“Esta es la verdad que Jesús nos invita a descubrir, que Jesús quiere revelar a todos, a esta tierra de Mongolia: para ser felices no hace falta ser grandes, ricos o poderosos”. Este es el mensaje de presente y futuro que el Papa quiso dejar a los católicos mongoles como legado. Así se lo transmitió en la homilía de la eucaristía que presidió hoy en el ‘Steppe Arena’ de Ulán Bator a peregrinos mongoles, pero también de las naciones cercanas, incluida China, a pesar de que Pekín habría vetado su presencia.
- PODCAST: Despertemos a la Iglesia del coma
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Francisco enhebró su homilía a partir de ese “mi alma tiene sed” del Salmo 63 y de cómo Jesús es el que ofrece “el agua viva del Espíritu” para saciarla. Fue el punto de partida para vincularlo con la realidad de los feligreses a los que hablaba, “en una tierra como Mongolia, un territorio inmenso, rico de historia y de cultura, pero marcado también por la aridez de la estepa y del desierto”.
Nómadas de Dios
“Todos, en efecto, somos ‘nómadas de Dios’, peregrinos en búsqueda de la felicidad, caminantes sedientos de amor”, expresó el pontífice, que también dibujó el perfil del creyente como “esa tierra árida que tiene sed de un agua límpida, un agua que apaga la sed profundamente” en medio de “las sequedades existenciales”.
“La fe cristiana responde a esta sed; la toma en serio; no la descarta, no intenta aplacarla con paliativos o sustitutos”, defendió el Obispo de Roma ante su auditorio, al que recordó que Dios, en Jesús, “se ha hecho cercano a ti, desea compartir tu vida, tus trabajos, tus sueños, tu sed de felicidad”.
Abrazar la cruz
A partir de ahí, les invitó a “abrazar la cruz de Cristo”, una propuesta que admite que es “desconcertante y extraordinaria”: “Cuando pierdes tu vida, cuando la ofreces generosamente, cuando la arriesgas comprometiéndola en el amor, cuando haces de ella un don gratuito para los demás, entonces vuelve a ti abundantemente, derrama dentro de ti una alegría que no pasa, una paz en el corazón, una fuerza interior que te sostiene”.
Antes de finalizar la misa, en una última alocución de agredicimiento, el Papa volvió a insistir en la idead de que Dios “se complace en realizar cosas grandes en la pequeñez”. “Gracias, porque son buenos cristianos y ciudadanos honestos”, dijo ante la pequeña comunidad católica mongola, a la vez que les animó en su camino: “Sigan adelante, con mansedumbre y sin miedo, sintiendo la cercanía y el aliento de toda la Iglesia, y sobre todo la mirada tierna del Señor, que no se olvida de nadie y mira con amor a cada uno de sus hijos”.