Tribuna

El voluntariado internacional: una inversión en tu crecimiento personal y profesional

Compartir

De hace un tiempo a esta parte, vengo escuchando cada vez con más frecuencia que irse un año de voluntariado internacional es perder el tiempo. Que si decides dedicarle uno o varios años de tu vida, con el ritmo frenético del mercado de trabajo actual, tus conocimientos se van a quedar obsoletos, que vas a rechazar oportunidades laborales irrenunciables, que tienes que pensar en colocarte en un buen puesto para garantizarte un cómodo y próspero futuro.



Es fácil dejarse llevar por estas creencias ante el panorama económico que se nos presenta (¿a quién no le cuesta lidiar con el fantasma de la precariedad?) y más aún con la presión social que muchas veces amigos y familiares preocupados vierten sobre nosotras. Sin embargo, si somos capaces de ampliar nuestra perspectiva, nos daremos cuenta de que este tipo de experiencias no solo nos aporta una gran riqueza personal y vital, sino que nos preparan para el mundo laboral.

Una oportunidad única

El voluntariado internacional es una oportunidad única para entender mejor quiénes somos, qué valores nos sostienen y qué lugar ocupamos (y queremos ocupar) en el mundo. Aunque pueda parecer una conclusión a la que es bastante fácil de llegar, llenarla de significado y de verdad es mucho más difícil. A mí me llevó un año de estancia en Kenia de la mano de VOLPA, el programa de voluntariado internacional de larga duración que promovemos desde Entreculturas y Alboan desde 1991.

Sin embargo, me hice verdaderamente consciente del poder transformador de una experiencia como esta cuando regresé a España, durante una charla con otros voluntarios y voluntarias del programa. Comencé presentándome como una mujer blanca que ha estudiado hasta obtener un máster universitario, cuyos padres estaban vivos, sin hijos, que si se pone enferma puede acudir a un médico gratuitamente, que puede contar con una red de afectos y apoyos si en algún momento tiene algún accidente… Me explayé en estos detalles, que antes de irme a Nairobi consideraba nimios, porque al volver no los podía omitir al pensar en mí misma, porque me hacían y me hacen ser quién soy y ya no los podía ni puedo dar por descontados.

Mucho más que números

Con esta confidencia quiero mostrar cómo irse de voluntariado es una oportunidad única para acercarnos, entender y vincularnos a otras realidades y comprender mejor cómo funciona el mundo. Nos hace profundizar en las causas y los efectos de la desigualdad a escala global. En palabras de Carlos, uno de nuestros voluntarios del programa VOLPA que se encuentra ahora mismo en Chad, “en África Subsahariana, cada año, cinco millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años. El 98% de las chicas mayores de 15 años han sufrido la mutilación genital en Somalia. Antes de vivir aquí, para mí también eran números, estadísticas en titulares de prensa. Sin embargo, ahora, esas cifras se han convertido en Moussa, un amable vendedor de telas un poco apático que perdió a cuatro de sus cinco hijos o en la maravillosa Aline, que tiene quince años y una sonrisa radiante, pero que no tiene clítoris al ser mutilada por sus familiares para que no la consideraran sucia en el pueblo…”.

Como le ocurre a Carlos o como me ocurrió a mí, el voluntariado internacional transforma la mirada para que, allá donde estemos y con quienes vivamos, tengamos siempre presente que nuestras acciones y elecciones tienen un impacto en la vida de los demás, ya estén a nuestro lado o a miles de kilómetros de donde nos encontremos. Además de esta transformación ligada a nuestra identidad personal, ser voluntarias en el extranjero nos permite desarrollar habilidades muy valiosas. Nos hace más adaptables a contextos diversos (y, en algunos casos, hostiles), y nos hace más permeables a nuevas ideas y a incorporar visiones distintas a la nuestra.

Voluntariado

Despierta nuestra creatividad

Los retos que aparecen por el camino despiertan nuestra creatividad para solucionar problemas y aumentan nuestra capacidad para tolerar la frustración y el fracaso. En una sociedad que nos empuja a la satisfacción efímera, rápida y continua, vivir la incertidumbre y desidealizarnos a nosotras mismas y el alcance de nuestra labor se vuelven aprendizajes valiosos e imprescindibles.

Sin duda, es una oportunidad única para afinar nuestra inteligencia interpersonal. La mediación, la empatía, el diálogo y la asertividad se practican diariamente, condimentadas con una buena dosis de paciencia. Se aprende a trabajar en equipo con todas las dificultades que acarrea, pues entendemos que remando solas no vamos a poder conseguir nuestros objetivos, que sí podremos alcanzar conjuntamente integrándonos en una red sólida de ayuda mutua.

Conocernos íntimamente

Por si todos estos aprendizajes no fueran suficientes, ser voluntarias internacionales nos regala la maravillosa oportunidad de conocernos íntimamente e identificar y abrazar nuestras fortalezas y debilidades. Nos llena de motivación y de propósito, ensancha nuestra forma de entender y estar en el mundo.

Claramente, estos cambios fructifican con el tiempo y con la capacidad de cada persona de vivir desde la vulnerabilidad: por eso habría que dar un salto de confianza y priorizar experiencias de larga duración bien respaldadas por organizaciones competentes en este ámbito. Una buena formación antes de partir y un acompañamiento estructurado mientras estamos en terreno son la clave fundamental para vivir experiencias realmente transformadoras y desarrollar estas “soft skills” (que de blandas tienen poco) tan importantes en nuestras carreras profesionales.

No es un instrumento

Es importante tener en cuenta que el voluntariado puede canalizar nuestra vocación profesional, pero no tiene que ser un instrumento para realizarla. Es una oportunidad para poner a disposición nuestros conocimientos y capacidades, pero también para disfrutar de nuestro tiempo libre y tejer relaciones horizontales en el contexto en el que vamos a vivir. El riesgo, si no, es que los países y las comunidades que nos acogen se queden en una mera localización para nuestros quehaceres, cuando la riqueza de estas experiencias no se encuentra en el hacer, sino justamente en la presencia, en el estar con y en el aprender de los demás.

Porque, al volver a casa, no recordaremos los informes que hemos preparado ni las clases que hayamos dado, sino las anécdotas y los momentos compartidos con personas que, sin saber cómo, se habrán vuelto parte de quienes somos.

Cristina Caravello es técnica de voluntariado internacional en Entreculturas y post-VOLPA.

La fotografía, tomada en Santo Domingo (República Dominicana), es de Paloma García Ogara Ceballos.