Lisboa no está a tiro de piedra de Rabat, pero sí a apenas una hora de vuelo desde alguno de los varios aeropuertos internacionales de Marruecos. Y, sin embargo, no he estado en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que tuvo lugar la semana pasada en la capital lusa.
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¿Por qué? Me moría de ganas, porque estar donde están los jóvenes forma parte del ADN de todo salesiano; y tratándose de lo que se trataba, un encuentro mundial en torno a Cristo, mucho más. La presencia del Papa era la guinda sobre el pastel para sentirse motivado a estar presente. Entonces, ¿por qué no?
Por solidaridad con los muchos jóvenes africanos que querían haber estado allí y que no pudieron hacerlo. Y también como protesta por el sistema político de una Unión Europea que cierra sus fronteras y hace inaccesible su territorio para quienes no gozan de un pasaporte “adecuado”.
El primer filtro para la participación de jóvenes en Lisboa fue el económico. Para la mayoría de jóvenes cristianos en Marruecos, prácticamente todos ellos estudiantes universitarios subsaharianos o migrantes irregulares, el costo resultaba imposible de afrontar.
Aun así, un grupo hubiera podido espabilarse para encontrar quien les financie: familia, amigos, padrinos… Pero llega el segundo y más decisivo filtro: la visa o el visado. Muchos españoles no saben que, para entrar en España y en Europa, los ciudadanos de la mayor parte de países africanos necesitan obtener un visado. E ignoran también que, para obtenerlo, además del dinero a pagar, que no es poco, hay que tener un seguro médico, una reserva de hotel, el billete de ida y vuelta, una carta de invitación… y demostrar que tienes el dinero suficiente para mantenerte durante tu estancia, o un compromiso de alguien que te tome a su cargo bajo todos los conceptos.
Por solidaridad y como protesta
En resumen, obtener el visado no es nada fácil, y menos cuando no se tiene un trabajo fijo, un domicilio demostrado, una cuenta bancaria y una tarjeta de crédito. Por todo ello es que muchas personas arriesgan su vida atravesando el Estrecho en una patera en lugar de hacerlo legalmente en avión o en barco. No es por capricho o porque resulte más barato; ¡de hecho, la patera resulta mucho más cara!
Por eso, por solidaridad y como protesta por este sistema cerrado y egoísta, me aguanté mis ganas y no fui a la JMJ.