Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

“Saltones y reactivos”: la sobre judicialización de los conflictos


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Si antes, aunque no universalmente, una persona cometía un error en su trabajo, en sus relaciones o en su desempeño de cualquier ámbito, los demás –también conscientes de sus propias fragilidades– eran capaces de actuar con empatía, perdonar la falta y pedir reparación. Si bien eso se prestó, en algunos casos para abusos, malas prácticas y delitos que no contemplaba la justicia ni la ingenuidad de las personas, ahora nos fuimos al extremo de que, a la menor equivocación, muchos se olvidan de su “tejado de vidrio” o “pies de barro” y “saltan” convirtiéndose en justicieros crueles, pidiendo la cabeza del otro en redes sociales y en la Justicia, para que lo “elimine” de sus vidas y sociedad.



¿Cómo construimos comunidad? ¿Cómo aprendemos entonces de nuestros errores? ¿Cómo nos reconciliamos? ¿Qué les estamos diciendo a las nuevas generaciones con respecto a su fragilidad y cómo reaccionar frente a los conflictos?

Profundamente dañados

Como comunidad, es tal la desconfianza en la que vivimos que cada estímulo que podamos recibir del otro se recibe con una hipersensibilidad y pánico, lo que provoca una respuesta desproporcionada. Conflictos que antes se solucionaban con una resolución de conflictos, mediaciones, medidas reparatorias, formativas y disciplinarias, hoy están en tribunales. El problema de todo esto es que los más perjudicados son los mismos involucrados en el problema.

En vez de aprender a vivir en la diversidad, madurar en los conflictos y desarrollar estrategias sociales, las partes son llevadas a declarar y aprenden que la “solución” la tiene un juez. Sin embargo, este último, sin desconocer sus capacidades, no conoce sus historias, familia, contextos ni lo que desean ni piensan en profundidad. Así sucede hoy, muchas veces, en temas de familia, colegios, parejas, vecinos, socios, u otras del ámbito social. Todos terminan con menos dinero en sus bolsillos por los costos que implica una demanda; cansados, y muchas veces, con resoluciones que no les dan paz. Solo quedan más peleados y divididos que antes.

La hiperjudicialización de la vida

La hiperjudicialización de la vida es la consecuencia de vivir “saltones y reactivos” y se refiere al aumento excesivo de los asuntos legales y conflictos que se resuelven a través de los tribunales. Entre sus causas, podemos encontrar los cambios sociales y culturales, la falta de confianza en las instituciones y el mayor acceso a la Justicia, junto con la posibilidad de obtener compensaciones económicas. Entre sus efectos más preocupantes, sin contar la sobrecarga del sistema judicial y el aumento de los costos legales, vemos el gran desgaste emocional y el estrés de muchas personas e instituciones que se ven enfrentadas a una nueva realidad que supera sus funciones tradicionales y las desvía de su propósito principal.

Hay varios síntomas preocupantes de una sociedad “saltona y reactiva”. Hay muchas formas de relacionarnos que han cambiado para mal, producto de la hiperjudicialización de los conflictos y de la fragmentación de la sociedad. Lamentablemente, los problemas de comunicación extremos ya han contaminado nuestras familias, escuelas, trabajos, plazas, lugares donde vivimos, centros de salud, etc.; todo se ha “judicializado” a tal punto que nos hemos olvidado de que somos hermanos y de que, al proceder de esta manera, nos estamos matando lenta e inexorablemente.

Juicio Vaticano

Algunas de las alarmas evidentes de esto son:

  • Hipersensibilidad: muchas personas hoy en día andan “saltonas” e interpretan desproporcionadamente gestos o acciones que se podrían intentar aclarar partiendo con una conversación; sin embargo, en vez de eso, van directo a la Justicia, causando un daño infinito a todos.
  • Parcialidad de los hechos: frente a los conflictos de cualquier orden, se suele ver todo en blanco y negro, sin matices ni la complejidad que implica la vida, los vínculos y la percepción de cada cual.
  • Presunción de inocencia: a la hora de los conflictos, todos se sienten los “blancos corderitos”, incapaces de asumir su parte de responsabilidad en los acontecimientos, endosando la cuenta a alguien más.
  • Búsqueda del “chivo expiatorio”: por lo mismo, debe existir un villano, un incompetente, alguien a quien cargar toda la frustración, impotencia y agresión, quien no es digno de perdón ni compasión alguna. Se convierte en un enemigo, en una cosa que atenta contra mi vida, quedando solo atacar sin dilación.
  • Vómito mediático: las redes sociales han pasado a jugar un rol de jueces implacables e irresponsables que condenan sin piedad a quien cae en desgracia, pero sin juicio justo, sin toda la información y algunas veces hasta con información falsa.
  • Desborde emocional: el cáncer de la hiperjudicialización casi nunca va acompañado de una mente fría y un espíritu templado. Es emoción pura desbordada sin filtro, que no mide el daño que ocasiona a sí mismo o a los demás con su intervención.
  • Impulsividad: la emocionalidad lleva muchas veces a la irracionalidad de los actos, lo que trae dolorosas consecuencias para las personas y la sociedad. Es una selva.
  • Tolerancia cero: con este contexto, nadie perdona a nadie y, a la menor falta, accidente o error, la víctima se puede transformar en un/a victimario/a, destruyendo desproporcionadamente a quien la dañó.
  • Cero comunicación: las personas ya ni siquiera quieren conversar. Temen al enfrentamiento y prefieren muchas veces a un interlocutor legal que hacerse cargo de resolver sus conflictos y madurar con ellos.

Escuchar bien es la cura contra el cáncer

Por lo mismo, debiese ser prioridad en la formación de las personas el que aprendan a escuchar y escucharse bien. Hoy, muchos hablan y asumen que escuchan, pero la verdad es que solo oyen. Escuchar es un arte que implica disponer el alma, callar la mente y contemplar al otro con respeto para auscultar qué me quiere decir. Solo así podemos conocerlo, aceptarlo, comprenderlo y llegar a acuerdos que sumen los puntos de vista de ambos y que no eliminen a ninguno.

Sin embargo, nadie da lo que no tiene, por lo que el arte de escuchar a otros exige primero el escucharnos a nosotros mismos, reconectarnos con nuestra voz interior y con el amor que nos habita. Solo desde ahí podrán surgir la empatía, la compasión, la confianza y la posibilidad de repararnos como humanidad.

¿Qué haría Cristo?

¿Qué haría Cristo en nuestro lugar? Al Señor muchas veces lo pusieron en aprietos sobre conflictos humanos como herencias, disputas entre hermanas, la mujer adúltera y tantos otros más. En todos ellos, Él marcó el punto central: lo importante es cuidar el vínculo que existe entre las personas y a las personas en primer lugar. Si todos priorizamos cuidar ese lazo que nos une y no poner otro interés por sobre él; como ganar, el ego, el dinero, la revancha, la venganza o cualquier otro fin, las relaciones se reordenan para bien.

Para eso hay que aprender conscientemente a vivir en el Espíritu, que no es otra cosa que la misericordia, la mansedumbre, el perdón, la generosidad, la humildad y la capacidad de discernir y elegir siempre el bien y no el mal.