Desde hace unos días ha saltado a la palestra –otra vez– la cuestión del uso de las lenguas cooficiales en el Parlamento, precisamente como uno de los pagos para una supuesta investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Al margen de otras cuestiones morales –tan descuidadas las pobres–, la de la lengua resulta interesante, ya que –según se dice– las lenguas sirven para comunicarse.
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Tres ejemplos bíblicos
Ya hemos hablado en este espacio de la torre de Babel y de la incomunicación que supone la diversidad de lenguas, así como de la comunicación a pesar del empleo de lenguas diversas –de ahí el prodigio–, como leemos en el episodio de Pentecostés. Ahora me gustaría fijarme en tres ejemplos bíblicos en los que la misma lengua se torna precisamente una dificultad. El primero es un texto de 2 Re 18, en que se cuenta la amenaza asiria contra Ezequías de Judá (en torno al año 700 a. C.). Un funcionario de Senaquerib –el copero mayor– se dirige a Laquis, sitiada por las tropas asirias, para instar a Ezequías a rendirse. Tras el parlamento, “Eliaquín, Sobná y Joaj pidieron al copero mayor: ‘Háblanos a nosotros, tus servidores, en arameo, por favor, que lo entendemos; no nos hables en el hebreo de Judá y a oídos del pueblo que está en la muralla’” (2 Re 18,26). El copero no solo no se calló, sino que “se puso en pie y gritó con voz fuerte en el hebreo de Judá…” (v. 28). Los funcionarios judaítas pensaron –con razón– que oír hablar en la propia lengua al enemigo desmoralizaría a las tropas.
En Jue 12,5-6 y Mt 26,69-75 tenemos dos ejemplos en los que la lengua delata a sus hablantes, ya que en el habla se reflejan modos regionales o dialectales. En Jue 12,5-6, a los efraimitas que querían regresar a su tierra, los galaaditas les pedían que pronunciaran la palabra ‘shibbolet’ [espiga]; como ellos pronunciaban ‘sibbolet’, los agarraban y los degollaban (hay que saber que, en el alfabeto hebreo, hay cuatro letras con sonidos variables de “s”).
En el episodio de las negaciones de Pedro (Mt 26,69-75), “se acercaron los que estaban allí [en el patio de la casa del sumo sacerdote] y dijeron a Pedro: ‘Seguro; tú también eres de ellos, tu acento te delata’” (v. 73).
Desde un cierto punto de vista, es cierto que las lenguas sirven para entenderse. Pero con la condición de que se sepan; si no, probablemente no haya un elemento más separador que la lengua.