Reproduzco un diálogo real de uno de los muchos encuentros a los que soy invitado para compartir lo que vivimos los cristianos en Marruecos:
–¿Qué opina usted de que los musulmanes pidan construir mezquitas en España?, me pregunta una de las asistentes.
–¿Para qué sirve una mezquita?, le retruco yo.
–Para rezar…
–¿Y rezar es algo bueno o malo?
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Sonrisa y silencio. Si los musulmanes necesitan lugares para rezar, yo no puedo sino aprobar que se les autorice a tenerlos. No digo yo que se les tengan que regalar, pero si ellos los compran o alquilan, y los usan respetando las leyes vigentes, ¿puedo yo oponerme?
Viene esto a cuento del tema de la reciprocidad.
–“Nosotros hacemos tal cosa… y ellos, en cambio… O ellos nos impiden, ¿y tendremos nosotros que permitirles?”.
Un cristiano no debe olvidar nunca que nuestra fe debe transformarse en amor, en obras de amor, so pena de quedarse en fe muerta, es decir, inútil o inexistente. Y debemos recordar también que toda la ley y los profetas se resumen, como subraya la Sagrada Escritura, en el amor a Dios y al prójimo. Y que nos debemos amar “como Yo os he amado”.
¿Es el amor de Dios recíproco? ¿Espera Dios a que nosotros le amemos para seguir amándonos? ¿Nos corta Dios su amor cuando nosotros no le correspondemos? Si Dios actuase con nosotros con el criterio de reciprocidad, ¿dónde estaríamos, a qué punto habríamos llegado?
“En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió su Hijo… Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así…” (1 Jn 4, 10). La lógica exigiría que esta frase de san Juan siguiese así: “Amémosle también nosotros a Él”. Pero no, no es esa la conclusión o consecuencia que saca el apóstol, sino la siguiente: “También nosotros debemos amarnos los unos a los otros”.
Amor transitivo
No, el amor de Dios no es recíproco: ¡menos mal! Lo que es recíproco es el comercio: “Do ut des”, yo te doy para que tú me des. El amor de Dios es, más bien, “transitivo”: Dios me ama, y yo me hago canal para que ese amor, recibido incondicional y gratuitamente, no muera en mí, sino que llegue a otros. Somos signos y portadores del amor de Dios para quienes nos rodean y nos encuentran. O deberíamos serlo.