Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

José de Calasanz, un sacerdote que quería hacer carrera


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Cuando era joven estudiante en Roma tuve ocasión de conocer uno de los tesoros menos conocidos de la Urbe pero que sin duda merece la pena conocer: la tumba –y de paso el testimonio– de nuestro compatriota san José de Calasanz, aragonés de vida luminosa.



Tengo que decir que no lo conocía, aunque había leído cosas sobre él, pero sin conocerlo, porque en general la historia que muchos cuentan de él no corresponde exactamente a la realidad. No me refiero solamente a las piadosas Vidas de Santos de tiempos pasados, sino también a muchas páginas web de la actualidad. Por ejemplo, en una de ellas, leo cómo explica el traslado del joven sacerdote desde su diócesis de Urgel a Roma en lo que fue un momento crucial de su vida:

“Sentía una voz en su interior que le decía: “¡Váyase a Roma! ¡Váyase a Roma!”. Y en sueños veía multitudes de niños desamparados que le suplicaban se dedicara a educarlos. Entonces,  renunciado a sus altos puestos, y repartiendo entre los pobres las grandes riquezas que había heredado de sus padres, se dirigió a pie a la Ciudad Eterna en 1592″.

Sin embargo la cosa no ocurrió así, ni mucho menos. Fue un anciano escolapio que me enseñó la habitación de San José detrás de la iglesia de San Pantaleón el que me hizo conocer la realidad: José de Calasanz fue a Roma simple y llanamente para hacer carrera eclesiástica. Nada extraño, es algo muy típico clerical de todas las épocas. Los escolapios no lo han ocultado nunca, conscientes de la segunda parte de la historia, que es la auténtica carrera que hizo su fundador. En la web –sin pretensiones devotas pero sí históricas– de nuestra Real Academia de la Historia se dice: “A Roma llegó como procurador de la diócesis de Urgel ante la Santa Sede, con ánimo, además, de conseguir una canonjía y volverse pronto a España”. Las canonjías hoy no son lo que eran, en aquel entonces sí que eran una buena carrera para el que le interesase.

La canonjía

Pues lo más hermoso de su vida es precisamente que no consiguió la canonjía ni se volvió a España. De hecho Dios le tenía preparado algo mucho mejor en Roma: el camino de la santidad. Pero vayamos por partes. Los primeros años romanos los pasó entre gestiones burocráticas, si bien no descuidó las experiencias de asistencia caritativa en distintas cofradías romanas y con ellas descubrió una realidad que hasta entonces ignoraba, la de la infancia abandonada. Y eso porque antes de cumplir los seis años de su estancia en Roma, el río Tíber se desbordó provocando la más catastrófica inundación del siglo. Como resultado de ella hubo más de dos mil muertos, y centenares de familias quedaron sin techo ni alimentos. Centenares de niños pasaban el día por las calles sin que nadie les atendiera y fue en este momento, viviendo esta realidad en el popular barrio del Trastevere, cuando el buen sacerdote se dio cuenta que el Señor le llamaba para una labor totalmente diferente, lejos de los sitiales del coro de los canónigos, en medio de las calles.

Por tanto, el impacto de la realidad romana del momento y un profundo camino de crecimiento espiritual desembocarán en el otoño de 1597 en la apertura de la primera escuela popular gratuita del mundo junto a la parroquia de Santa Dorotea en el Trastevere, que todavía conmemora su presencia.

Ahora sí que había encontrado cuál era su “carrera” (que a partir de ahora podemos poner entre comillas). De hecho, se cuenta que al fin, cuando en torno a 1602 le fue ofrecida una canonjía en Sevilla, él respondió: “He encontrado en Roma mejor modo de servir a Dios y no lo dejaré por cosa alguna de este mundo”.

San José de Calasanz

Pero su “carrera” no había hecho más que empezar. Nacida la nueva congregación de las escuelas pías en 1617, su rápida expansión provocó admiración en muchos pero también en otros provocó envidia, lo cual es también algo típico clerical de todas las épocas. Acusado injustamente ante el tribunal de la Inquisición, como tantos otros santos de su época, fue depuesto del cargo de superior general. El gobierno de la Orden quedó en manos de sus adversarios, que influirán ante el papa Inocencio X, para que, en 1646, dos años antes de la muerte del fundador, la Orden quedase reducida al rango de congregación sin votos y privada de gobierno autónomo, pasando a regirse por los obispos diocesanos. Aquí descubrimos que la verdadera carrera de José de Calasanz fue la del despojo y las humillaciones; pero también de algo que quizás no hubiera recibido con los honores humanos, esto es, la corona de gloria que no se marchita que el Señor concede a los que no se avergüenzan de su cruz.

Esta parte de su vida tampoco la encontramos fácilmente en algunas páginas web, incluso la Wikipedia la omite totalmente. Y sin embargo, es quizás la más hermosa de toda su existencia. Sirvió de inspiración a muchos, hasta leemos que san Alfonso de Ligorio, cuando estaba fundando la Congregación de Padres Redentoristas, y encontraba fuertes oposiciones, leía la vida de Calasanz para animarse y seguir luchando hasta conseguir la definitiva aprobación. También leemos que, siglos después, cuando en 1952 el Opus encontró una fuerte oposición en Roma con riesgo de desaparecer, el cardenal de Milán, Ildefonso Schuster hizo llegar a unos de sus miembros esta frase: “Díganle a su fundador que se acuerde de san José de Calasanz”, y este entendió bien el mensaje pues había estudiado con los escolapios de Barbastro.

En esta dramática situación acontece el fallecimiento de nuestro santo aragonés en Roma, el 25 de agosto de 1648, a los 91 años, y más de cuarenta dedicado a la tarea educativa. Años más tarde las Escuelas Pías recuperarán progresivamente su estatus de Orden religiosa, y José de Calasanz será beatificado por Benedicto XIV en 1748, al cumplirse el centenario de su muerte y canonizado en 1767. Pio XII lo declaró en 1948 patrono de todas las escuelas populares del mundo. De verdad hizo una carrera que merecía la pena.

Foto: The National Gallery, London