Comienzo con una anécdota: suele ser muy común encontrarse con estudiosos que cuentan –cuando se habla del catolicismo en Europa occidental y, particularmente, en España– cómo, participando en un oficio religioso –casi siempre, una misa–, han tenido la suerte de recrearse contemplando un templo, estéticamente precioso, pero también semivacío de “practicantes” o, por lo menos, con muy pocos “practicantes”; sobre todo, si se compara con los que se podían apreciar hace dos o tres décadas. Y también suele ser habitual que llamen la atención sobre cómo la gran mayoría de tales “practicantes” se encuentran por encima de los 65 años, muy pocos entre los 40 y los 60, y casi ninguno por debajo de esas edades.
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Esta anécdota –por cierto, bastante recurrente– suele ser el punto de partida para una serie de consideraciones e interpretaciones, sobre todo, de tipo sociológico o pastoral, pero sin descartar, por supuesto, las anticlericales e, incluso, anticristianas. Obviamente, me interesan más las primeras, aunque no por ello deje de leer las segundas.
Pero lo que pretendo mostrar en este Pliego es que, en mi lectura del primer tipo de análisis y valoraciones, me llama la atención el recurso o, mejor dicho, la comprensión –con muy pocas excepciones– de lo que se entiende por “practicante” como participante, casi siempre dominical, en la misa. Supongo que en sintonía –aunque, probablemente, desconociendo– un dicho teológico bastante usual que, incluso, se puede escuchar de vez en cuando en alguna homilía: que la eucaristía es la fuente y el culmen de la Iglesia.
Otros manantiales y alimentos
En realidad, lo que se proclama en el Vaticano II es que dicho sacramento es “la cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia y la fuente de donde mana su fuerza” (SC 10), pero, hasta llegar a la cumbre, lo normal es que haya etapas o trechos que transitar en los que también se es “practicante” cristiano, además de un hambriento o sediento espiritual que, al margen de que sea mucha o poca la necesidad en cuestión, sabe que existen otros manantiales y alimentos en los que refrescarse y reponer fuerzas, aunque no todos presenten la misma calidad ni potencialidad para saciar la sed y calmar el hambre.
Estas matizaciones –que no creo que estén de más– me llevan a considerar qué es eso de ser cristiano “practicante”. Sospecho que, quizá, tal referencia a la constitución dogmática sobre la sagrada liturgia sea excesiva y demasiado bienintencionada, ya que el fundamento de lo que, normalmente, comprenden por tal quienes cuentan y comentan la anécdota que acabo de reseñar se refieren a los que habitualmente participan en la eucaristía, al menos, dominical. Sin más consideraciones.
Enriquecer y ampliar la propuesta
Ya sea esta explicación o la referencia conciliar a la sagrada liturgia el contenido más ajustado de lo que normalmente se comprende por “practicante”, me parece oportuno señalar la necesidad de enriquecer y ampliar lo que algunos venimos proponiendo por tal, al parecer, con escasa recepción. Y, por lo que vengo observando, también unos pocos sociólogos, de manera particular, entre los especializados en el estudio del hecho religioso. He aquí el primer objetivo de mi aportación, convergente en lo sustancial con estos sociólogos de la religión.
Pero, antes de adentrarme en este asunto, quiero contar una segunda anécdota, que complementa a la que acabo de recordar: en una de las parroquias en las que presido, de vez en cuando, la eucaristía dominical hay una persona que –entrañable por muchos motivos– tiene la costumbre de mirar la nave de la iglesia, poco antes de empezar la celebración, y estimar, a ojo de buen cubero, el número de personas presentes o, mejor dicho, el nivel de ocupación del templo.
Un ‘resto comunitario’
Y el resultado de tal pesquisa le lleva a murmurar –casi inexorablemente y como si fuera una especie de mantra– el mismo diagnóstico: “¡Cada día somos menos!”. Pero, a veces, a su lado, se encuentra otro buen amigo que, conocedor de su inconfesada nostalgia por los tiempos de cristiandad –y hasta es posible que del nacionalcatolicismo–, también tiene la costumbre de comentarle, con cierta retranca: “¡Todavía somos muchos! ¡Quizá demasiados! Lo nuestro –aunque no te guste nada– tiene más que ver con ser un ‘resto comunitario’ –como lo fue Israel en el exilio– o una suma de ‘restos’, esperanzados y presentes en la sociedad. Y si no nos espabilamos, corremos un alto riesgo de acabar siendo un ‘residuo irrelevante’”.
Lo dice porque sospecha que una buena parte de estos cristianos “practicantes” –que algunos tipifican, con bastante criterio, como “dominicales” y otros como cristianos del “círculo dominical”– viven y entienden su fe cristiana, básicamente, como participación en la misa y poco más.
Eucaristía dominical
Es probable que, para muchos de ellos, tal participación eucarística sea –a diferencia de lo que critica este segundo buen amigo, pero en sintonía con lo afirmado por los padres conciliares– “la fuente de donde mana” la fuerza que necesitan para seguir caminando, a pesar del envoltorio de rutina en el que pueda parecer que viene contenida su “práctica” dominical y que, en bastantes casos, no sea solo mera apariencia.
Y también es posible que, para la gran mayoría de ellos, dicha participación eucarística sea la mejor expresión “a la que tiende la actividad de la Iglesia”, aunque, en una buena parte de estas personas, no exista una mayor vinculación comunitaria que la de dicha “práctica” dominical.
Pero esta anécdota no solo me lleva a recordar y tener presente la parte de acierto que percibo en la reacción crítica de este segundo amigo a la apesadumbrada constatación del primero, sino también la incomodidad –y, en el fondo, la crítica, cuando no, el rechazo– que provoca en algunos esta apuesta por encaminarse a ser un “resto” o una comunión de “restos comunitarios” (con sus respectivos “círculos socio-religiosos” de diferenciada pertenencia eclesial), obviamente, coherentes con lo dicho, hecho y encomendado por Jesús de Nazaret. (…)
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Índice del Pliego
EL SEGUIDOR “JESU-CRISTIANO”
LA PROVOCACIÓN DE PEDRO
EL PUENTE DE PABLO
EL DESENCUENTRO DEL SIGLO XX
LA ARTICULACIÓN Y EL EQUILIBRIO EN EL SIGLO XXI
EL “PRACTICANTE TABÓRICO” O ESPIRITUAL
EL “PRACTICANTE MILITANTE” O COMPROMETIDO
EL PENSADOR O “TEÓLOGO PRACTICANTE”
EL EQUILIBRIO Y LA ARTICULACIÓN