En muchas ocasiones nos lamentamos de no tener disciplina y si bien es cierto, se trata de un problema de formación desde nuestra infancia, debemos considerar que es parte vital para ser constantes en todos los aspectos de nuestra vida. Si realmente queremos alcanzar objetivos, es necesario ser disciplinados, de lo contrario, todo quedará en un simple sueño.
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Conozco a muchas personas que desean bajar de peso, hacer ejercicio, terminar sus estudios, tener una relación más estrecha con Dios y todo queda en planes y proyectos, sólo buenas intenciones. Se llega al punto en el que la disciplina define nuestros deseos. ¿Cuál será la razón de que nos cueste alcanzar nuestros más grandes anhelos?
Tal vez debemos reconocer que existe el duro camino de la disciplina, se paga un enorme precio para alcanzarla, se adquiere con constancia que es vital, pero duele, cuesta trabajo para que se convierta en un hábito. Se trata de avanzar cuando la motivación nos ha abandonado.
En cuanto al tema espiritual, podemos decir que la disciplina es una virtud; sin duda, es un medio para dominarnos y llevar una vida saludable y relación con Dios, un corazón puro es agradable a Nuestro Padre Celestial. No cabe duda que las técnicas y maneras de alcanzar el dominio y la disciplina han cambiado según las etapas de la humanidad, más bien, parece que en nuestros tiempos hablar de este tema, resultaría hasta prohibido o atentaría a la libertad de la persona.
Dominio de sí mismo
La disciplina se ejercita en familia, el ejemplo es el que da las mejores lecciones, sobran las palabras. Hablar de disciplina en la actualidad, resulta en ocasiones hasta un ‘atentado’ a la libertad y es que hoy se defiende la libertad, aunque no convenga y sea dañina, ese aspecto trasgrede directamente a la disciplina, la cual busca sublevar nuestras más altas aspiraciones, controlar nuestras pasiones nunca ha sido malo ni desagradable, sabemos que darles rienda suelta a nuestras pasiones nos convierte en prisioneros de ellas, pero muchas almas desean entregarse sin medida.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice así en su numeral 2342: “El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las edades de la vida” (cf Tt 2, 1-6). El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia.
El dominio de sí mismo es una virtud que deberíamos valorar, controlar los deseos nos ofrece un disfrute de ellos, con medida, mesura y conciencia. Lo contrario a esto, nos encaminará a los pecados capitales. Establecer límites en nuestra vida, nos permite dar esos pasos que serán la base de la disciplina, la cual nos traerá siempre ventajas, ser y hacer nuestras acciones con el objetivo de agradar a Dios.
Entiendo que no todos estamos dispuestos a asumir la disciplina como una forma constante de vida y menos cuando se deberá pagar un alto precio para adquirirla, la disciplina duele y es rigurosa, aspecto poco aspiracional para las nuevas generaciones, las cuales desean alejarse del sacrificio y del dolor, que para ser sinceros siempre traerán buenos frutos si el sacrificio nos lleva a una virtud.
Es necesario mencionar que esta virtud nos permitirá mantenernos en ese equilibrio tan indispensable para tomar decisiones asertivas, vivir una vida plena y por demás saludable física y espiritualmente.