Luis Santamaría, uno de los miembros fundadores de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), acaba de publicar el libro ‘A las afueras de la cruz. Las sectas de origen cristiano en España’ (Biblioteca de Autores Cristianos, BAC).
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PREGUNTA.- La obra, fruto de su amplia experiencia en este ámbito y de cinco años de ardua investigación, trata de poner luz sobre el casi centenar de sectas que parasitan el apellido “cristiano” para confundir a muchas personas y captarlas. ¿Qué rasgos básicos pueden servir para identificar a estos grupos?
RESPUESTA.- Algo básico en lo que coinciden es en su alejamiento de principios fundamentales del cristianismo, a pesar de las apariencias. Me refiero tanto a lo doctrinal (ya que normalmente abandonan o alteran creencias irrenunciables como la Trinidad o la divinidad de Jesús) como a lo litúrgico y lo ético-social. Y, por supuesto, una lectura alternativa y sesgada de la Biblia. Por eso, están engañando al presentarse como cristianos, y el engaño es una característica propia de las sectas.
Más allá de esto, es difícil sintetizar rasgos comunes, porque hay diversas grandes “familias” de sectas de impronta cristiana (en el libro las he distribuido en seis tipos). Algunos que sobresalen, aunque no se dan en todas, son la concepción abierta de la revelación (al añadir nuevas “Escrituras” o proponer interpretaciones peculiares de la Biblia), la consideración mesiánica de su líder y la autoridad que se le otorga, un espíritu antiecuménico y combativo con las Iglesias cristianas y, en ocasiones, un discurso milenarista y apocalíptico.
Gravedad del fenómeno
P.- Lamenta que una de cada cien personas en España ha podido pertenecer a una secta… ¿Somos conscientes, como sociedad, de la importancia de un fenómeno que puede destrozar tantas vidas?
R- Gran parte de la sociedad ha dado la espalda al fenómeno de las sectas, pensando que ya no supone un problema, que ya han pasado los tiempos de las comunas alternativas y los suicidios colectivos. Pero la realidad es que las sectas existen, y más allá de lo cuantitativo (que es importante, ya que hablamos de aproximadamente 400.000 españoles que pertenecen a cientos de grupos sectarios), hay que fijar la vista en lo cualitativo. Me refiero al sufrimiento de las personas y familias que lo viven en carne propia, que se encuentran de repente con la captación, manipulación y adoctrinamiento de un ser querido y buscan ayuda desesperadamente.
Las administraciones hacen como si no pasara nada, tantas veces bajo el razonamiento de que los adeptos “son mayores de edad”, y la Iglesia católica y otras confesiones religiosas no prestan la atención necesaria, al tener que hacer frente a tantas cuestiones urgentes. Por eso sigue siendo actual aquello que escribía el obispo Ramón Buxarrais en 1982 recogiendo el sentir de las familias afectadas por las sectas en una expresión muy significativa: “Nadie me sirve de guía”.
P.- ¿Qué puede hacer la Administración para concienciar a la población y combatir esta lacra? ¿Y la Iglesia? ¿Puede ir más allá la propia Conferencia Episcopal Española a la hora de desenmascarar a quienes busquen el beneficio propio en nombre de Jesús de Nazaret?
R.- Por parte de la Administración urge una aplicación más correcta de las leyes que ya existen y del Código Penal. Hay voces que reclaman una legislación específica, pero resulta algo problemático y muy delicado porque aquí entran en juego varias libertades y derechos fundamentales. ¿Qué es lo más urgente y necesario ahora, según mi opinión? Lo primero, desde luego, es ofrecer cauces de ayuda concreta (y gratuita) a las víctimas de las sectas, para que haya algo articulado que vaya más allá de lo que podemos hacer quienes dedicamos parte de nuestra vida a esto (la labor voluntaria de unos y los servicios costosos de otros).
Y lo segundo, que tanto los que tienen que impartir justicia y las fuerzas policiales, como los profesionales de la salud mental y de los servicios sociales, reciban una formación adecuada sobre este tema.
La Iglesia católica siempre ha estado en la vanguardia de este tema, y que la BAC haya publicado mi libro, como hizo en su día con el ‘Diccionario enciclopédico de las sectas’, de Manuel Guerra, es una buena muestra del interés por un conocimiento riguroso y actualizado del fenómeno sectario. También está el trabajo que desarrolla la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES) a nivel internacional.
