Hablar de migración desde la perspectiva bíblica en este breve espacio no es fácil porque confluyen muchas temáticas que, cada una por sí misma, debiera ser tratada con profundidad si se quiere dejar iluminar por los relatos bíblicos.
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Tampoco puedo evitar pensar en mí, testimonio viviente de la migración, el mestizaje y, ciertamente, la integración cultural. Nieta de abuelos que emigraron a Chile desde Alemania e Italia. Hija de un marino que me llevó a vivir a tres puertos distintos. De joven probé suerte en la India y en Brasil y, estos últimos 10 años, resido en España, donde me casé con un vasco hijo de zamorana. Hablar de migración, por tanto, me toca el corazón, porque describe mi esencia, mi origen, las dificultades que he tenido en la vida y la multiculturalidad que representa mi identidad y la de mi familia.
Con mi historia vital, ¿alguien podría decirme a qué tierra pertenezco? Es una pregunta que no sé responder; más bien, no puedo hacerlo. Porque soy la suma de todas las partes donde he residido, la media de las experiencias que allí he tenido y el producto del cruce del charco que unió culturas, lenguas y deseos de bienestar.
En la actualidad, resuenan en las redes sociales y medios de comunicación discursos de campaña electoral que, en muchos casos, nutren el sentir del pueblo con sentimientos de miedo y preocupación ante los migrantes llamados “ilegales”. Como profetas, los políticos atisban potenciales peligros y amenazas a la identidad nacional y su bienestar social. Ante esta particular agenda electoral, cabe recordar otros discursos acerca de la migración, la hospitalidad y la convivencia que han estado entre nosotros por siglos y que también han surgido bajo el oficio de propaganda. Es decir, se ponen por escrito desde la motivación de crear una mentalidad, ofrecer un estilo de vida y motivar una forma particular de comprender el mundo y quienes lo habitan.
Dicha sabiduría es patrimonio de la humanidad y no podemos descartarla. Esta sabiduría contenida en las Escrituras se atesora en relatos que hablan de viajes y desplazamientos motivados por diferentes razones, en narraciones que celebran la hospitalidad y acogida del forastero y en listas de normas que instruyen sobre la convivencia, modelando el estilo de vida de los que creen en el Señor, entre otras historias.
Dios anima a viajar
Los viajes impulsados por Dios, que anima a salir de la propia tierra, tiene por modelo la historia de Abraham (Gn 12). La experiencia de retornar nos lleva a la viuda Noemí (Rut). Y, la de profetizar en tierra extranjera, a Jonás (Jon). Movimientos migratorios forzados por las circunstancias vitales o animados por dispares motivos aparecen en múltiples relatos bíblicos (Agar y su hijo Ismael en Gn 16, el exilio en Babilonia (Sal 137), los padres de Jesús que escapan a Egipto en Mt 2,13-15 o la sirofenicia que va en busca del maestro en Mc 7,24-30, etc.).
En ninguno de ellos, este acto de desplazarse es juzgado con la dureza que hoy cae sobre los que buscan un destino mejor lejos de su tierra natal, porque la migración en la Biblia no es un problema. Es más, Dios, que oyó el clamor de los esclavos extranjeros en Egipto e intervino para salvarlos, es el mismo que escucha hoy el de los que cruzan el desierto de Yuha, la selva de Darein o el mar Mediterráneo. Sin embargo, mafias y coyotes aparecen como si fueran Moisés, el líder que los conducirá a una tierra que mana leche y miel. Cuando, en realidad, los suben al tren de la bestia, a la patera inflable o al camión sin aire que los conduce a un sitio que, si sobreviven al viaje, los escupe de vuelta y juzga sus motivos. Si arrancan a esa suerte, deambulan en esta tierra donde muchos cuestionan que se les dé algo de leche y miel.
Respuesta bíblica
Pero, ¿y si actuáramos como el verdadero Moisés? ¿Qué podríamos hacer para conducirlos a una tierra que los libere de las esclavitudes que cargan y de las que buscan escapar? La hospitalidad a la luz de los relatos bíblicos puede ser una respuesta.
Para una vida en el desierto, la hospitalidad es una necesidad que se fue haciendo valor fundamental a lo largo de los siglos, pues, de ese gesto de acogida, dependía la vida, la supervivencia, la disposición de agua para el camino que faltaba recorrer. La Biblia, heredera de la mentalidad de los pueblos del desierto, no es ajena al valor ético que imperaba en la cultura nómada. Una muestra de ello son Abraham, que aparece como ejemplo de magnificencia al recibir a los tres hombres en Mambré (Gn 18,1-8); Lot, que recibe a los ángeles en Sodoma (Gn 24,28-32); o el relato cruel de Jueces 19. En el evangelio de Juan, la samaritana ofrece agua del pozo a un Jesús cansado (Jn 4). Y este recuerda a un samaritano que acoge y cuida a un apaleado que se encontró por el camino (Lc 10,25-37). Lo pone como ejemplo de amor al prójimo y caridad con aquel que está lejos del hogar y que ha sido maltratado en su trayecto.
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