Lo reseñaba Vida Nueva a propósito del hartazgo del papa Francisco en su exhortación ‘Laudate Deum’: “¡Basta de poner ‘remiendos’ al cambio climático”. La leí como una carta personal que desvela mis incoherencias en este y otros muchos campos. Es verdad. La naturaleza se cansa. Como nos cansamos tu y yo. Y como muchos de nosotros, puede morir asesinada. Ya no se habla de someter a la naturaleza, ahora hasta los que la manipulan y la degradan dicen que hay que protegerla. Nos es algo meramente externo. Ni que solo incumbe a los otros. Francisco lo dice: “Ni siquiera podemos decir que la naturaleza es un mero ‘marco’ donde desarrollamos nuestra vida y nuestros proyectos, porque ‘estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados’, de manera que ‘el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro’ (25)”.
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Quiero poner un acento modesto al respecto en relación con la temática de mi blog: los refugiados climáticos.
Según cifras de Naciones Unidas, 260 millones de personas podrían ser forzadas a migrar por razones climáticas de aquí a 2030.
Y por el desastre del cuidado del clima son muchas las aéreas afectadas en todo el mundo que son marcos y realidades que expulsan a muchas gentes de sus lugares de vida. Que no solo es la guerra, la violencia o el hambre. También expulsa la desertificación en el Sahel, la subida del nivel del mar en las costas caribeñas y la erosión en las costas europeas, así como los episodios más intensos del monzón en el sureste asiático… El número de migrantes climáticos podría alcanzar 1.200 millones personas de aquí a 2050, a quienes hay que brindar protección y regular colectivamente y pensar en cómo recibirlos sabiendo además de la importancia de prevenir estas migraciones. Regulación que por desgracia se hace más restrictiva en estos días de la Cumbre Europea en Granada ¡presidida y acogida por España!
La valla de Biden
Es curioso, pero hasta construir muros y vallas para detener la migración es un arma con efectos graves en el clima. Por ejemplo, los 32 kilómetros de valla en el sur de Texas por orden de Joe Biden para contener el flujo migratorio y que para llevar a cabo las labores de construcción, se van a eximir del cumplimiento de más de una veintena de leyes, incluyendo normativas referidas a protecciones ambientales, de salud pública y de conservación cultural. Dejando a un lado las leyes ambientales fundamentales que ellos mismos se han dado: muros fronterizos que por otro lado además de ser ineficaces van destrozando la casa común…
El texto del Papa se nos ofrece en el contexto de la sinodalidad presente. Ello nos lleva a relacionarlo. Y a implicarnos desde la base y con participación de todos: “A medio plazo, la globalización favorece intercambios culturales espontáneos, mayor conocimiento mutuo y caminos de integración de las poblaciones que terminen provocando un multilateralismo “desde abajo” y no simplemente decidido por las élites del poder. Las exigencias que brotan desde abajo en todo el mundo, donde luchadores de los más diversos países se ayudan y se acompañan, pueden terminar presionando a los factores de poder. Es de esperar que esto ocurra con respecto a la crisis climática. Por eso reitero que ‘si los ciudadanos no controlan al poder político —nacional, regional y municipal—, tampoco es posible un control de los daños ambientales'” (38). La ‘Laudato Deum’ es una carta muy potente en la que el Papa vuelve a recordarnos que “todo está conectado y que nadie se salva solo”.
No está de más este recordatorio… ¡en estos tiempos de investidura! Y detectando y denunciando los eufemismos, las mentiras y los postureos a la hora de la invitación a colaborar en el bien común.
¿A dónde irán los millones de desplazados climáticos?
He leído la encíclica en un momento de retiro. Meditando sobre el grano de mostaza, recuerdo la cosmovisión cristiana, que no solo es la percepción (y la desgracia) de lo que afecta al universo entero, sino lo que efecta a lo pequeño lo que podemos cuidar: “Si ‘el universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo, entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre’. El mundo canta un Amor infinito, ¿cómo no cuidarlo?” (65).
La percepción del gustarme y sentirme en mi propia pobreza expresada en un fruto de la naturaleza me lleva a situarme en esta realidad externa a mi y de la que formo parte. Con mis hermanos. Con los refugiados. También los refugiados climáticos.
Y al mirar hacia fuera, recogiendo invitaciones de mis vecinos de Entreculturas, miro hacia lo que hacemos en nuestro día a día, contemplando la Casa común, a nuestras hermanas y hermanos que viven situaciones de injusticia. Estamos caminando hacia una transformación; nos hacemos conscientes de la realidad del mundo en el que vivimos, del que formamos parte.
El papa Francisco nos invita a dar un paso más hacia delante, como parte de una gran familia, a no quedarnos en “lo de fuera” solo, sino a viajar también hacia nuestro interior, de la mano de Jesús. Recorrer la Casa común siendo conscientes de que somos parte de ella, pero no dueños, la compartimos con nuestros hermanos y hermanas, con otros seres vivos, con las personas que vendrán… Todos y todas tenemos una espiritualidad, el mundo interior que llevamos dentro, que nos conecta con el Universo, con lo más sagrado, pero también con la tierra que pisamos y el aire que respiramos. Esta espiritualidad tenemos que mimarla, escucharla y conectarla con nuestro paso por la Tierra. Por eso, es importante que la reguemos, dando gracias por lo recibido pero también haciéndonos conscientes de la llamada de Dios a cuidar y respetar la Casa común. Nuestra espiritualidad nos tiene que llevar a la acción, a posicionarnos allá donde Jesús nos está llamando. Cuando ves que nuestra casa pide a gritos ayuda, ¿a qué te llama Dios? Cuando ves que hay personas que sufren por no tener acceso al agua por que sus campos no dan frutos, ¿qué resuena dentro de ti? ¿A dónde irán los millones de desplazados climáticos?
¿No es bueno pensar en los que por esas causas llaman a nuestras islas, a nuestras costas, a nuestras riberas, huyendo de los destrozos de las suyas? Por causas naturales y por nuestra acción humana. Pueden pedirnos factura.
Dios nos invita a ser semillas y a proteger otras semillas sagradas. Nos invita a preparar y cuidar la Tierra para que la Tierra pueda seguir siendo Casa común y las personas crezcamos fuertes en nuestra fe y que seamos como granos de mostaza.
Galeano nos lo había recordado con otras palabras: “En sus 10 mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza. Entre las órdenes que nos envió desde el monte Sinaí, el Señor hubiera podido agregar, pongamos por caso: ‘Honrarás a la naturaleza de la que formas parte’. ‘Somos todos responsables’, claman las voces de la alarma universal al respecto. Y la generalización absuelve: ‘El riesgo es que si somos todos responsables, nadie lo es”.
Personalizar la llamada ecológica del Papa es responsabilidad personal y compartida.
Es una carta para mí. Para ti.