La película ‘Sound of freedom’, estrenada en EEUU el pasado 4 de julio, relata uno de esos temas conocidos pero silenciados; que llaman la atención cuando lees sobre ello pero, como no es algo que, aparentemente, te toca de cerca, al día siguiente puede llegar a olvidarse. Es uno de esos temas incómodos para muchos, polémico para otros, con el que mucha gente dice “hay que hacer algo”, pero no se sabe ni por dónde empezar.
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Sin pretender hacer spoiler, la película narra cómo Rocío y Miguel, dos niños hondureños que viven con su padre, son engañados y raptados por una banda de traficantes de menores que comercian con redes de pedófilos. La primera escena, precisamente, refleja la captura de un pedófilo que está compartiendo contenidos por Internet. La historia está basada en la experiencia real de Timothy Ballard, un agente del gobierno de Estados Unidos que renuncia a su trabajo para dedicar su vida a salvar a los niños de los traficantes sexuales. En un momento clave de la película reconoce que capturar pedófilos es importante, pero se da cuenta de que no está yendo hasta el fondo, pues no consigue liberar a los niños. Ese cambio de perspectiva transforma su vida.
Otras producciones han abordado previamente este tema de formas diversas, pero el enfoque que hace diferente a ‘Sound of freedom’ se descubre, precisamente, cuando la película termina. En el momento en que se muestran los créditos finales, un texto en la parte inferior de la pantalla invita al espectador a permanecer en la sala, con una cuenta atrás, para recibir un mensaje especial. En ese momento, aparece el actor Jim Caviezel, al que todos recordamos por interpretar a Jesús en ‘La Pasión de Cristo’ (2004), y que encarna al protagonista, Timothy Ballard. Situándose frente a los espectadores, y tras agradecer a todos por venir al cine, recuerda que los verdaderos héroes de esta historia no son los ‘buenos’ de la película, los que luchan contra los ‘malos’, sino los niños maltratados, las víctimas. Tanto Eduardo Verástegui como él (ambos son los productores) no han pretendido hacer una película sin más, sino que han buscado visibilizar y activar un cambio social ante una problemática muy real, muy presente y, en tantas ocasiones, muy silenciada.
Las víctimas en el centro
La invitación de esta película es algo que hemos podido escuchar antes de diversas formas pero que aquí aparece ejemplificado de una manera especial: el protagonismo de las víctimas, las víctimas en el centro. Solo desde ellas, desde su experiencia, desde el reconocimiento de lo vivido, podemos llegar a impulsar un verdadero cambio. Y es, precisamente, ese cambio el que se produce en los protagonistas de la película, en varias ocasiones con lágrimas en los ojos, haciéndose conscientes del dolor de las víctimas, de su experiencia traumática, de su vida destruida, y cambiando radicalmente de actitud y de vida. En el caso de Timothy Ballard, con un apoyo incondicional de su familia y de otros colaboradores que se embarcan en una aventura con muchos riesgos.
‘Sound of freedom’ no es una de esas películas que invitan a comer palomitas frente a la pantalla. Tuve ocasión de verla recientemente, durante una estancia en Puerto Rico. Fui acompañado de un grupo de religiosas que trabajan con familias y personas en situación de mucha vulnerabilidad. Al terminar, me compartían que la historia refleja muy bien muchas situaciones que han vivido en primera persona en zonas del Caribe y EE. UU., y que tratar de enfrentarse a poderes tan fuertes es muy difícil. Y es ahí donde está la invitación de esta película, que busca sensibilizar sobre un problema y buscar un cambio en todos los niveles sociales.
‘Sound of freedom’ está generando mucha polémica derivada de opiniones y posicionamientos políticos de sus productores, apoyos o rechazos de organizaciones y grupos religiosos, críticas u otras dificultades de diversa índole. No pasará a la historia por ser una gran superproducción con sorprendetes efectos especiales, ni por la interpretación magistral de sus protagonistas. Pero sí será un testimonio viviente de la necesidad de implicación de todos, de unión de fuerzas, de no desviar la mirada, de proteger a los más vulnerables, de conversión. Y es algo que consigue con una frase que se repite en varios momentos y, de una u otra forma, queda grabada en el espectador al salir del cine: “Los hijos de Dios no están en venta”. Y también resuena como un eco el momento de cambio de perspectiva del protagonista al reconocer: “Cuando Dios te dice lo que tienes que hacer, no puedes dudar”. Una llamada, una misión, un compromiso, una esperanza hacia un mundo mejor para todos.