“¿No está hoy la otra?”, la pregunta de una anciana a uno de los sacerdotes de la parroquia nos viene perfecta para abrir este relato en el que además hay un poco de reflexión. La señora, con su pregunta casual, desmonta con gran naturalidad una montaña de escritos y libros dirigidos al pueblo cristiano que pretenden justificar el rechazo a que las mujeres ocupen puestos de relevancia, para empezar en la liturgia, so pretexto de que “la gente no quiere”. Lo que quiero contar sucede en una fiesta de la Inmaculada hace muchos años, en una parroquia de ciudad donde me encontraba con motivo de un evento.
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Dos sacerdotes, muy buenas personas, me pidieron que pronunciara la homilía de una misa a la que asistía un gran número de fieles. La verdad es que no acepté en un primer momento, un poco por pereza y un poco porque prefería reservarme para la conferencia que iba a pronunciar. No fue algo transgresor porque el sacerdote introdujo mi intervención, pero en realidad yo pronuncié la verdadera homilía, sin pena ni gloria. Dos días después era domingo, yo ya no estaba allí, pero entre los parroquianos que aparentemente se mostraron indiferentes a mi intervención, alguno pregunto dónde estaba y por qué no podía desempeñar ese servicio de la Palabra.
Me encanta recordar este hecho simple y a la vez extraordinariamente elocuente por lo ordinariamente qué se dio. Otra cosa fue la experiencia de Regalbuto ya que no sucedió de manera tan espontánea. Por deseo del arcipreste, desde hace muchos años hombres y mujeres predican al pueblo sobre las Siete Palabras de Cristo en la Cruz. La de las Siete Palabras es una tradición antigua, una narración evangélica predicada hasta con música. Regalbuto ha mantenido esta costumbre y cada Viernes Santo en el pueblo la parroquia, las calles y las plazas se engalan para un rito que es casi una coreografía sagrada. Es una celebración si bien sus símbolos no son solo los austeros de la liturgia. Sale en procesión además las hermandades con sus pasos de Cristo y la Virgen reviviendo los eventos de la Pasión del Señor.
Fiesta y dolor unidos
En este contexto se procede a la proclamación de las Siete Palabras en el templo precedidas de una breve introducción y con una predicación. Todos acompañan en procesión al paso de la Virgen María por las calles de la ciudad hasta el lugar donde se ha preparado el sepulcro de Cristo. Después se regresa a la iglesia y se escucha la última predicación. Muchas de mis compañeras teólogas han participado en estas predicaciones. Así, en 2017 me encontré en esta celebración solemne introduciendo el recorrido con estas palabras: “Hasta esta iglesia se viene desde tiempos inmemoriales con el recuerdo de quien nos ha precedido y con la esperanza de transmitir todo esto a hijos e hijas y a cualquiera que llegue a estas hermosas tierras. Aquí viene gente desde tiempos inmemoriales, no solo a esta comunidad eclesial, sino a todo y todos los que habitan en este pueblo: desde los que van todos los días a la iglesia, pasando por los que lo hacen a veces, hasta los que solo lo hacen en días como hoy. Bienvenidos, estáis en vuestra casa. Todos tenemos un sitio en la Pasión del Hijo del Hombre. Tiene una palabra y un silencio para todos. Es espacioso el vientre del mundo: hoy la fiesta y el dolor de todos se reúnen en una pasión, en una vida que se da, en siete palabras y en los espacios que las unen”.
Todavía llevo ese eco en mí, esos rostros, los pasos, las palabras. El espacio interior íntimo, la angostura de las calles y la amplísima de la plaza. Mis palabras al servicio de la Palabra, tratando de hacerla pan de sentido para todos, alzándose para llegar a todos mientras modulaba temas y sonidos para darle cuerpo sin cargarla. La forma ordinaria de la primera experiencia mencionada y la extraordinaria de Regalbuto tienen mucho en común y cualquiera que predique, ya sea un sacerdote, un pastor o una pastora, un laico o una laica, reconocerá estas características.