¿Puede hacer algo más la jerarquía? Sí, desde luego. Y ahí está el desafío creciente y preocupante de las derivas sectarias dentro de la propia Iglesia, a cuyas víctimas debe escuchar (y actuar en consecuencia). Porque se está actuando con determinación ante los abusos sexuales, pero falta esa misma firmeza ante el abuso psicológico y espiritual, o lo que el papa Francisco denomina “abusos de poder y de conciencia”.
P.- La gran mayoría de estas comunidades surgen del ámbito evangélico, luterano o anglicano, en el que hay una mayor diversidad. Pero, ¿cómo son las que aparecen bajo el paraguas del catolicismo, deformando este?
R.- Se trata de una realidad que me ha sorprendido incluso a mí, porque cerca de la mitad de los grupos que presento en el libro han nacido como cismas de la Iglesia católica o como imitación de la misma (aunque a veces supuestamente anglicana…, hay de todo). La más conocida, obviamente, es la secta del Palmar de Troya, una escisión de carácter tradicionalista. Pero es curioso que haya tantos grupos que “se salen” por lo conservador, así como otros que lo hacen por el lado progresista. Normalmente, responden a cuestiones muy personales, de gente que siente rechazada por la Iglesia (desde posturas muy subjetivas) o que quiere hacer su propia versión del catolicismo. Habría que ver en cada caso, porque hay desde fundadores convencidos y supuestos videntes hasta estafadores directos.
P.- De este casi centenar de sectas, ¿cuáles entrañan un mayor peligro, tanto en su capacidad de captación como en los daños materiales y emocionales que pueden sufrir quienes caen bajo su control?
R.- Es difícil cuantificar el peligro. ¿Es importante que una secta se quede con tu dinero y tus bienes? Por supuesto que sí. Pero, hablando con los supervivientes de estos grupos, enseguida se percibe que los daños más graves son otros: haber sido engañados durante tanto tiempo, haber perdido parte de su vida por una mentira, sentir la vergüenza y el trauma que paradójicamente tienen las víctimas de la maldad ajena, experimentar una auténtica violación psicológica y espiritual, haber dañado a las personas más cercanas y queridas… Un drama poliédrico y duro, muy duro.
En el caso concreto de las sectas de origen cristiano, un altísimo porcentaje de quienes consiguen abandonarlas acaba en posturas de ateísmo o agnosticismo. El sufrimiento vivido bajo un discurso cristiano se traduce, casi de forma inevitable, en una increencia necesaria para sobrevivir… cuando sentir la ternura y la misericordia entrañable de Dios son indispensables para su propia restauración personal. Es uno de los efectos más dramáticos de las sectas, esos que son muy difíciles de superar en toda una vida.
Experiencias de sanación
P.- ¿Puede compartir una experiencia que le haya marcado estos años y que esté protagonizada por alguien que haya salido adelante gracias a su apoyo o al de RIES a la hora de conseguir abrir los ojos sobre el peligro que se cernía en su vida?
R.- A lo largo de estos años (los 18 de existencia de la RIES y los muchos más del trabajo continuo y entregado de tantas personas conocidas y desconocidas que trabajan en el ámbito de las sectas), hemos podido ver familias que han recuperado a sus seres queridos, personas que han podido liberarse del yugo del fenómeno sectario, que han abierto los ojos y han superado una etapa dura y oscura de su existencia… No quiero ni puedo destacar ningún caso en particular: solo la constatación de que es posible salir y es necesario ayudar a los que salen, ser pacientes y comprensivos, dedicar tiempo a escuchar y entender, a sanar tantas heridas. Las sectas no son solo un asunto sociológico y psicológico: también son un asunto espiritual, y es necesario abordar esta dimensión para poder ayudar de verdad a sus víctimas.
P.- ¿En qué modo ha marcado su propia vocación creyente este compromiso en la lucha contra las sectas?
R.- Empecé a investigar este tema en mi adolescencia y, ciertamente, lo experimento como una vocación. Lo que al principio consistía en recopilar y estudiar libros y recortes de prensa se convirtió en una necesidad de conocer y discernir para ayudar, porque enseguida empezaron a aparecer personas pidiendo auxilio. No hay que caer en posturas sensacionalistas ni tremendistas, ni siquiera en un lenguaje de “lucha contra”, sino en llevar a cabo un trabajo riguroso en el que el conocimiento ayude a la clarificación y, a su vez, a la ayuda concreta a los que sufren.
En este asunto, como en tantos otros, los creyentes debemos imitar al buen samaritano. No me parece que esté haciendo nada extraño ni extraordinario; simplemente, escuchar la voz de Dios en algunos de los más necesitados, poniendo mi tiempo y mi trabajo a su servicio.