Si no hubiera dimitido, Benedicto XVI habría celebrado cuatro Jornadas Mundiales de la Juventud, pero su histórica decisión de abandonar la sede de Pedro le impidió acudir a la de Rio de Janeiro que dejó en herencia a su sucesor Francisco.
- PODCAST: El fenómeno Hakuna (desde dentro)
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Curiosamente la JMJ que tuvo lugar en Colonia (agosto del 2005) fue también la herencia que Joseph Ratzinger recibió de su predecesor Juan Pablo II fallecido pocos meses antes. Surgió entonces un enorme interrogativo sobre la posibilidad de supervivencia de un “invento” que todos habían atribuido a Karol Wojtyla y una cierta inquietud en torno al éxito de un acontecimiento que el Papa polaco había modulado sobre su propia persona. Se temía, además, que las diferencias de carácter entre ambos Pontífices , sobre todo su capacidad para la comunicación con las masas juveniles, fuese un obstáculo insuperable.
Una entrada triunfal
Previsiones que se desvanecieron apenas Benedicto, el 22 de agosto del 2006, surcó en barco las aguas del Rin camino del centro de la capital renana y se vio acompañado por el entusiasmo de decenas de miles de muchachos que no dudaron en meterse en el agua para aclamar lo más cerca posible al sucesor de Pedro. Una entrada triunfal, del todo inesperada, que marcó el clima de los siete días sucesivos.
A pesar de su reputación la JMJ alemana no fue un modelo de organización y hubo no pocos momentos de caos debidos, como luego se supo, por las divisiones que reinaban en el equipo directivo que, en parte, boicoteó las órdenes del cardenal Joachin Meissner. Pero hubo un momento sumamente emocionante: la vigilia en Marienfeld que culminó con la adoración de la Eucaristía en medio de un silencio increíble.
Experiencia de fe
Comentándola el Cardenal Camillo Ruini escribió: ”Quien haya vivido la XX Jornada puede afirmar que esta ha constituido una gran experiencia de fe y de cristianismo vivido; grande no sólo por el número y el entusiasmo de los participantes sino más profundamente por la autenticidad de la oración, el sentido de la común pertenencia a Cristo y a la Iglesia”.
Tres años después la JMJ dio el salto continental y fue celebrada nada menos que en Sydney; cuando se planteó esa posibilidad a todos pareció un sueño irrealizable pero no a su más decidido defensor el cardenal George Pell que convenció a todos de que era una apuesta audaz pero posible. Y así fue porque desafiando las distancias y mil dificultades logísticas la capital de Australia se vio invadida por una multitud de jóvenes que llenaron todos los escenarios y disfrutaron de la belleza incomparable de su bahía, de su monumental Opera House, del Harbour BRidge, del hipódromo de Randwick que fue el escenario de la tradicional vigilia y de la apoteósica Misa final a la que asistieron casi medio millón de personas entre las cuales destacaba una representación de los aborígenes. ”La llamada de Dios – sintetizó Pell- no es sólo para los católicos y los cristianos, sino especialmente para los que no tienen religión”.
El veto médico
De la JMJ de Madrid ya hemos hablado en una crónica anterior. En abril del 2012 Benedicto XVI realizó un viaje apostólico a México y Cuba del que volvió a Roma literalmente agotado. Fue entonces cuando los médicos le dictaminaron que ya no podría realizar, por su edad y estado de salud, ningún viaje transoceánico. El papa era consciente de que ya estaba anunciada la próxima JMJ que tendría lugar en Rio de Janeiro y concluyó que sin la presencia papal la Jornada no tenía sentido. A partir de esta dramática reflexión comenzó a madurar su decisión de dimitir. Fueron meses muy difíciles para él pero poco a poco, con intensos momentos de oración, se impuso el histórico paso. A Rio de Janeiro no iría él sino su sucesor y así en julio del 2013 Francisco tomó el timón de una JMJ que todos recordaremos por su colorido y vivacidad.