Un día de la primavera de 1931 una religiosa fue a confesarse a la parroquia de San Marcos de Madrid. El sacerdote, viendo el hábito, le preguntó si era una religiosa auténtica y no era “de esas que ha fundado esa Madre Esperanza“, a lo que ella respondió, sin faltar a la verdad, que era una de ellas, pero prudentemente ocultando el hecho que ella era “esa Madre Esperanza”. E hizo bien, porque el cura se explayó diciendo cosas durísimas sobre el grupo, entre otras le ordenó que se alejase de ellas porque “esa mala monja era la peor que se había conocido, que con capa de santidad hacía mucho daño” y porque “el fin de ella y el de las que la siguieran no sería otro que la condenación de sus almas”. Esperanza intentó calmar al sacerdote explicándole que estaba equivocado, pero no lo consiguió. El reverendo dijo taxativamente que tenía que negarle la absolución hasta que dejase de vivir “en compañía de esa mala fiera”.
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Por lo que parece, el arrebatado confesor se equivocó en lo de la condenación del alma, por lo menos por lo que se refiere la Madre Esperanza -no sabemos sobre las otras-, pues la Madre Esperanza de Jesús fue beatificada el 31 de mayo de 2014, ya en el pontificado de Francisco. Anteriormente, toda una serie de teólogos y prelados de la entonces Congregación para las Causas de los Santos habían afirmado que su ejercicio de las virtudes cristianas había sido extraordinario, incluso heroico y, por eso, el mismo Francisco la había declarado venerable en 2013.
Pero todo lo que le dijo a la religiosa el enfurecido confesor no era solamente imaginaciones suyas, sino que había una parte del clero madrileño que tenía una imagen totalmente negativa de ella, comenzando por el Patriarca de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, que no la podía ni ver, ni a ella ni a su fundación, y fue así durante años prácticamente hasta que se jubiló en 1963. Parece que incluso durante la dictadura quiso poner al general Franco en contra de ella, pero no lo consiguió porque precisamente a Franco ella se le había aparecido en bilocación ya antes de la guerra, en 1936, y no solamente una vez. Todo esto puede parecer increíble, pero realmente fue así. De todos modos, la inquina que Don Leopoldo tenía hacia la religiosa no era totalmente inocente -ciertamente le preocupaba el ascendiente que la monja tenía sobre algunos sacerdotes que se aconsejaban con ella- sino que tenía algo que ver con los influyentes benefactores que esta tenía en su nueva fundación y que el Patriarca hubiese deseado que colaborasen más con él y menos con ella.
Fundadora de la Familia del Amor Misericordioso
En realidad, la Madre Esperanza era una murciana de Santomera, de nombre María José Alhama Valera, nacida en 1893, que a la edad de 21 años había ingresado en un convento de Villena perteneciente a las Hijas del Calvario, un lugar de una pobreza extrema en el que las monjas no tenían ni luz, ni agua corriente, ni aseos, pero además también era de gran pobreza espiritual, esto es con poco espíritu, lo que llevó a tener que unirlo a las misioneras claretianas de María Inmaculada. Pero como suele ocurrir en la vida de muchas fundadoras, Esperanza no se quedó tampoco allí sino que años después sintió que tenía que comenzar ella una nueva comunidad, que es por lo que hoy se considera fundadora de la que es conocida como la Familia del Amor Misericordioso, que son religiosas y religiosos.
Pero como la salida de las claretianas fue borrascosa y como en su nueva función de fundadora era, como se dice, de rompe y rasga -alguno dice que Esperanza tenía un carácter muy fuerte, hasta intemperante-, la nueva fundadora se creó una serie de enemigos, hasta el punto que leemos que en cierta ocasión intentaron envenenarla. Sí, como en los mejores tiempos de las intrigas eclesiásticas, pues parece que detrás del intento se encontraba un sacerdote que se la tenía jurada. Y no por motivos doctrinales o espirituales, sino porque consideraba que la monja le había “arrebatado” a una rica benefactora que le había prometido a él bienes inmuebles que por el contrario fueron a parar a la nueva fundación.
Pues se crea o no, a parte del carácter fuerte, que no es algo para echarse las manos a la cabeza, lo que quedó claro en el proceso de beatificación de la Madre Esperanza de Jesús es que ella no solamente obró de buena fe, sino que además fue prudente, justa y temperante, a parte de una mujer de gran fe, una esperanza que hacía gala a su nombre y una caridad operosa, pues el fin de todos estos líos no era el vivir cómodamente, sino el dar la vida por los necesitados en la nueva fundación, que por cierto está extendida hoy en día por varios continentes.
Esperanza de Jesús no es muy conocida en España pero sí en Italia, pues a causa de las diferentes borrascas de su vida pasó muchos años en Italia, donde hoy está enterrada en un santuario muy popular, no lejano de Roma, en un lugar llamado Collevalenza, cuya construcción le provocó otros muchos dolores de cabeza que nos llevaría muy lejos contar. Sí, fue una mujer santa, preocupada sobre todo por los más desasistidos, pero a la vez muy odiada por muchos, entre los que destacaron algunos clérigos que de un modo o de otro se sintieron provocados a ello por los defectos o errores de la buena religiosa. Que la santidad no excluye ni los unos ni los otros.
Como epílogo de la historia, decir que aquel día del año 1931, cuando Esperanza salió de la parroquia habiendo recibido el rapapolvo del confesor y sin haber sido absuelta, toda acongojada se dirigió a otra parroquia, donde el cura sí la absolvió y le pidió que intercediese ante la Madre Esperanza (este tampoco supo que era ella) para que le recibiese porque quería consultarle temas del alma. Así es la vida.