya que había una fuerte tendencia de jóvenes que marchaban voluntariamente de sus hogares, si bien las desapariciones estaban a la orden del día, como había sido unas semanas atrás el caso similar de Mirella Gregori –también se llegaron a establecer conexiones con el caso de otra joven, Catherine Skerl cuyo cadáver ha aparecido en este 2022–, que acabaría uniéndose durante un tiempo al de la joven Orlandi.
A lo largo de los años las líneas de investigación han sido variadas siendo los responsables de la investigación las autoridades italianas, ya que el secuestro se produjo en este país –a pocos pasos del Senado–. Por ello, formalmente en el Vaticano no se ha abierto ningún proceso hasta este último año por insistencia de Pietro Orlandi y mandato del papa Francisco.
La primera línea, sostenida en los años 80 y 90 fue la cuestión política que ve el secuestro como elemento de presión de Rusia para liberar a Alì Agca, encarcelado tras el atentado a Juan Pablo II. Esta línea de investigación, alentada por las llamadas a casa de un personaje conocido como el “americano” fue evolucionando hacia la cuestión económica, siendo el secuestro un elemento de presión de la principal facción de la mafia romana, la conocida como “Banda de la Magliana”, para recuperar parte del dinero blanqueado a través del Banco Ambrosiano y el IOR, financiando así la resistencia al comunismo polaco a través del movimiento social de Solidarność.
La familia ha defendido que el secuestro evolucionó hacia una cuestión vaticana, siendo necesario apartar a la joven de la escena pública –posiblemente a Londres– para evitar un escándalo previsiblemente relacionado con abusos sexuales en los que estarían implicados importantes prelados. También llegaron a contemplarse otras hipótesis de abusos por parte de personalidades clave del estado italiano o de la propia familia Orlandi. Tras muchos procedimientos, desde 2015 el caso está archivado por parte de la policía y de la fiscalía italianas.
La película y la serie
El caso Orlandi forma parte casi hasta de la cultura pop italiana. Programas de investigación de infoentretenimiento han contado con algunos de los personajes que han formado parte de esta historia. Se han publicado numerosos libros con las diferentes hipótesis y el caso ha llegado a las pantallas.
El último golpe de efecto fuerte es la docuserie de factura estadounidense de la plataforma Netflix. A través de cuatro capítulos se recogen una serie de testimonios y unas sutiles recreaciones, sin desvelar datos nuevos respecto a lo conocido sobre el tema en los últimos años. Esta producción sigue muy de cerca las impresiones y los pasos de la familia Orlandi, especialmente a través de las hermanas de Emanuela y, sobre todo, del hermano Pietro, auténtico activista que ha tratado de mantener viva la investigación sobre la desaparición de la joven. Como acostumbra la plataforma la serie es de parte ya que todo se alinea con las hipótesis lanzadas por la abogada de Laura Sgrò. La aportación inédita es quizá la presencia, serena y conciliadora, de la madre de Emanuela. Esta serie, “La chica del Vaticano”, se orienta a dejar en evidencia la desconfianza extendida de que el Vaticano se ha desentendido del tema y ha dificultado, de forma activa y pasiva cualquier viso de investigación.
Sin tante repercusión internacional, Emmuela ya ha pasado por las pantallas con la película estrenada en 2016 “La verdad está en cielo”, del director Roberto Faenza. En ella se profundiza en la línea de investigación de la mafia, reproduciendo, en la ficción, el testimonio de Sabrina Minardi, la novia jefe mafioso Enrico de Pedis –que sería enterrado tras su asesinato en la cripta de una iglesia del Opus en el mismo complejo en el que en 1983 estaba la escuela de música de Emanuela–. Un relato en el que se incluye la entrega de Emanuela Orlandi –fuertemente drogada con opiáceos– a un eclesiástico en traje talar en una gasolinera. Justo el hecho que la policía y los servicios secretos desecharon del relato de Minardi.
El tiempo
Han pasado 40 años. Cualquiera puede caminar hoy frente al edificio donde estaba la escuela de música cerca de la Piazza Navona, acercarse a la oficina de las bendiciones papales en la Limosnería a pocos pasos del piso de los Orlandi, acercarse al portal donde pudieron retener a Emanuela en el Trastévere, incluso la cama de Emanuela parece estar intacta… sin embargo, el misterio parece que continuará inalterable en el recuerdo de toda una generación. Quizá solo queda seguir el consejo de la madre de la muchacha en la serie de Netflix. Rezar, algo que no pasa necesariamente por el silencio sepulcral de unos y otros.