Son muchos los esfuerzos que hacen las diócesis y las congregaciones religiosas para cuidar a sus jóvenes. Tanto obispos como provinciales intentan poner en primera línea de vanguardia a sus miembros más activos, intrépidos y audaces, con el fin de atender a quienes pasan por las parroquias, colegios, universidades y centros pastorales. También son considerables los desembolsos económicos invertidos en instalaciones, equipos de trabajo o en tantos pastoralistas y catequistas que se dejan la piel en las redes buscando contenidos que se ajusten a los signos de los tiempos (o a los gustos de los jóvenes).
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Además, mientras algunas parroquias se vacían, la educación católica es cada vez más consciente de que ya no vale con una simple pastoral de los valores ni con ser únicamente levadura en la masa. Porque si no se habla de Dios –cuya Palabra se hizo carne– es complicado que la fe se siga transmitiendo de generación en generación. La pasión y la urgencia por atraer y cuidar a los más jóvenes no viene originada en primer lugar por la crisis vocacional ya casi crónica que padecemos en Europa. Por el contrario, tiene su origen en la certeza de que el futuro de la Iglesia pasa por llegar a la juventud y transmitirle la llama de la fe desde bien temprano.
Sin embargo, los múltiples esfuerzos realizados en estas últimas décadas no parecen estar dando los frutos deseados. Muchos grupos pastorales languidecen. Los seminaristas, novicios y matrimonios cristianos disminuyen de una forma que parece imparable. Este año, por ejemplo, el número de seminaristas en España ha bajado de los mil por primera vez desde que se lleva a cabo el registro actual.
Ensayo y error
Después de la pandemia del COVID-19 ha surgido una nueva época de incertidumbre y se ha roto un poco más la frágil cadena de transmisión que mantiene el vínculo entre los sujetos al calor de las comunidades. Con temor y temblor surgen propuestas basadas en el ensayo y error, con la sombra de la irrelevancia al acecho y con una pregunta clara en la trastienda: ¿qué más podemos hacer?
Pues bien, a este momento de desasosiego eclesial debemos añadir otro factor más: la aparición de nuevos movimientos y estilos pastorales que cuestionan tanto lo que se ha estado haciendo hasta ahora como lo que muchas veces se sigue haciendo con ahogado empeño y esfuerzo. Surgen con fuerza de manera más o menos súbita en algunas parroquias, en las redes sociales y en plataformas digitales. Se expanden de forma asombrosa saltando fronteras, continentes y mares. Pero también emergen en las conversaciones cotidianas, en nuestras sobremesas, en los coros juveniles de nuestras iglesias, entre los obispos, entre los párrocos y en las curias.
Pensar un poco más allá
En algunos casos, estas exitosas fórmulas, que arrastran ya a miles de jóvenes universitarios, pueden alterar repentinamente las estrategias de las comunidades cristianas y revolucionar los más minuciosos planes pastorales. Porque, sin querer, se rompe el delicado equilibrio que necesita cada contexto pastoral; sobre todo, el de las ciudades más pequeñas y secularizadas. Sin embargo, la respuesta no puede venir de la rabia por que se lleven a “nuestros” jóvenes; ni del resentimiento cínico porque nosotros no hayamos sido capaces de dar con la tecla; ni de la envidia que murmura y sospecha acerca de las verdaderas motivaciones de estas propuestas. Nos toca pensar un poco más allá.
Por mucho que nos apasione el tema, que hayamos dedicado largas horas a la reflexión o que lo conozcamos bien de cerca, conviene tener en cuenta que no ayuda demasiado caer en polarizaciones burdas que dividen el mundo entre buenos y malos, puros e impuros, ellos y nosotros. Así no vale. Necesitamos análisis y juicios más matizados. Necesitamos ser serios, rigurosos y delicados cuando nos referimos a ciertas visiones y sensibilidades dentro de la Iglesia.
Interrogantes y tensiones
Porque igual ni son tan opuestas ni están tan enfrentadas como nosotros nos creemos. Es cierto que los nuevos movimientos pastorales plantean importantes interrogantes y tensiones, como más adelante veremos. Pero no es de recibo aplicarles la ley del “todo o nada”. ¿Qué podemos aprender de ellos?, ¿qué nos enseñan?, ¿dónde apuntan?, ¿somos realmente tan distintos como a veces pensamos?
Algunos de estos movimientos aglutinan a un elevado número de personas. En ocasiones es complicado saber cuántos jóvenes mueven, porque sus modos de pertenencia son más heterogéneos y sus estilos de participación son difíciles de catalogar. Sin embargo, que consigan movilizar a mucha gente no tiene por qué significar automáticamente que sus miembros sean menos profundos. O que su compromiso sea más superficial. O que se trate, sin más, de una moda pasajera.
¿Puerta abierta a la fe?
De hecho, la evolución de ciertos grupos hacia el declive, tras un inicio explosivo y un momento posterior de madurez, no implica necesariamente que sus propuestas fueran inadecuadas, sino que quizás no pudieron seguirse de la siempre dificultosa fase de renovación. Sea como fuere, número y profundidad no se relacionan sin más de manera inversamente proporcional. ¿Y si estos movimientos son una puerta abierta para vivir un largo camino de fe? No lo sabemos, pero podría ser.
Por tanto, no parece que la cuestión del número deba erigirse como ariete argumental –a menudo, demasiado rápido y simplón– a la hora de analizar la actualidad y la relevancia religiosa de estos nuevos movimientos de pastoral. Y lo mismo puede decirse del origen social, la clase económica o el estrato político con los que tendemos a asociar –en caricaturas vacías de matiz– una determinada teología, un modo de relacionarse con Dios o una cierta comprensión sacramental. La posible uniformidad de sus miembros no invalida inmediatamente la espiritualidad que estos comparten.
Norma o caridad
Con cierta frecuencia escuchamos también otros juicios que pretenden ser una enmienda a la totalidad de estos nuevos estilos de pastoral. De ellos se dice, con distintas palabras, que están tan centrados en la ortodoxia que dejan de lado la necesaria ortopraxis. Es decir, que se aferran demasiado a la seguridad de la tradición, la norma y el pasado; pero que olvidan a menudo el servicio comprometido y la caridad, en los que se descubre lo complejo y lo incierto de tantas existencias concretas.
También se los mira con precaución porque hay para quienes lo espectacular de sus eventos, a menudo masivos y con una cuidada puesta en escena, pareciera incompatible con la profundidad del encuentro con Dios. O porque son demasiado carcas, haciendo uso de simplificaciones que ya resultan no menos aburridas que manidas. Simplificaciones que, además, tanto daño nos hacen como Iglesia. Porque dividir a los jóvenes en progres o carcas es caricaturizar su diversidad; esa que, por otro lado, se reclama con razón en múltiples contextos de nuestra Iglesia, al menos a este lado del globo. (…)
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Índice del Pliego
A. NUESTRO ESCENARIO PASTORAL
B. NI UNOS TAN BUENOS, NI OTROS TAN RAROS
C. PARA TENER EN CUENTA
- Los jóvenes, protagonistas
- Sin miedo a hablar de Dios
- El buen gusto pastoral
- Un nuevo estilo de pertenencia
- Una sana ambición
D. DIEZ PASTORALES INSUFICIENTES
- La pastoral de la lágrima
- La pastoral del drama
- La pastoral del ‘reset’
- La pastoral del parche
- La pastoral del ombligo
- La pastoral disociada
- La pastoral del gurú
- La pastoral de clase
- La pastoral de la dopamina
- La pastoral del esquí
E. A MODO DE CONCLUSIÓN