La soledad del paciente y el médico


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Una de las cosas más difíciles de sobrellevar en una enfermedad es el aislamiento que provoca, la soledad profunda en que coloca a la persona. Por más que se quiera acompañar y por más gente que le rodee, el paciente está solo. Con sus miedos, con el dolor, en ocasiones con la incapacidad de comunicarse (por ejemplo, en enfermedades neurológicas, en cuidados críticos, por efectos secundarios de los medicamentos); puede añadirse el deterioro de la propia imagen, la necesidad de otros para el cuidado, para la simple higiene personal, la pérdida de las referencias habituales de una persona adulta (el papel social, un trabajo, responsabilidades).



Nuestros miedos

La enfermedad puede hacernos sentir viejos, vulnerables, ajenos a la “vida normal” de fuera del hospital, que hasta hace poco era la nuestra. Quizás centrados en el dolor, con la ansiedad producida por la incertidumbre, ante la perspectiva de la pérdida o incluso de la muerte. Son vivencias profundas e individuales, que en el mejor de los casos se podrán compartir con personas queridas, pero seguirán siendo de cada uno. En el peor, por desgracia demasiado frecuente, quedan sin verbalizar, ocultas o reprimidas. Por todo ello la pandemia Covid-19 fue tan cruel, aumentó de forma exponencial la soledad y el aislamiento en medio de circunstancias tan adversas como vivieron los enfermos hospitalizados.

Médico general

No quiero dejar de mencionar la soledad del médico. Muchas veces no compartimos nuestros propios miedos: al fracaso, a la impotencia de proporcionar una cura, a los efectos que la enfermedad de otros genera en nosotros mismos. Sufrimos una soledad esencial que se diluye en los equipos y grupos de trabajo, pero nunca abandona por completo.

Por todo lo mencionado, es tan importante en el medio sanitario comunicarse, compartir los sufrimientos, dudas y vacilaciones, los miedos. No resulta fácil y por lo general las instituciones no lo facilitan, antes al contrario, pero hay que buscar momentos y lugares. Y acompañar, acoger, estar, aunque sólo sea para sostener una mano o enjugar una lágrima. Como los amigos de Job, “que le rodearon y permanecieron en silencio, porque vieron que su dolor era muy grande”.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.