Christa Parra no tiene una tarea específica. Solo la de estar cerca y amar. Y responder a las necesidades que surgen en el albergue para migrantes donde trabaja en Ciudad Juárez. Christa es una joven monja de las religiosas de Loreto. Vive entre dos mundos: el privilegiado por haber nacido en Estados Unidos y el otro en misión entre inmigrantes a la espera del gran salto hacia EE. UU. Es la tercera generación de inmigrantes mexicanos. Cada mañana se pone al volante, sale de El Paso, Texas, y en 45 minutos en coche llega al centro de acogida del otro lado de la frontera.
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“En el albergue viven mujeres con hijos. Mujeres vulnerables y sin recursos, que afrontaron un largo viaje desde el Sur por desesperación, pensando en el futuro de sus hijos. Tenemos tres casitas con cocina compartida y apartamentos para familias. En total podemos alojar a 60 personas”. Llegan migrantes desde Haití, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Venezuela… y todos esperan cruzar el puente que separa México de Texas, el sueño y la pesadilla de todos.
Hoy entrar a EE.UU. se ha convertido en un galimatías de normas, reglas, excepciones y posibilidades. Joe Biden ha querido establecer un sistema con patrocinadores que avalen a los solicitantes. Es un método que funciona, pero la espera es larga. Y es necesario usar una aplicación para programar una cita con un agente estadounidense y presentarse en el punto fronterizo. La disponibilidad de 1.000 solicitudes diarias se agota rápidamente. Superados los problemas técnicos y ya registrados, hay que esperar pacientemente la llamada.
Christa dedica su vida a este pueblo que espera. “Nosotros trabajamos según las indicaciones del Papa Francisco, es decir, acoger, proteger, promover e integrar”. Y escuchar. Escuchar la tristeza de una familia que huye del sur de México después de que un hijo y su nuera embarazada fueran secuestrados por los cárteles y liberados previo pago de un rescate. O la desesperación de un joven hondureño cuya madre fue asesinada en la iglesia por motivos religiosos. O la rabia de una pequeña empresaria, madre de cinco hijos, que en El Salvador fue extorsionada y amenazada de muerte si no pagaba una parte de sus ganancias… De esto huyen: de la violencia, del chantaje, de la extorsión y ahora de la sequía que convierte los cultivos en desiertos.
El punto de unión
Christa es el punto donde se unen dos mundos, entre el de “aquí” del que se huye, y el de “allí” donde se puede empezar de nuevo. “Siento la tensión del contraste. Ser rostro de una Iglesia de frontera es mi respuesta a la llamada de Dios. Llevo el amor que he recibido a estas personas que escapan. Quiero compartirlo con ellos. Y además para mí es un privilegio”, asegura. “Significa ir más allá de las fronteras y entrar en el corazón de las personas, en lo más secreto. Aprender de las tragedias que vivieron en sus países y por las que decidieron partir. Un joven padre me contó lo que significó para él viajar aferrado al techo de un tren, sosteniendo en brazos a su bebé de 3 meses. Una madre me preguntó: ‘He llegado hasta aquí pasando hambre y luchando por no sucumbir, ¿crees que mi hijo de 3 años recordará esto?’. Le respondí: ‘Solo recordará cuánto lo amaba su madre y cuánto hizo para protegerlo. Él sabrá que todo esto fue por él’”.
Christa es joven y sueña “con un mundo sin fronteras”. “Los derechos no pueden reservarse a quienes nacen en el lado “correcto” de la frontera y tienen un número de seguridad social que les permite recibir una formación, ser atendida en un hospital, tener un permiso de conducir, solicitar un préstamo… Las personas tienen el derecho de vivir”.
*Artículo original publicado en el número de septiembre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva