(Daniel Salsamendi– Colaborador de Vida Nueva en Uruguay) El Estado uruguayo se declaró no-religioso en 1917. Tiene una estructura legal sumamente secular: la religión está prohibida en las escuelas públicas, de religión no se puede hablar ni se la puede expresar, a tal punto que las maestras cristianas no pueden llevar una cruz visible; a veces, docentes que ni conocen de religión ni están empapados en cultura religiosa enseñan literatura cristiana fuera del contexto religioso, es decir, separan el texto de su raíz, para no dar a entender en absoluto a los alumnos que puede existir algo de religión en sus palabras. Además, en la realidad cultural, la ética cristiana casi no se percibe y las personas viven como si Dios no existiera.
Gran parte del colectivo de los pueblos latinoamericanos lleva un sello religioso. Pero Uruguay se caracterizó y se caracteriza por un perfil laico, donde la expresión religiosa se reduce al ámbito de lo privado y las manifestaciones religiosas son escasas. Por ello, el pasado abril, los obispos expresaron “la necesidad de dar a conocer a Jesucristo vivo a la mayoría de los creyentes en Dios que lo desconoce y de formar a tantos bautizados carentes de vivencia y práctica religiosa”.
Recientemente, el obispo de Mercedes, Carlos Mª Collazzi, pidió que una armoniosa relación entre la Iglesia y el Estado siempre debe reconocer que “el principio de la auténtica laicidad está realmente en lo religioso (…), los aspectos religiosos son parte de la cultura (…). Por eso tenemos un gran desafío ante una sociedad laicista y secularista, porque los aspectos religiosos se quieren desconocer”.
En la reciente visita ad limina, en nombre de la Iglesia uruguaya, el propio Collazzi transmitió al Papa los actuales desafíos de ésta: “Vivimos el cambio de época generador de dificultades y, al mismo tiempo, de oportunidades, que es preciso discernir. Miramos nuestra realidad con los ojos de la fe (…) ya que de otra manera le sacaríamos a la realidad su fundamento, que es Dios. Reconocemos hechos positivos que vivimos en nuestro Uruguay. Se han implementado programas de inclusión social, la búsqueda de la verdad para construir la reconciliación nacional, intento de reformas institucionales y esfuerzos por lograr una mayor transparencia y honestidad. (…). Todos queremos una educación en valores y constatamos la creciente toma de conciencia de la naturaleza como espacio de convivencia y como responsabilidad de la persona humana. Constatamos la búsqueda de respuesta a interrogantes y necesidades espirituales”.
En el ámbito eclesial, reconocen “la vitalidad de la fe de las comunidades en un contexto secularizado y religiosamente plural”, la “credibilidad alcanzada, el reconocimiento social de estar al servicio de los pobres”. No menos importante es su valoración de “la presencia de las Comunidades Eclesiales de Base y las pequeñas comunidades, la multiplicación de grupos bíblicos y la promoción de la Lectura Orante de la Palabra, los proyectos pastorales de las diócesis y la recuperación de lo celebrativo popular”.
‘En misión permanente’
Pero a nuestros obispos también les preocupan algunas situaciones de signo negativo: “La crisis demográfica de larga data con el envejecimiento poblacional; la persistencia y crecimiento de la emigración de jóvenes uruguayos a otras latitudes; incertidumbre y desconcierto frente a los cambios; y a pesar de los esfuerzos por la inclusión social, todavía no se llega a responder eficazmente a la magnitud del problema (niños y adolescentes en situación de calle, creciente violencia doméstica, violencia generalizada, drogas, inseguridad). A nivel político, la creciente confrontación que impide ver lo positivo en el otro y que paraliza; desencanto ante la no realización de cambios prometidos; debilitamiento de los organismos de integración regional, conflicto binacional. Constatamos la desvalorización de la vida y el continuo deterioro de la institución familiar”.
Uruguay vive la amenaza de una creciente fragmentación, desvalorización de la vida y la insolidaridad. Por esto, la Iglesia católica necesita ser “escuela y constructora de comunión”. Y, en sintonía con la Iglesia de América Latina y el Caribe, se declara en “misión permanente”. Por eso, su futuro pasa por tres prioridades pastorales: vivir un proceso auténtico de conversión pastoral; vivir más intensamente el llamado a la comunión; y vivir más intensamente el llamado a la misión.
En el nº 2.630 de Vida Nueva.