Fue mi maestro en el diplomado sobre teología y ciencias sociales, organizado por el DEI (Departamento Ecuménico de Investigaciones), en San José, Costa Rica, durante el otoño de 1979.
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En la primera reunión de docentes y futuros diplomados, cuando me presenté con mi “me llamo José Francisco”, soltó una carcajada, estilo Santa Claus, y me dijo: “Yo soy Franz Josef. Somos tocayos, pero al revés”.
Era el economista y teólogo alemán-tico, conocido como Hinkelammert, quien se divertía a costa de nuestros nombres. No obstante su elevada estatura y su complexión robusta, miraba y hablaba como un niño que cuenta una historia, y serpenteaba con maestría por los laberintos de la economía, conduciéndonos hacia su difícil cruce con la teología, al que arribábamos con más preguntas que respuestas.
Franz Josef decía, pícaro como siempre, que vivía entre cuatro puntos cardinales: la economía, la filosofía, la teología y América Latina.
En efecto. Estudió economía de joven en la universidad libre de Berlín y, al profundizar en los contenidos ideológicos de las teorías económicas, mutó a la filosofía y la teología. Llegó a Chile en 1963, participó de manera militante en la revolución socialista de Allende y, ante el golpe de Estado propulsado por Pinochet y los Estados Unidos, tuvo que regresar al país germano, aunque brevemente, pues retornó a Latinoamérica para convertirla en su hogar.
Si bien muchos de sus estudios se centran en criticar la economía neoliberal del mercado, no se detiene para señalar las falencias del socialismo real soviético -que no fue socialismo ni real-, enfatizando que ambos sistemas se convirtieron en verdaderas religiones.
Divertido, narraba la ocasión en que fue detenido en la aduana de cierto aeropuerto, pues llevaba en la mano su emblemática obra ‘Las armas ideológicas de la muerte’. El funcionario de migración revisó minuciosamente cada página del libro, buscando, sin encontrar, algún armamento que condujera a la detención del alemán latinoamericano.
Falleció el pasado domingo. Descanse en paz, Franz Josef Hinkelammert, mi tocayo al revés.
Pro-vocación
Y otro que se nos acaba de ir, el pasado 11 de este julio, de desaparecer como lo anheló desde niño -con un ungüento mágico que le permitiera ser invisible-, es Milan Kundera. Cuando leí ‘La insoportable levedad del ser’ corroboré, gracias a él, que la filosofía y la literatura no sólo no están reñidas, sino que se necesitan mutuamente.