Pronto recibiremos en nuestra archidiócesis de Mérida-Badajoz al arzobispo José Rodríguez Carballo, que viene a nosotros como pastor enviado que, durante un tiempo realizará labores compartidas con el actual arzobispo, Celso Morga, para después, Dios mediante y tras la jubilación de éste ya esperada, ser el arzobispo propio y titular de nuestra archidiócesis.
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Viene a la Iglesia que camina en Mérida-Badajoz, una Iglesia pobre que camina en tierra pobre, que se enraíza con firmeza en su fe y hace de ella categoría de riqueza en lo que supone el sentido de la vida y de la esperanza. Una tierra con una gente que sabe acoger desde el corazón y que se ofrece para el encuentro en el deseo de lo mejor. Tierra tocada ya por la secularización purificadora de nuestra cultura.
Sencillez franciscana
Don José va a encontrar un pueblo sencillo y llano que sabe abrirse al que llega para ofrecerle su casa y su vida como lugar propio, si quiere quedarse. Seguro que, si usted viene a nosotros con su sencillez franciscana, con la riqueza de su pueblo gallego y con la experiencia de haber servido al reino de Dios por todo el mundo desde su orden y desde el Dicasterio de los religiosos, de lo cual no dudamos después de haber oído sus palabras sinceras de saludo y de lo bien que ha guardado el secreto pontificio de su nombramiento –proclamado por todos menos por usted-, el maridaje será perfecto y no deseará divorciarse de esta diócesis con la que se le ha unido en compromiso de alianza y de servicio.
Aquí esperamos que así sea y tenemos el deseo de encontrarnos con usted, nuevo pastor, que ha reconocido con humildad que está lejos este quehacer, pero dispuesto a dejarse hacer con ilusión en el camino sinodal al que estamos llamados hoy con urgencia. Usted sabe que no viene a una tierra abandonada, sino donde hay operarios que llevan siglos actuando a favor del reino con el deseo de ser más fieles al Evangelio. Todos sabemos por fe que el Buen Pastor nunca nos abandona.
En salida
El laicado sigue estando a punto, como cuando llegó don Celso, para la siembra en la novedad de nuevos surcos abiertos, nos llegan los aires de esa Iglesia que se quiere “en salida” y no hacemos nada más que preguntarnos por dónde y cómo salir. Será, a la luz de este acogedor amanecer, una aventura en la que podrá tomar parte y lanzarnos a la alegría del Evangelio que necesita transportar justicia y esperanza al pueblo del que formamos parte y en el que se va a bautizar su ministerio pastoral directo. Son muchos y variados los procesos, movimientos y grupos que se iluminan bajo la luz del Evangelio, y que intentan ser actuales y auténticos. Seguro que todos ellos desearán conectar y contarle, como conversación de peregrinos, todos los asuntos que les traen preocupados de la vida y su camino. Ojalá nos podamos reconocer y conocer a Cristo al partir el pan.
El presbiterio está expectante y con deseos de una relación amigable, fraternal y cercana, en este sentido estamos agradecidos al arzobispo actual. Las exigencias no van a venir por grandes dotes pastorales y experiencias vividas, sino por la proximidad de poder trabajar juntos, aportando entre todos el mejor servicio a este pueblo que queremos de corazón y con el que caminamos cada día en los distintos terrenos y sectores que les son propios: rural, urbano, laboral, cultural, escolar, educativo, sanitario, penitenciario, político, económico… Necesitamos ánimos, dinamismo, proyecto claro, horizonte de novedad evangélica en respuesta al momento actual. Nos va la vida en ello.
Unidad y caridad
Es más, nos habita el deseo de motivación para seguir adelante y vivir con entusiasmo las tareas que nos son más propias: el anuncio del Evangelio, el acompañamiento ministerial a las comunidades cristianas, las celebraciones de la fe y el servicio a la unidad y a la caridad entre todos. Queremos, porque lo necesitamos, que nos impulse y nos anime en esta labor que traemos entre manos durante tantos años.
Los religiosos, de esto debe saber usted mucho más que todos nosotros, siempre han estado y están a punto para la colaboración estrecha y directa con los pastores en nuestra diócesis. Por eso, se va a encontrar a gusto con ellos y no le va a faltar, en ningún momento, ni el calor materno de su virginidad, ni la riqueza de su pobreza, ni la libertad de su obediencia auténtica. Ellos, con sus carismas, van a ser portadores de la misión con una riqueza sin límites para todos. No dudo que, en su abrazo de hermano pobre y fiel, van a ser verdadero descanso para su cansancio en las horas de labor y apoyo en todas las iniciativas misioneras y evangelizadoras, así como de oración y contemplación.
Levadura en sus manos
En el fondo, lo que le podemos y queremos ofrecerle es un corazón de pueblo que desea estar bien dispuesto para abrir tierra, casa, pueblo y comunidad, y hacerle sentir padre, pastor, hermano y compañero de camino. No queremos que le falten ni el pan, ni la sal; es más, nos gustaría ser levadura en sus manos para levantar la masa y alimentar, en la fe y en el vivir, a todos los que nos rodean y que aguardan una palabra de aliento y de ánimo, una buena noticia de salvación, así lo venimos haciendo creo yo.
Don Celso va a ser un hermano de acogida extraordinario, qué buena idea que venga un tiempo para estar juntos, vivir la fraternidad apostólica y andar sus primeros pasos por esta tierra de buenos pastores, aprendiendo a sentir en común. No dudo de que le va a costar muy poco. Le deseo lo mejor, que traiga paz, alegría y confianza en Dios y en nosotros, yo pido a Dios tenerla con usted.
Yo siempre digo que estamos ya en el último tercio de la vida, como indican nuestros documentos de identidad, y que lo más importante es en lo que vamos a gastar nuestros últimos cuartos, sobre todo cómo vamos a hacerlo. Ojalá nos gastemos mucho en la mesa de la fraternidad y la alegría. Bienvenido.